Opinión
Mazón: como zombi sin cabeza


Por David Torres
Escritor
La noche del miércoles, durante la fiesta de las Fallas, el ninot de Carlos Mazón se resistía a arder y un bombero tuvo que arrancarle la cabeza y arrojarla a las llamas. Parece una parida de las mías, sí, pero se trata de una noticia monda y lironda, una de ésas que no funcionaría en la ficción por ser demasiado inverosímil. Cada vez más a menudo, la actualidad se permite licencias que no se le perdonarían a un novelista enloquecido, harto de farlopa y borracho de realismo mágico. Para que alguien se la creyera en mitad de una novela, la historia del PP valenciano tendría que escribirla Tolkien (una versión de El señor de los anillos donde vencen los orcos) pero en cuaderna vía, como Los milagros de Nuestra Señora.
Sin embargo, la historia sigue adelante día a día, página a página, en un remolino de despropósitos que parece no tener fin. Fabra ganando sin cesar a la lotería, Barberá elevada a mártir tras su repudio, Camps regresando de la tumba, Zaplana jugando una partida de petanca con la Muerte en una playa de Benidorm. Cuando vi El reino, la aplaudida película de Sorogoyen, casi me echo a reír ante lo endeble de una propuesta cinematográfica que parece un chiste al lado de la realidad. Ni el director, ni los guionistas, ni los actores, ni siquiera los atracones de gambas se acercan ni de lejos al esplendor y la fetidez de las auténticas tramas corruptas que han arrasado durante décadas el litoral valenciano.
Aun así, cuando piensas que todo ha terminado, que nada puede superar la obscenidad del fraude de la Fórmula 1 ni los 43 muertos del accidente en el metro de Valencia, aparece Mazón merendando en El Ventorro mientras una riada mata a más de doscientas personas. Cualquier político decente o indecente habría dimitido al día siguiente -uno japonés probablemente se habría hecho el harakiri-, pero Mazón posee la incombustible cara dura del pepero que no dimite ni a tiros, así le lluevan encima petroleros embarrancados, niñas abrasadas en un incendio, cadáveres de militares sorteados en bolsas o una contabilidad de fogueo repleta de mierda. A estas alturas, Mazón ha dado tantas versiones diferentes de lo que estaba haciendo y dejando de hacer durante aquellas horas cruciales, cuando las aguas arrasaban Valencia, que le ha quitado el puesto al gato de Schröndinger: está vivo y muerto a la vez.
Que Mazón es un zombi, un cadáver en pie, lo dice ya hasta la prensa de derechas más recalcitrante, intentando amputar cuanto antes la carroña de ese presidente autonómico que ha conseguido que el resto de la podredumbre del partido parezca sana en comparación. Van cinco meses de excusas, contradicciones, disparates, embustes, balones fuera, ataques al gobierno y a agencias estatales; cinco largos meses en los que Mazón ha ido cubriendo todas las categorías de la sordera, la inopia, la irresponsabilidad, la pachorra, la infamia, la torpeza y la idiotez.
Esta misma semana escribió un mensaje en Twitter donde decía que las Fallas “inundan cada rincón de la ciudad con música y ambiente”. Se le ve muy preocupado, la verdad. El ninot incombustible que colocaron en las Fallas iba disfrazado de Wally, mientras el otro Mazón se parapetaba detrás de la alcaldesa y la fallera mayor. Salvo por el olor a muerto, no es sencillo dilucidar cuál de los dos Mazones será el verdadero: tampoco es que haya mucha diferencia. Mazón también lo sabe y por eso no dimite, aunque esté más quemado que Juana de Arco: porque daría lo mismo que en las próximas elecciones el PP presentara de candidato a un muerto o a un ninot.
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