Opinión
Terapia literaria para aprender a buscar la felicidad
Periodista
-Actualizado a
Durante los primeros meses de la pandemia leí y leí vorazmente. La lectura siempre ha sido mi refugio a la rabia que siento cuando las cosas no salen como las había planeado y no le puedo echar la culpa a nadie más que a mi propia incompetencia. Y la culpa me atormenta. Vivo con ella como quien vive con un perro dispuesto a arrancarte la pierna cuando sales de la cama y todavía no te has calzado las zapatillas. Siempre en alerta. En las últimas semanas apenas he podido leer. En mi mesilla se acumulan bajo una película de polvo los cinco últimos títulos que me compré y que he dejado a medias. Más de 100 euros en papel y tinta que buena falta me harían para compensar esta sequía creativa. Así que el otro día le pedí ayuda a Merce, mi librera de cabecera. A ella le hablé de mi encrucijada vital y de mis tormentos y, ella, como la Esperanza Gracia de la terapia literaria, me recetó varias píldoras en forma de novelas.
Uno de los libros recetados fue ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson, editado por Lumen. Lo devoré. Y lo releí. En forma de autobiografía, Winterson cuenta su historia, la de la niña nacida a finales de los 50 en Accrington, un pueblo industrial del norte de Inglaterra, que fue abandonada por su madre biológica a las seis semanas de vida y adoptada por una monstruosa mujer llamada Señora Winterson obsesionada con el Apocalipsis y el sufrimiento y que creía que su hija era la cuna equivocada. Entre la pobreza física y emocional, Jeanette malvivió con unos padres evangélicos que ni siquiera le permitían tener libros, hasta que la señora W. la sometió a un exorcismo al descubrir que su hija era lesbiana. Jeanette solo quería ser feliz, a lo que la señora W. le contestó ¿Para qué ser feliz cuándo puedes ser normal? Este hecho precipitó que la joven se fuese de casa a los 16, se instalase en un viejo coche en el que dormía, comía, y leía todos los libros de la sección de literatura inglesa de la biblioteca municipal de la A a la Z, trabajase en un mercado, y, finalmente, consiguiese entrar en Oxford a los 18 como un “experimento proletario”. El experimento publicó su primera novela (Fruta Prohibida) a los 25 y, tras el éxito inicial editorial (la novela incluso fue llevaba al cine), se convirtió en una de las autoras británicas más relevantes de las últimas décadas.
Pero ¿qué ha hecho Jeannette Winterson para romper tantos techos de cristal, tantos traumas y tanto dolor? Ese es el viaje que una emprende y aprende con este libro. Empeñarse en vivir. O, como ella misma dice en el segundo capítulo de sus memorias “Mi consejo para todos: Vale la pena nacer”. Y para ella la vida es la literatura. Contarse y encontrarse a través del lenguaje escrito por otras personas. “Creo en la ficción y en el poder de las historias porque así hablamos a través de lenguas que no son nuestras. No se nos silencia. Todos nosotros, cuando sufrimos un gran trauma, dudamos, tartamudeamos; hay grandes pausas en nuestro discurso. La cosa se atasca. Recuperamos el lenguaje a través del lenguaje de otros. Podemos recurrir al poema. Podemos abrir el libro. Alguien ha estado allí por nosotros y buceó en las palabras”.
¿Qué es la felicidad cuándo te lo han arrancado todo, hasta el derecho a ser? Winterson tiene claro que el camino se hace al andar. La felicidad no es algo que una se encuentre cada mañana cuando una abre los ojos y ese perro acecha. Perseguirla requiere esfuerzo y también cierta disciplina. “Buscar la felicidad, algo que hice y todavía hago, no es lo mismo que ser feliz, algo que considero fugaz, dependiente de las circunstancias y un poco soso. (…) La búsqueda de la felicidad es algo más difícil de definir; dura toda la vida y no tiene un objetivo concreto”.
Después del éxito de la publicación de Fruta Prohibida, las memorias de Winterson dan un salto de 25 años para colarse en el momento exacto en el que su vida se desmorona. Fue tras la ruptura con su pareja, Déborah, cuando pensó en el suicidio. A diferencia de muchos escritores malditos, ella defiende -como yo- que la infelicidad es la antítesis de la creatividad.
En lo peor de su depresión, cuando ni siquiera podía vestirse o encender la chimenea, se impuso una dura rutina de trabajo. Escribió literatura infantil cada día y una señora le dio las gracias después de que un cuento suyo se publicase en The Times. Aquello la sacudió. Era consciente de que seguía amando la vida. “No podía encontrar las palabras, no directamente, debido a mi estado, pero de vez en cuando podía escribir, y lo hacía en explosiones de luz, que por un momento me mostraban que todavía había un mundo, auténtico y maravilloso. Podía ser mi propia bengala para iluminar el camino. Luego la luz se apagaba otra vez”.
Por eso pensaba que, si no podía vivir tal y como ella entendía, entonces debía morir. Pero se dio otra oportunidad. Comprendió que el dolor no es algo que se va con una pastilla que ella misma se negaba a tomar, sino que conviene digerirlo y acostumbrarse a ciertas dosis. Carl Jung, psiquiatra al que Winterson seguía, decía que hay ciertos problemas que jamás pueden ser resueltos, sino solamente sobrepasados. El sistema emocional se autorregula. “Comprendí que nacer dos veces no solo se refiere a estar vivo, sino a elegir la vida. Elegir estar vivo y comprometerse conscientemente con la vida, en todo su exuberante caos, y su dolor”.
Winterson habla de su locura y de cómo la mente, en su búsqueda por sanarse, establece un diálogo con “la criatura”, - un desdoblamiento de su propio yo, el ángel cuidador y el demonio destructor que todos llevamos dentro- “Volverse loco es el principio del proceso, no tiene por qué ser el resultado final”. Jeanette se empeñaba en sacar a pasear a su criatura cada tarde. La misma criatura que le recriminaba lo poco que valía, la culpable y miserable que era, tenía un horario de conversación establecido de una hora exacta. Poco a poco, estas sesiones de locura pautada iban extinguiendo la locura total de la que había sido prisionera. Winterson seguía escribiendo literatura infantil porque sabía que la creatividad está de parte de la salud.
Después de ese periodo se puso a buscar a su madre biológica gracias al apoyo de su nueva pareja, la psicoanalista Susie Orbach. Las trabas legales del proceso la pusieron de nuevo en un lugar de indefensión. Pero Susie la ayudó y la cuidó, aunque ella tardó mucho tiempo en creerse que merecía ser cuidada y amada. “El trabajo de amor que debo realizar ahora es creer que la vida se portará bien conmigo. No tengo que estar sola. No tengo que luchar por todo. No tengo que luchar contra todo. No tengo que escapar. Puedo quedarme porque es amor lo que se me ofrece, un amor sano, firme y estable”.
Hay muchas lecciones de vida en las palabras a veces desgarradoras, y a veces divertidas de Jeanette Winterson. Pero, sin duda, aprender a vivir en la constante dicotomía de las emociones es la lección más valiosa para cualquiera que piense que vale la pena nacer. Por eso en esta historia, como en todas las de verdad, no hay finales Disney. El esperado encuentro con su madre biológica, Ann, le traería alegría, pero también mucho dolor y rabia. “No la culpo y me alegro de que tomara la decisión que tomó. Está claro que también estoy furiosa por eso”. ¿Y quién no lo estaría?
La próxima vez que necesiten una píldora pregunten en su librería.
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