Opinión
Tetas y criptomonedas
Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
Muchos podemos pensar que la España de Jesús Gil, la del jacuzzi y el cadenón de oro y las mujeres semidesnudas rumiando copas de champagne está más que muerta y enterrada, sin embargo, no es así; la España de Gil no ha desaparecido, sino que se ha transformado. Ahora, tiene otros colores y otras formas.
Vivimos en una época de proliferación de gurús de autoayuda, una especie de sujetos místicos, sostenidos por la irrealidad de las redes sociales, que prometen auténticas fortunas o cuerpazos de escándalo a sus seguidores a cambio, eso sí, de una pequeña (léase la ironía) cantidad económica.
Estos sujetos suelen salir en vídeos de Instagram y de TikTok, además de en polémicos tuits, luciendo coches de alta gama (alquilados), chapados con cadenas de oro (falsas) y rodeados de mujeres (actrices). Todo con tal de que adolescentes despistados, les importa poco si hablamos de menores de edad, compren cursillos en sus universidades online (Dios mío, qué sucio me he sentido tecleando “universidades” en este artículo) que les prometen fortunas en esquemas Ponzi sostenidos por criptomonedas o en exitosas jugadas de trading (operaciones en bolsa).
Hace unos días, por ejemplo, muchos usuarios pegamos un bote en nuestras sillas al ver a uno de estos machotes, no diré el nombre porque no me gusta señalar, posando en redes sociales con dos chicas (olé y olé, cómo mola eso de mostrar mujeres como si fueran ídolos asirios), asegurando, y esto lo transcribo literalmente, que mientras nosotros, oh, pobres faltos de visión, estábamos viendo una serie en Netflix o haciéndonos pajas (me reitero en lo de la transcripción literal), él estaba cerrando una operación financiera de 20.000 euros. Ah, y que si queríamos ser como él, pagáramos su curso online.
Por supuesto, este tipo, que es uno entre otros muchos gurús de Internet (todos ellos discípulos de Andrew Tate, ya sabéis, el fugitivo súper listo buscado por la Policía de Rumanía al que pillaron tras subir una foto con las cajas de unas pizzas en las que se veía en qué ciudad estaba), no desvela cuál es ese negocio tan lucrativo que le está reportando ingresos millonarios porque, esto son hechos, su auténtico negocio es su escuela online. Es irónico pues consigue “alumnos” gracias a que creen que es rico, cuando lo que realmente le hace rico es conseguir a esos “alumnos”.
Vivimos tiempos posfordistas en los que ya no renta producir y levantar una empresa con la que tratar de hacerse rico vendiendo cosas, sino pegar el pelotazo; ahora lo que mola es comprarse seis pisos, volverse un rentista y mudarse a Andorra para llevarse toda la pasta en criptomonedas y así no declarar ni un euro a Hacienda. Es curioso, además, pues muchos nos acusan a los jóvenes pobres de no tener cultura del esfuerzo, de querer todo ya (sí, quiero vivir en una casa sin cucarachas desde ya, llámame gandul si quieres), cuando buena parte del entramado empresarial, esa clase sacrosanta que crea riqueza, o eso dicen los economistas chulitos, se ha convertido en una generación vaga que no quiere trabajar, sino pegar un pepinazo y olvidarse del curro. Prefieren hacerse ricos con un pelotazo de criptomonedas y sacarte luego los ojos a través del alquiler de tu piso antes que ponerse a gestionar un negocio. Ay, esta generación empresarial, qué blandita se ha vuelto de repente. ¡No saben que no pueden quererlo todo ya!
Desgraciadamente, he visto a mentes geniales de mi generación sucumbir a estos cantos de gurús transformados en sirenas, quienes les han quitado su corazón, su orgullo, su pasta, su paz y su vida. A cambio de nada, por supuesto. Supongo que el signo de nuestros tiempos.
Para combatir a estos sujetos, el trabajo debe ser público y político, pero también tiene que ser detallado y concreto. No se puede combatir desde la ambigüedad y lo abstracto con gentuza que anda prometiendo cosas tangibles, como deportivos o mansiones. Debemos ser claros y contundentes y, desde el debate público, se nos debe proponer a los jóvenes cosas concisas, cosas palpables que realmente nos motiven. Queremos vivienda, queremos empleos estables y queremos un horizonte bonito. Si desde el debate político tradicional no se habla más que de abstracciones y futuros horribles en los que todos vamos a llevar una mochila de Glovo hasta morir a los cuarenta por culpa del apocalipsis climático, es normal que estos aprovechados instauren su marco mental de criptomonedas y tetas, que no es más que un “muere joven y deja un cuerpo bonito”, pero en lugar de punk, neoliberal y machista.
No queremos ver a más chavales arruinados por las criptomonedas porque esa sea la única alternativa posible de cara al futuro. Hay que empezar a construir cosas que motiven a una generación, la mía, que camina hacia ninguna parte, pues no hacen más que pintarnos las cosas muy negras.
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