Opinión
No son nuestras tetas, son sus peras
Periodista
Desde hace algunos años, corre un mercado negro de leche humana en internet, donde los potenciales clientes no son madres desesperadas por alimentar a sus retoños (para eso ya están los bancos de leche en España, especialmente pensados para alimentar a bebés prematuros con excedentes de otras madres) sino fundamentalmente hombres adultos cuyo fetiche es la lactancia materna. Algunos, porque creen ingenuamente que un superalimento para bebés también puede serlo para ellos (piensan que les dará mucha masa muscular o les curará de enfermedades) y otros, porque se ponen cachondos con el asunto. En esta categoría se encuentran los "vampiros blancos": hombres dispuestos a pagar por mamar directamente de los pechos de una mujer lactante. Una parafilia que, como todas las formas de explotación del cuerpo de las mujeres, encuentra oportunidad entre las madres más vulnerables a los que estos explotadores se ofrecen a "ayudar" económicamente, un tierno eufemismo del puterismo de toda la vida. Los vampiros tienen también sus requisitos, ya que las mujeres que buscan deben demostrar estar sanas, embarazadas y/o en un periodo de lactancia reciente. En este punto sin retorno de ponerle precio a todo, hasta a lo más íntimo que son los procesos reproductivos de las mujeres, conviene recordar que la lactancia forma parte del ciclo sexual de las mujeres, pero que sus únicos actores son las madres y sus bebés. Eso sí, estos hombres dejan claro que lo suyo no es prostitución, porque las nodrizas pueden estar vestidas de cintura para abajo mientras el pervertido en cuestión manosea y chupa sus mamas. Además, algún iluminado que pasaba por el foro de señores traumatizados con su infancia se ha encargado de redactar una lista de normas que los hombres tienen que cumplir "obligatoriamente" para no propasarse (más) con las mujeres a las que explotan. Qué amables.
El fetichismo relacionado con la lactancia materna no es nuevo, ya desde la Edad Media son famosas algunas representaciones artísticas de madres lactantes amamantando a algún señor crecidito, como es el caso de la Lactancia Mística de San Bernardo, en la cual la Virgen riega al santo con su propia leche que ella ordeña directamente de su pecho para dejar caer sobre las manos o la boca del monje quien, supuestamente, adquiere así el don de predicar. Dicho sea de paso, parece que los señores de la Edad Media sabían más de lactancia que los actuales, ya que la lactancia tiene una base hormonal y la leche solo brota cuando es el bebé quien succiona el pezón porque los adultos (y las criaturas no lactantes) perdemos el reflejo de succión a las pocas semanas de dejar de lactar. Por eso la Virgen se aprieta la teta a si misma: para que salga la leche. En la representación de Murillo (1655) el niño Jesús presencia la escena atónito, tal como haría cualquier bebé hoy en día.
Esta leyenda, y algunas otras como el de la Caridad Romana (cuadro barroco en donde una mujer joven amamanta a un señor mayor encarcelado) aparecen recogidas en el estudio Una aproximación a la iconografía de la lactancia en el mundo medieval a través de sus fuentes: fuentes religiosas y científicas del mundo antiguo y medieval y alimentaron y, nunca mejor dicho, cierto erotismo en torno a la lactancia materna. El poder de las tetas de las mujeres era considerado divino, generador de milagros y una fuente inagotable de bondades. El propio San Bernardo recuerda en sus Meditaciones que "San Bernardo es hijo de María, pues le dio su leche. San Bernardo en memoria de gracia tan grande, en todas partes predicó y en todas partes promovió el culto de su Madre". Pero lo que más me repatea es la interpretación que hace de este mito Fray Bernabé de Montalvo, cronista español de la Orden del Cister a principios del siglo XVII, en donde le otorga a San Bernardo el privilegio de ser el "abogado de los pechos femeninos". Señoro no se nace, señoro se hace desde el principio del patriarcado.
Debido a la gran tasa de mortalidad infantil durante toda la Edad Media, se crearon y difundieron múltiples historias y teorías para fomentar la lactancia materna, algunas vinculadas a la Biblia -con el potencial redentor atribuido a la leche de María- y otras a la Antigüedad Clásica, como el mito de Rómulo y Remo, o el de Hércules amamantando por Hera, cuyo chorro de leche salió despedido hasta el firmamento creando así la Vía Láctea. En los siglos posteriores y hasta bien entrado el Renacimiento, encontramos numerosas representaciones artísticas y escritos en donde los autores recalcaban las bondades de los pechos lactantes tanto en la literatura religiosa como hagiográfica, tal como recuerdan en el estudio La leche polifónica. Lo curioso de este hablar de leche, nodrizas y amamantamiento aparentemente casto, es que siempre se hacía desde la mirada masculina, ya que eran los hombres quienes escribían y publicaban y para ellos la Virgen lactante era la imagen icónica de todas las mujeres que amamantaban, una madre abnegada y dadivosa. Tal como se cita en los evangelios apócrifos: "He aquí lo que yo nunca he oído, ni supuesto pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño y continúa siendo virgen" (Evangelio del Pseudo Mateo 13, 3).
Por todo esto, en la Edad Media, el papel de las nodrizas (también llamadas amas de cría) era fundamental para el bienestar de la infancia, ya que ellas eran las encargadas de alimentar, dar educación y cuidado a los más pequeños. Desde el siglo XV, estas mujeres eran contratadas para alimentar a los hijos de las familias nobles, y recibían una importante compensación económica, ya que esta era una de las ocupaciones femeninas mejor valoradas, avalada incluso por los tratados médicos de la época. A pesar de la apropiación del concepto, las nodrizas no tenían nada que ver con la prostitución y su función era importantísima. Con el pasar de los años (y de los siglos) y la llegada de la lactancia artificial, las amas de leche y nodrizas desaparecieron en nuestro entorno y la lactancia fue cada vez más relegada al ámbito doméstico y privado, llegando a desaparecer prácticamente del arte europeo durante los últimos siglos. Muchas de las que llegamos a la lactancia en los últimos años apenas habíamos visto a una mujer o dos lactar en toda nuestra vida, pero casi todas hemos visto mucho porno, porque de eso vamos sobradas.
Actualmente, vivimos una época amigable con la lactancia materna y el esfuerzo que la ciencia y las madres han hecho en los últimos años por visibilizar la maternidad ha dado sus frutos. Son numerosos los perfiles en redes sociales que se encargan de divulgar sobre la lactancia y muchas madres hemos aprendido muchísimo gracias a ellos, pero lamentablemente nunca podemos estar tranquilas. Sabemos que los vampiros blancos visitan estos perfiles para reclutar imágenes con las que erotizarse y, dentro del feminismo, también se debate la presencia de parejas masculinas en los grupos de lactancia por la incomodidad que algunas madres manifiestan. Las reservas que les causa a muchas mujeres dar la teta con hombres delantes no tienen nada que ver con el pudor, sino con la posibilidad real, de estar siendo víctimas de algún mirón que ahora, además, te puede estar grabando. Por eso, y aunque parezca mentira, sacarse una teta en la calle a día de hoy para alimentar a tu bebé sigue siendo un acto de rebelión contra el patriarcado. Porque las mujeres que lo hacen se hacen dueñas de sus procesos sexuales, independientemente de las pajas que tengan en la cabeza quienes están mirando.
Es curioso cómo mientras todas estas parafilias afloran en internet, y cuentan con su propia categoría porno, o se hacen reportajes que casi las blanquean, a muchas asesoras de lactancia y a madres les retiran fotos o videos lactando de las redes sociales y les censuran publicaciones que aparecen señaladas con una advertencia de "contenido sensible". Es curioso también que siga siendo un tabú hablar del placer que puede llegar a provocar la lactancia a algunas mujeres, y del placer que provoca a los propios bebés, pero que haya miles de perfiles en donde se fomenta la modificación de senos para adaptarse a los cánones patriarcales. A este paso, nos quedan siglos diciendo que nuestras tetas dan mucho miedo, sobre todo si no están destinadas a sus peras.
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