Opinión
Tamara Falcó, analista
Por David Torres
Escritor
Hace bastantes años, aunque tampoco tantos, alguien dijo, no recuerdo dónde, que yo era una de las jóvenes promesas de la narrativa española, una frase con todos los sustantivos y adjetivos sujetos a la Teoría de la Relatividad de Einstein. Después de quince libros publicados, lo de "promesa" no tenía mucha base, mientras que lo de "joven" podía entenderse únicamente merced a esa novedosa clasificación -basada en los avances de la medicina y la extensión de la esperanza de vida- en la que la juventud se alarga hasta la edad de jubilación e incluso hasta la mesa de la autopsia. Al fin y al cabo, la juventud es un estado del espíritu. O eso dicen.
Por desgracia, yo he visto a escritores que merecían mejor suerte que la mía pasar del apartado de "joven promesa" al estatus de "vieja gloria" de un día para otro, sin paradas intermedias. Durante un tiempo intenté dar el salto de la literatura a la televisión, sin darme cuenta de que estaba haciéndolo todo al revés, ya que el camino habitual es que un presentador de telediarios vaya de la realidad a la ficción, no al contrario. Es muy posible que me equivocara también en el canal elegido, Intereconomía, donde desentonaba como un violinista en una banda de heavy metal, aunque creo que poco después, más o menos desde la misma silla, Pablo Iglesias empezó su carrera política y acabó de vicepresidente del gobierno. No quiero ni imaginar lo que podía haber sido si, en lugar de fracasar también como tertuliano, me hubiera dado por fundar un partido político.
El caso es que estos días he visto unos videos de Tamara Falcó en la tertulia de El Hormiguero y he comprendido lo contraproducente que puede ser para el espectador que lo agobien con citas filosóficas y recomendaciones de libros. Tal vez Falcó sea el ejemplo perfecto de aquel concepto de ligereza que Italo Calvino predicaba como una de sus propuestas esenciales para este milenio. En un momento dado, Nuria Roca comentaba que algo hay que hacer para solucionar la guerra en Ucrania, cuando han fallado tanto el apoyo militar como la vía diplomática, y entonces Tamara Falcó dijo: "¿Puedo proponer una cosa? El papa ayer convocó un rosario y nosotros lo rezamos en mitad de la sierra y todo eso. Ya sé que puede que haya mucha gente que no se lo crea, pero bueno, es una opción. Igual que hay que probar".
Lo de rezar el rosario para zanjar los conflictos armados es un recurso que viene de antiguo, del Concilio de Trento por lo menos, pero expuesto con la gracia y la sencillez de Falcó parece sencillamente maravilloso. A fin de cuentas, en la OTAN, en la ONU, en la Casa Blanca, y en la práctica totalidad de los gobiernos occidentales tampoco es que estén haciendo mucho más por detener el genocidio en Gaza y la invasión del Líbano, una masacre con carta blanca que cualquier día puede desembocar en la Tercera Guerra Mundial o en la Cuarta, a poco que nos descuidemos. Sin embargo, el peligro de esas oraciones colectivas es que no suelen ser unánimes y vete a saber cuántos cristianos no se pondrían a rezar por el neonazi de Netanyahu.
No se podía esperar más frivolidad de una tertulia incrustada en el vertedero catódico de Pablo Motos. El siguiente paso es que Tamara Falcó pegue el salto de analista política y autora de libros de cocina a novelista, un terreno en el que me temo que ya tiene el campo abonado. Fijo que más de un grupo editorial ya se lo está pensando. Anthony Burgess, uno de los grandes escritores del pasado siglo, advertía que no es bueno que un novelista sea demasiado inteligente, aunque quizá lo de Falcó ya sería pasarse de frenada. Tengo que releer una vez más Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, porque estoy casi seguro de que no se refería a esto.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.