Opinión
La salud mental de las embarazadas importa (y mucho)
Periodista
-Actualizado a
Hace poco me enteré de que una buena amiga que vive en otra provincia estaba embarazada de varios meses. Supe de este embarazo igual que he ido descubriendo otros muchos en los últimos tiempos: a través de Instagram. Resulta que cuando fui a felicitarla me confesó que no lo había comentado antes porque la cosa no estaba saliendo según sus expectativas. Se sentía cansada, triste, preocupada y desapegada con respecto al bebé. Entonces, nos metimos de lleno en una conversación sobre lo difícil que puede ser un embarazo y lo culpable que una se puede llegar a sentir si no está disfrutando de ese estado de buena esperanza como las muchas influencers que nos muestran su barriguita entre rutinas deportivas imposibles, tratamientos de belleza carísimos y viajes exóticos. El grado de culpabilidad aumenta un 100% cuando se trata de un embarazo deseado. Y en mi entorno, casi todos lo son, porque llegamos convencidas y bastante crecidas al preñamiento.
El de mi hija fue un embarazo soñadísimo, buscadísimo, deseadísimo y pactadísimo (se me agotan los sufijos y los adjetivos para ilustrar el grado de anhelo de aquella gestación) y no por eso, fácil. Me quedé embarazada en plena pandemia y no recuerdo un solo momento de paz desde que lo supe. La alegría por el positivo vino inmediatamente procedida por el miedo a perder al bebé. Sospecho que cuando una mujer pasa por uno o varios abortos, disfrutar del embarazo es bastante complicado. Para no alterar a la naturaleza ni sus caprichosas leyes, me pasé los primeros tres meses sin apenas moverme y lo tuve bastante fácil teniendo en cuenta que estábamos confinados. Sin embargo, pasado el periodo crítico a mí no se me pasó la angustia: fue todavía peor. Creo que el único contacto físico que mantuve durante esos nueve meses -aparte de con mi pareja- fue con todas las matronas y ginecólogas que me atendieron en mi insaciable peregrinar al Hospital Provincial de Pontevedra.
En una de mis innumerables visitas a Urgencias para comprobar que el corazón de mi hija seguía latiendo, una de las doctoras me advirtió que si seguía así iba a contagiarme. Y en aquel distópico 2020 un contagio embarazada no era moco de pavo. Se hablaba de efectos impredecibles sobre la madre y la criatura que estaba esperando, y en la televisión nos informaban día sí y día también de gestantes entubadas y bebés arrancados de sus entrañas varios meses antes de tiempo. Así que al miedo a abortar por todo (desde un tropiezo tonto a una comida en mal estado) se sumó el miedo a contagiarme, contagiar a la niña, y que me ingresasen para provocarme el parto.
Todo mi embarazo transcurrió con ansiedad extrema que acabó derivando en ataques de pánico incontrolables y, finalmente, en depresión gestacional. El quinto mes de embarazo mi psiquiatra me recetó antidepresivos y después de muchas búsquedas en Google los acabé tomando con más miedo que convencimiento. Fiarme de mi psiquiatra fue de las pocas cosas sensatas que hice durante aquellos largos meses, y ponerme en contacto con otras madres que estaban pasando por lo mismo a través del foro mamaimporta.org mi refugio y mi salvación. Siempre es un buen momento para recordar que a las madres de la pandemia nos robaron, entre otras muchas cosas, los grupos de apoyo y las citas médicas con acompañamiento. Muchas veces he pensado en todas esas mujeres que habrán recibido noticias trágicas estando completamente solas.
Estamos en la Semana de la Salud Mental Materna que este año se celebra del 1 al 7 de mayo. Se calcula que dos de cada diez mujeres tienen problemas de salud mental en el embarazo, parto y puerperio, pero más del 75% no son diagnosticadas ni reciben ningún apoyo o tratamiento médico. En el estudio Las madres no están bien, realizado por la Universidad de Alberta en Canadá durante el año 2020, se señalaba que los síntomas de depresión materna habían aumentado un 41% desde que empezara la pandemia de la covid en comparación con el 15% de antes del brote. Además, las investigadoras comprobaron cómo se había multiplicado el número de mujeres que habían experimentado un empeoramiento en sus síntomas de ansiedad pasando del 29% precovid al 72% en pandemia. Además, la pandemia aumentó también los ya de por sí intolerables niveles de violencia obstétrica. Recientemente, el comité CEDAW (Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Contra la Mujer) acusó al Estado Español por tercera vez de cometer violencia obstétrica contra las madres y sus criaturas por una cesárea injustificada.
Aunque cada vez se habla más de depresión postparto, pocas veces se señala que los síntomas depresivos pueden empezar antes del parto, durante la propia gestación y también antes de la misma. Motivos nos sobran. Soledad y aislamiento. Embarazos tardíos que llegan muchas veces después de tratamientos de fertilidad con su correspondiente dosis de hormonas y culpas. Abortos previos y largas temporadas de tu vida y de tus relaciones sexuales invertidas en embarazarte. La incomodidad del primer trimestre que a veces es completamente incapacitante, problemas de salud durante toda la gestación y pruebas médicas invasivas como la amniocentesis.
Mobbing o acoso laboral, miedo al despido –y despido-, problemas económicos y de conciliación. Conflictos con la familia, problemas de pareja, violencia machista, infantilización constante y una tonelada de culpabilidad por cosas como fumarse un cigarro, comerse un dulce o pasarse con la cafeína. Miedo a la no aceptación por parte de los otros hijos, miedo a que te pase algo, y, por qué no, miedo a la muerte. Estoy a favor de todos los estudios que nos informan y advierten de los efectos perniciosos de absolutamente TODO lo que hacemos o tomamos durante el embarazo, pero estaría bien que el sistema médico de atención al embarazo y al parto (si alguien conoce un sistema de atención al posparto que me avise) dejase de ver a las embarazadas (solo) como contenedores de bebés. Porque, como señalan desde Petra Maternidades Feministas “a las madres, ¿quién nos cuida?”.
Desde hace algún tiempo, sabemos que el embarazo modifica para siempre el cerebro de las mujeres, tal como demostró el equipo de la investigadora Susanna Carmona en una investigación publicada en el año 2019 de la que se hizo eco la revista Nature. El cerebro de la mujer sufre importantes cambios estructurales y funcionales debido al impacto hormonal durante la gestación o, lo que es lo mismo, perfecciona algunas áreas y circuitos. Lo que Carmona y su equipo nos demostraron es que algunos de los cambios producidos en el cerebro como la poda neuronal y mielinización eran tan profundos como los que las chicas viven durante la adolescencia. La psicóloga Aurelie Athan acuñó el término “matrescencia” para definir este proceso. Pero las investigadoras también nos informaron de que estos cambios, necesarios para adaptarse al nuevo periodo vital y vincularse al bebé, podían incrementar el riesgo de sufrir algunos trastornos mentales.
El estigma en torno a la enfermedad mental durante el embarazo provoca que muchas mujeres no puedan siquiera hablar del tema con sus compañeros o familias, y también que la bola de nieve que llega sí o sí con el posparto acabe convirtiéndose en un alud que lo sepulte todo. Necesitamos protocolos sensibles con las madres y sus bebés que humanicen y desmedicalicen los procesos relacionados con la gestación y el parto, y también sistemas de detección, acompañamiento y tratamiento de las dolencias emocionales durante este período decisivo. Un momento único para, al menos, dos personas. Por mi parte, solo me queda apuntar que no es ninguna vergüenza sentirse triste, deprimida o desbordada durante el embarazo. Y que el amor no está reñido con el malestar, ni la queja tiene nada que ver con el desapego. Pedid ayuda, por favor. Aquí tenéis muchos recursos.
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