Columnas
No matarás / No codiciarás bienes ajenos
Por Ignasi Gozalo-Salellas
Ensayista y profesor de Comunicación y Filosofía (UOC)
El lunes 9 de diciembre los medios de medio mundo se hacían eco de una noticia que, de haber sucedido en cualquier otro lugar que no fuera Nueva York, muy probablemente hubiera pasado desapercibido: una persona con el rostro tapado asesinaba de un tiro a un hombre de media edad en la entrada del mítico Hotel Hilton del Midtown de Manhattan. Pronto supimos más detalles menos comunes del hecho ocurrido. La víctima era un alto directivo —el CEO, Brian Thompson- de la principal aseguradora de salud de Estados Unidos, UnitedHealthcare. Sus más de 58.000 trabajadores y casi 33.000 millones de dólares de beneficios, gracias a los programas de salud Medicare y Medicaid, impulsados por las dos últimas administraciones demócratas —la de Obama y la de Biden—, la han convertido en una de las empresas más grandes del mundo por beneficios netos. Es el gran monstruo de los seguros de salud en Estados Unidos.
Pocas horas después fuimos sabiendo más datos sobre el presunto asesino. No se trataba de un verdugo a sueldo, ni de un pandillero perpetrando un ajuste de cuentas. Luigi Mangione es un chico joven, de 26 años y procedente de una de las familias más acaudaladas del rico estado de Maryland. Mangione, estudiante de ingeniería de la red de universidades más elitista del sistema universitario norteamericano, la Ivy League —en concreto, en la Universidad de Pennsylvania, por donde pasaron también Musk, Trump o Buffet, aunque también Chomsky o el cantante John Legend— podía haber sido uno de aquellos alumnos que yo tuve en esa institución hace años.
Recuerdo esos años. Conscientes de su privilegio social y de nuestra precariedad material —la de los jóvenes profesores, y más aún la de los doctorandos becados por los millones de los ricos papás de esos chicos de vida bien estante, buena formación y fría personalidad—, parecían pasar por la vida volando, sin dificultades aparentes y con mucha confianza en su futuro. Varios de ellos serían hijos de grandes ejecutivos de empresas contra la salud, como ese Thompson. Son empresas que invitan a sus ciudadanos a elegir entre dos oscuros destinos: malvivir de mala salud o malvivir arruinado, a veces rumbo a la muerte en ambos casos. A ese destino acabó abocado el joven Mangione - para quien el dinero nunca había sido un problema -tras años de dolor en la espalda. Decidió operarse y no se recuperó de los estragos físicos, financieros y existenciales de una vida no reparada, porque estas grandes factorías del dolor no te garantizan la salud; solo tu sentencia a muerte si no entras en la rueda de la servidumbre del copayment infinito.
Desde el 9 de diciembre el mundo tomó conciencia de que la dictadura de las mutuas, aplicada en nombre de la salud como un ‘capital’ que les pertenece a ellas, afecta incluso a las capas más privilegiadas del país más rico del mundo. Desde el 9 de diciembre, la multitud de ciudadanos humildes pero honestos ya no se siente el último paria de un sistema que aplica el rodillo económico y existencial sin distinción alguna, expulsando a todos del espacio seguro de una vida digna. Por ello, Mangione se convirtió a ojos de la gente en una especie de Robin Hood de la dignidad, un símbolo no del anticapitalismo pero sí del antiextractivismo hecho a partir de nuestros cuerpos y mentes. Durante los últimos tiempos se había aislado de su mundo de privilegios y, entregado a la lectura de un asceta del terror como Unabomber, dejó escritos en que el rastro del asesinato olía a desafío contra la inmisericorde moral de la fábrica de la salud norteamericana.
Pero lo que la vida acomodada de Mangione, entre campos de golf y campus de élite no le habían permitido saber, es que el suyo no era un fenómeno nuevo. Al hilo de un artículo rememorando la “vida fácil” de la gran cronista del Hollywood de los años 70, Eve Babitz, recordé el trágico accidente que sufrió en un coche en la cúspide de la notoriedad pública. Su cuerpo ampliamente abrasado sería el primero de los dolores; el segundo, una factura infinita de los servicios de salud contratados y pagados gracias a un pionero crowdfunding hecho en plena era analógica por su amplia red de amistades públicas. La nada naif superficialidad de Babitz facilitaría con ese relato en primera persona la visibilización de un ‘dolor’ muy extendido en la sociedad, incluso en ciertos ámbitos del ‘mundo de los famosos’: el de tantos artistas y socialités viviendo un ‘teatro paralelo’ de apariencia pública invivible en privado. Y así, tantas personas queridas y altamente cualificadas que me acompañaron a lo largo de ese supuesto sueño americano mío que yo iba a vivir en 2012 y que pronto dejó paso a una peligrosa sensación diaria de pesadilla vital; así viven millones de ciudadanos del país más rico del mundo.
El penúltimo caso, alarmante, en el campo de las aseguradoras médicas, lo ha protagonizado el último zombi de un Estado que desfallece poco a poco: la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado (MUFACE). Tres mutualidades privadas —Adeslas, Asisa y DKV— han llevado el pulso al Estado al punto de parar el desmontaje de una institución que daba apoyo vital a sus trabajadores públicos para incorporarlos al Sistema Nacional de Salud. Sin embargo, el Estado subroga la responsabilidad de la salud a empresas que solo buscan el beneficio corporativo y anónimo en vez del colectivo. Así eleva en las últimas horas un 33% las cifras de la licitación. Las aseguradoras, a su tiempo, siguen exigiendo mayores márgenes, mientras esos ancianos que algún día fueron servidores del ciudadano ven sus derechos a una vida digna amenazados.
Así que no nos extrañe en el futuro tener que leer noticias de desesperación similares en España. El supuesto asesino Mangione cumplirá condena, si se confirman los hechos, por incumplir el quinto mandamiento de la moral cristiana: “No matarás”. Si nuestra sociedad sigue basándose en esa moralidad del castigo, ¿cuándo van a pagar las grandes industrias extractivistas de la salud por incumplir el último y más noble de los mandamientos: “No codiciarás los bienes ajenos”? Me refiero simplemente a la vida de cada ser humano, que merece ser vivida dignamente sin diferencias ni recuerdos de impago.
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