Opinión
Operación bikini, operación hambre
Por Anibal Malvar
Periodista
-Actualizado a
Cuando España era un cachondeo de relativos derechos humanos y sueldos dignos, de los de llegar más o menos a mediados de mes, los periódicos estivales nos afamábamos en relatar los esfuerzos de españoles y españolas para lucir palmito, tableta, teta y morbo en las playas. A aquello lo bautizamos como operación bikini. Qué mono. En sesudos artículos, los dietistas nos enseñaban que el pepino, además de adelgazar, favorece el bronceado. Los columnistas barrigones hacían escarnio del hambre voluntaria de las millonarias gordas y de sus mucamas flácidas. Y las famosas se forraban enseñando sus novios y sus coños playeros, falsamente robados por los paparazzi, en las portadas del Diez Minutos, el Semana o el Hola. Qué época más feliz. Qué verde era nuestro valle. Un país que tiene un rato para la frivolidad, es que antes ya se ha ido preocupando de algunas otras cosas.
Es evidente que los tiempos han cambiado, y la operación bikini también. Esta España de corrupción, trincones, banqueros rescatados, políticos durmientes del Palace y hambre obrera no necesita ya de aquella operación bikini. Hoy lucimos un tipito casi biafreño, tanto en lo físico como en lo moral y en lo intelectual. Hemos evolucionado. Hoy, en veranito, nos sometemos a la operación hambre.
Por ejemplo, el gobierno extremeño se acaba de ver obligado a crear una veintena de comedores escolares para que 2.500 niños no pasen hambre este verano. Sus padres no tienen ni para darles de comer. No se dice qué gobierno se va a encargar de alimentar a los padres. La Junta de José Antonio Monago se va a gastar 600.000 euros en darle a estos niños hambrientos una comida caliente al día, y dos bolsas para que cenen y desayunen en su casa. Es un dinero que se le debe de agradecer al gobierno del Partido Popular extremeño. Un pastizal. Para que se hagan una idea de la enorme magnitud de esta solidaria inversión, el desembolso supera ligeramente el 1% de lo que se le ha ido pillando a Luis Bárcenas en paraísos fiscales. Aunque, por no ser demagogos, constatemos también que los arrapiezos extremeños se van a trincar en comer una cifra bastante superior a las 260.000 pesetas mensuales que se gastaba el PP, año 2000, en alojar a Javier Arenas en el Hotel Palace o donde fuere que depositara su charme este ilustre señorito andaluz.
Hemos regresado, como sin darnos cuenta, a aquella posguerra de niños asquerositos y piojosos que glosó Cela, a las cartillas de racionamiento, y a las colas sarnosas de indignidades humanas mendigando pan. Dentro de poco veremos a Ana Botella, disfrazada de marquesa y dejándose fotografiar por el No-Do, repartiendo sopa de los pobres en la Puerta del Sol, y recibiendo, a cada cuenco, el mantra humillado del gracias, señora, Dios se lo pague. Y Dios se lo pagará, seguro.
Me voy dando cuenta, en estos días, de que el hambre de los vencidos, en España, nunca desapareció. Lo que sucede es que, durante un tiempo prudencial, ese hambre permaneció escondido. Como permanecieron escondidos los vencedores que nos lo trajeron. Y que ahora rebrotan para regalarnos generosamente su sopa de los pobres.
El país que aspira a los Juegos Olímpicos de 2020 tiene a los niños del 2013 comiendo de la caridad. Estos niños, que por edad son los que van a competir en esos juegos dentro de siete años, no creo que vayan a ganar muchas medallas olímpicas. La de salto de altura, quizá, por lo livianos.
Solo hay una cosa que está tan mal repartida como la riqueza, y es la desvergüenza, amigo Monago. Esos niños deberían rechazar tu caridad y arrasar tus palacios de verano y de invierno, que de primavera tú no entiendes: ejércitos de petits gavroches arrancando a dentelladas de leche y rabia lo que da la tierra, que es suyo, y no aceptando las limosnas de los gobiernos, que aun son vuestros. Un país que dedica 100.000 millones de euros a rescatar a la banca y 600.000 pavos a dar limosna a niños hambrientos no es un país. Aunque sí tenga unas fronteras muy bien definidas: las de su estupefaciente indignidad.
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