Opinión
Negre que te quiero Negre
Por David Torres
Escritor
En Argentina, tierra de promisión que acoge a todo tipo de gentes, recibieron a Javier Negre con la generosidad habitual que otorgan a cualquier emigrante. Lo raro es que no lo recibieran con la misma repugnancia con la que Negre trató a un pobre emigrante que intentaba ganarse la vida vendiendo sombreros en un top manta en Galicia. Primero le preguntaba si tenía permiso para estar en el paseo marítimo, como si fuese David Hasselhoff en Los vigilantes de la playa, y luego le decía que los artículos expuestos a la vista del público eran pirateados. Cosa que seguramente era verdad, pero que, al lado de las mentiras y las invenciones periodísticas de Negre, bien podían formar parte del ajuar del palacio de Buckingham. "Está mal vender eso, ¿no?", preguntaba sin pudor alguno Negre, un vendedor de mierdas certificadas.
En un acto público de la CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora), Negre se marcó un discurso de lo más original donde explicaba que hace cuatro años, antes de la pandemia, era un periodista muy prestigioso en España al que perseguían porque empezó a denunciar la corrupción endémica del gobierno de Pedro Sánchez. La realidad es que, cuatro años antes de la pandemia, Negre publicó un reportaje sobre una mujer víctima de torturas, un reportaje que la Justicia dictaminó que se había inventado de cabo a rabo y que le costó al diario El Mundo una rectificación y treinta mil euros de multa. Era difícil caer más alto pero la carrera de Negre en el fabuloso género del periodismo de ficción no había hecho más que empezar. Eso por no mencionar su apabullante éxito en los expedientes judiciales, lo que le valió el no menos prestigioso apodo de "el Condenas".
También es cierto que el modus operandi de Negre se encuadra en el flamante movimiento de la posverdad (la paparrucha de toda la vida), una forma de describir una realidad a la medida cuyos orígenes se remontan al primer australopithecus que se inventó que había visto un mamut volando a fuerza de pedos. La resurrección actual del movimiento puede fecharse el día en que el jefe de prensa de Donald Trump dijo que había asistido más gente a la toma de posesión del nuevo presidente que a la de Obama. Entonces, cuando las televisiones mostraron imágenes de la magnitud de la trola que había soltado, Kellyane Conway, consejera presidencial, explicó que el jefe de prensa no mentía, que no se trataba de una falsedad sino de "hechos alternativos".
La charla que expectoró el otro día Javier Negre estaba llena hasta los topes de hechos alternativos, aunque la auténtica novedad era que Negre volvía su cámara de reportero dicharachero sobre sí mismo al inventarse una autobiografía ficticia en la que sólo le faltó añadir que mide uno noventa, tiene los ojos azules y se llama David Hasselhoff. Cuando veo mentir a alguien con tanto aplomo y tanto desparpajo, no me queda otro remedio que pensar que a lo mejor se está creyendo sus propios embustes, abrazándolos con esa fe ciega con la que Negre aseguró que habló un día con Dios y que Dios le enseñó el camino. Total, tampoco es que Dios vaya a llevarle la contraria.
Tengo yo un colega a quien, de vez en cuando, le da por inventarse hechos alternativos de lo más estrafalario y a veces los amigos las pasamos putas para zafarnos, aunque sabemos que no lo hace con mala intención. Tiempo atrás me llevó a una charla con sus alumnos de literatura y empezó a pintarme un retrato al natural plagado de hipérboles y disparates que tuve que cortar cuando afirmó que yo estaba nominado al premio Nobel de Literatura. Pero lo decía con tal convencimiento, con tanta vehemencia que, joder, yo mismo me lo estaba creyendo hasta que se le fue la mano en Estocolmo. Supongo que algo parecido les ocurre a los admiradores de Negre, porque es muy difícil no confiar en un tipo que está diciendo exactamente lo que quieres oír. Más aún si el tipo tiene línea directa con Dios.
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