Opinión
¡Pobre chica!
Por Marta Nebot
Periodista
Esta semana en las tertulias la estrella invitada ha sido La Princesita porque ahora resulta que en agosto empezará una mili de tres años que la adiestrará por tierra, mar y aire; la misma que hizo su padre. ¡Qué mal me miraron cuando al enterarme de la noticia simplemente exclamé: "¡Pobre chica!" Me afearon la conducta sin saber por qué. Les sonaba mal que la llamará "chica" –y "pobre", encima–, pero no sabían explicarme el motivo. Argumenté que no creo en la sangre azul y que lo hacía con todo el respeto, con el mismo que tengo a todas y cada una de las de su edad y en su situación y no supieron replicarme a eso.
¿Por qué no apiadarse de esta jovencita de 17 años que se ve obligada a tener una vida que no ha elegido y que le pega muy poco? Si de verdad creemos que el uso de nuestro tiempo es nuestro único tesoro, esta chica es más que pobre. Puede ser millonaria pero su tiempo será de todo menos propio.
Las pocas veces que la hemos escuchado parece de una dulzura y delicadeza poco compatibles con el gusto por la instrucción militar estándar que, si cumplen con lo que dicen, le espera. Casa Real asegura que no tendrá privilegios; sin embargo, el artículo 2 de la Ley de la Carrera Militar de 2007 estipula que el Gobierno adecuará su instrucción a lo que convenga. En cualquier caso, mientras se arrastre por las trincheras o surque los mares o aprenda a pilotar helicópteros, lo hará a las órdenes de quienes pronto estarán a las suyas y, lo hagan como lo hagan, no podrán hacerlo igual que con el resto.
También es verdad que me dan más pena otras chicas de esa edad; y ya puestos, me apena España entera por seguir manteniendo a la monarquía después de la ignominia de Juan Carlos, sin ni siquiera saber a ciencia cierta si la mayoría queremos o no a un rey como jefe del Estado. Este país, que nunca fue monárquico, que nunca preguntó a los españoles en la transición si querían o no una monarquía porque no la querían – como reconoció Adolfo Suárez a Victoria Prego y puede verse en internet solo con teclearlo–; sigue sin preguntar si queremos o no seguir con este régimen que continúa considerando inviolable al jefe del Estado y no solo en lo tocante al ejercicio del cargo, sino también en lo tocante a todo lo que se le cante una vez nombrado.
Juan Carlos pudo cachondearse de Hacienda durante todo su reinado y poner el aparato del Estado al servicio de sus múltiples aventuras amorosas o no tanto. Felipe echó sal en la herida catalana con su discurso del 3 de octubre de 2017, en el momento más inoportuno, en el único –quizá– en el que su papel podía haber sido trascendental y haber justificado algo su cargo, como reconocen importantes hispanistas monárquicos. Luego pretendió hacernos creer que renunciaba a la herencia de su padre renunciando a sus dineros sucios, como si la corona no fuera heredada y no hubiera quedado manchada para siempre con lo que Juan Carlos defraudó y con su huida a un país medieval, después de ganarse con su famosa campechanería a todo un país –incluidos muchos republicanos–. El juancarlismo cayó con todo el equipo porque este país –repito– no es monárquico. Si acaso fue juancarlista y Juan Carlos nos decepcionó a todos.
Además, la impunidad de la Corona sigue vigente a todos los efectos. Tal y como está la Constitución, Leonor podría cometer asesinatos y seguir tan pichi, pero no podría reinar si tuviera un hermano. Realmente nuestro ordenamiento no está a la altura del siglo XXI.
La única esperanza para ella y para nosotros sobre este asunto es que llegue algún Gobierno valiente que nos pregunte si creemos o no en la sangre azul y que ponga orden real en nuestro orden irreal. Porque o somos todos iguales ante la ley o tenemos reyes que, al margen de la meritocracia, entregan el control del Estado de padres a hijos, valgan para el cargo o no valgan.
Subrayada tanta incongruencia democrática, solo me falta disculparme con esta "pobre chica" que tal vez siga los designios de otros vástagos reales que recientemente han renunciado a una vida hipotecada. Perdón por los diminutivos: princesita, jovencita, mujercita… Es puro maternalismo fruto de la edad; habría dicho lo mismo si fueras un chico al que fueran a joder la vida convirtiéndolo en rey de un país que no está claro que quiera una monarquía; más bien, lo contrario.
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