Opinión
Todas las mujeres españolas que odian el fascismo
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Hoy diríamos que la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA) es una fantasía. La organización de mujeres más importante durante la Guerra Civil española. Dicen que llegó a tener más de 60.000 afiliadas y se organizaron, dentro y fuera del país, con un único objetivo: derrocar el fascismo y devolver la libertad al pueblo español. Querían ganar la guerra, pero tuvieron que readaptar sus objetivos tras el exitoso golpe de Estado de Francisco Franco.
Le echaron coño, la verdad.
El panorama era complicado, así que entendieron rápido que era importante aglutinar fuerzas. La asociación surge del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, impulsado por el Partido Comunista en 1934 y vinculado a una organización mundial con el mismo nombre. La presidenta fue Dolores Ibarruri. Paulina Ódena García, conocida como Lina Ódena; Encarnación Fuyola y Emilia Elías fueron las tres secretarías generales de la organización del comité español. Entonces quizá intuían que, pocos años después, ellos y ellas mismas se verían envueltas también en una guerra en España. El comité se constituyó para hacer frente al avance del fascismo en Europa tras la llegada al poder de Hitler en Alemania. De tendencia comunista, la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA) acabó definiéndose como una organización transpolítica o multipartidista. En la práctica, al parecer, el Partido Comunista nunca perdió el control de la organización. Ángela Cenarro, historiadora y profesora de la Universidad de Zaragoza, asegura en el artículo Movilización femenina para la guerra total (1936-1939). Un ejercicio comparativo que “el Comité Nacional, presidido por Dolores Ibarruri, ejerció un control estricto siguiendo pautas jerárquicas, de modo que las agrupaciones locales carecían de autonomía, recibían instrucciones políticas y estaban obligadas a enviar informes con regularidad”.
La verdad es que parece que le tienen pelota a La Pasionaria.
En el número 10 del periódico Mujeres antifascistas españolas, editado por la Unión de Mujeres Españolas, recogían el discurso que Ibarruri pronunció en uno de los consejos nacionales de la organización. En él, se puso chulita exigiendo compromiso a sus compañeras: “Sin pretender que todas hagáis lo mismo, yo estoy convencida de que con un poco de interés por vuestra parte, encontraréis siempre el tiempo necesario para dedicarlo a la Organización. Y las que se empeñan en negar esta posibilidad es porque no tienen interés por el trabajo de la Organización. Y hay que procurar hacerlas cambiar y despertar en ellas el entusiasmo y el cariño por nuestra unión de mujeres”. Aprovechó los micrófonos para recordar la entrega de la política Catalina Salmerón que, a sus setenta años, seguía haciendo frente a sus compromisos con la organización.
No se llevaba todavía lo de la conciliación.
En esa misma intervención, Ibarruri declaró que eran bienvenidas todas las españolas que aspirasen al establecimiento de la democracia y de la justicia en el país. Todas las mujeres españolas que odian el fascismo.
El auxilio femenino
En AMA se integraron otros colectivos de mujeres que compartían objetivos y valores con ellas: La Unión de Muchachas, la Unió de Dones de Catalunya, Fraternidad de Mujeres Modernas o la Aliança Nacional de la Dona Jove, entre otras, formaron parte de la agrupación en algún momento. Su vinculación con el Gobierno republicano era evidente y, durante la guerra, la Asociación recibió un encargo del Ministerio de Defensa: la creación del auxilio femenino. Decreto mediante, tanto el Ministerio de la Guerra como el Ministerio de Industria podrían encargarlas y, efectivamente así lo hicieron, los “encargos estimen convenientes” para la fabricación de “artículos que deben consumir los combatientes”. Artículos, que nadie se equivoque, “cuya fabricación sea propia del elemento femenino”. Ellas, además, podrían solicitar al Gobierno las medidas que estimen “útiles para cubrir las necesidades de las familias de los combatientes”. En septiembre de 1938, El día gráfico celebraba el entusiasmo con el que las mujeres de Barcelona se habían acercado al Auxilio Femenino: “¿Por qué? Porque nuestras mujeres están compenetradas con los momentos que vivimos y desean contribuir con su trabajo eficaz a la guerra. Saben positivamente que en la medida que ellas ayuden, en esta misma medida se acelerará nuestra victoria sobre el fascismo invasor y se ahorrará sangre de los buenos hijos de España”. Siguen: “Y ahí las tenéis ya, formando esas brigadas que han de visitar a nuestros heridos para llevarles un obsequio, interesarse por sus asuntos, cumplir los encargos que estos heridos les den; leerles un libro o un periódico; y escribir a los familiares de los que no se encuentren en condiciones de hacerlo por sí. Dispuestas, en fin, a suplir el calor del hogar lejano. Un enfermo es como un niño y en cada mujer hay una madre”.
Menudo percal.
A pesar de que el encargo que el Gobierno hacía a las mujeres era muy concreto y casaba perfectamente con el ideal de mujer que manejaba -y maneja en parte- la sociedad española, lo cierto es que muchas de ellas prefirieron participar activamente en la Guerra. Un decreto de Largo Caballero trató de expulsarlas del frente aunque la miliciana Rosario La dinamitera aseguró en alguna ocasión que esa expulsión nunca se había producido. Aseguraba esforzarse por “defender el papel de las mujeres en la guerra” que, según su parecer “nunca expulsadas del frente las que llegaron a alistarse”. Decía que sus actuaciones habían sido criticadas por Franco y sus tropas “por haber vestido un mono más que por llevar fusil, lo que les valió el calificativo de puta".
La propaganda
Tendrían unos encargos, sí, pero hicieron de todo. Las mujeres que se dedicaron a la lucha antifascistas en el Estado español entendieron la importancia de contar con órganos propios para la difusión de sus ideas. El periódico Mujeres fue su principal herramienta. Al tratarse de una organización que aglutinaba a muchas mujeres distintas, la cabecera tomó formas distintas en algunos territorios. En Valencia, se llamaba La Pasionaria y, en Bilbao, Mujeres Bilbao. En el primer número de esta publicación, de febrero de 1967, publicaron un alegato que evidencia el rol que asumieron durante la contienda. En la portada de ese número, reconocían que las necesidades de la guerra habían obligado a las mujeres a “participar directamente en ella”. Eso sí, “por condición natural, la mujer es en primer término madre, y en otro orden de ideas”, “mujeres proletarias, es decir, antifascistas”. Es más: “En el frente de lucha, en las trincheras, están nuestros maridos, nuestros compañeros, nuestros hermanos y también nuestros hijos. Un deber esencial nos obliga a atenderlos. La vanguardia reclama valor y heroísmo. La retaguardia, atenciones y vigilancia. El hombre tiene que luchar frente al fascismo. La mujer antifascistas tiene la obligación de sumarse a la lucha con los medios propios de su sexo y de su sentimiento de maternidad”. En este mismo número, en el que aparece un pequeño texto en euskera, sorprenden al final con un texto en el que se animan a diseñar una blusa bonita durante el poco tiempo libre que les permite la retaguardia.
Qué pensaría de eso Dolores Ibarruri.
Sí, pero no
La profesora Vicenta Verdugo Martí, en su artículo Del relato biográfico al retrato colectivo: Margarita Nelken y Pilar Soler en la Agrupación de Mujeres Antifascistas, analiza la experiencia de ambas militantes, cada una de contextos muy distintos, para tratar de construir un relato colectivo del papel que jugaron las mujeres en la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Asegura que todas adquirieron “nuevas experiencias vitales, ampliaron horizontes y accedieron a una mayor formación cultural y política”. Todo ello facilitó que tuvieran “nuevos aprendizajes relacionados con la participación en la vida pública” y ”una mayor autonomía en la vida privada”. Durante la Guerra Civil se produjo “una aceleración de los cambios en los modelos de género y en las relaciones entre los sexos” aunque, como recoge Verdugo Martí, a las mujeres siempre nos toca “movernos entre los cambios y sus límites o continuidades” porque “las reticencias a la colaboración femenina no se superaron. Lo que en la práctica conllevó una infrautilización del enorme potencial que representaba la movilización femenina de la retaguardia. Así, a pesar de los cambios que se estaban produciendo en las relaciones de género, las organizaciones femeninas antifascistas no tuvieron la suficiente fuerza como para modificar los valores y las normas de conducta tradicionales”.
No todo fue bonito, no. Tuvieron algún cristo entre diferentes fracciones, pero esa es esta historia. Prefiero quedarme en este pequeño guiño -y agradecimiento- a todas las mujeres españolas que odian el fascismo y trataron de derrocarlo. La blusa que sugieren parece mona.
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