Opinión
Medalla a Mussolini
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
El miércoles por la mañana nos despertamos con la noticia de que el gobierno español había concedido sendas medallas a la primera ministra italiana Giorgia Meloni y al presidente del país, Sergio Matarella. Muchos pensamos que se trataba de un error y, en efecto, al poco tiempo anunciaron que en el B.O.E. se habían equivocado y que la medalla concedida a Matarella (la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III), no era una medalla sino el Collar de la Orden. Qué curioso, pensábamos que la equivocación estaría en el galardón concedido a Meloni, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Lo lógico en un gobierno supuestamente de izquierdas era concederle a Meloni el Gran Fémur del Osario de Atapuerca o, al menos, el Piedrolo del Retrete de Numancia.
Con esto de los premios y las condecoraciones hay que andarse con mucho cuidado, porque a la mínima los organizadores se despistan y te cuelan un gazapo. Decía Borges que la fama es un malentendido, quizá el peor de todos. Por eso mismo Buñuel, quien solía rechazar amablemente tributos, galardones y honores, contaba en su extraordinario libro de memorias, Mi último suspiro, que para una vez que aceptó uno en México comprobó resignado cómo el malentendido estaba al final de la placa donde habían grabado su nombre: “Al gran director español Luis Buñuelo”. El apellido Meloni también merecía una errata de éstas. Una por lo menos.
Sin embargo, lo de concederle la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica a Giorgia Meloni parece bastante adecuado, sobre todo porque la reina castellana y la primera ministra italiana van a la par en lo que se refiere al racismo acérrimo y al catolicismo de relumbrón. En el caso de la monarca, el racismo se entiende por su fecha de nacimiento, allá a mediados del siglo XV, una época donde los derechos humanos se escribían con mierda de perro. Incluso los genios más insignes del Siglo de Oro comparten ese desprecio por judíos, moros y gitanos, con ejemplos tan notorios como Quevedo, antisemita por la gracia de Dios, y Cervantes, que en el primer párrafo de La gitanilla tachó a los gitanos de ladrones natos.
La verdad, ser racista en el siglo XV era tan natural como respirar. Lo que tiene mérito es lo de Meloni, manteniendo estereotipos obsoletos hace siglos, como si todavía se aplicase sanguijuelas y se bañase una vez al mes en un barril. Aun más admirable resulta que haya contagiado su grima irracional hacia otras etnias a todo el estado italiano, lo que en octubre pasado le valió un tirón de orejas en el Consejo de Europa, que acusó de xenofobia al país entero y, más en concreto, a su policía y sus fuerzas del orden. Es lo que ocurre con el orden, que tarde o temprano acabas ordenando las naciones por colores y al final te sale el Mein Kampf.
Curiosamente, la medalla a Meloni llega más o menos a la par que el anuncio de Pedro Sánchez sobre la celebración, el año próximo, del 50 aniversario de la muerte de Franco. Hombre, teniendo en cuenta que el genocida se murió de asco en la cama, tampoco es que haya mucho que celebrar, más aún cuando, entre unas cosas y otras, parece que, más que morirse, la momia asesina de Franco está batiendo el récord mundial de aguantar la respiración. Cada día asoma la nariz un político, un juez o un periodista hablando en riguroso blanco y negro, con la voz del NODO detrás, por no hablar de esa Fundación que compite en descaro y repugnancia con el bar chino de Usera. Pedro Sánchez dice que habrá un centenar de actos en 2025 celebrando la efeméride y el prólogo -quién iba a pensarlo- ha sido concederle una medalla a Mussolini. Menos mal que son de izquierdas, eh.
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