Opinión
¿Ser madre es machista?
Periodista
Desde hace varios días, ha agromado en Instagram la quintaesencia de los debates dentro del feminismo: una compañera se ha cagado en la maternidad. Entre muchas cosas, ha dicho que la maternidad es la mayor de las opresiones que tenemos las mujeres, que el instinto maternal no existe y también que no nos podremos emancipar del patriarcado mientras nos dediquemos a cuidar. Y para ello ha usado un eslogan más viejo que la tos: “Mientras los hombres gobiernan, nosotras cuidamos y amamos”. También ha dicho que las personas que tenemos hijos lo hacemos para llenar un vacío existencial y tener un propósito en la vida, y ha ofrecido tres posibles escenarios: ser madre y vivir como una esclava; serlo, y seguir con tu vida sintiéndote mala madre; y no serlo y vivir libre y sin esa carga mental. Conozco bien algunos de estos argumentos porque fueron los míos durante años. Cuestionar el mito de la libre elección en un entorno en el que se nos socializa para ser madres es tarea del feminismo, tanto como proteger y promover la maternidad libremente elegida y deseada. Mucho menos me gustó esa consideración de alienadas, así en general, hacia todas las madres, a las que culpó de mostrar la cara más amable de la maternidad. Y muy poco afortunada estuvo la compañera al comparar la supuesta situación de explotación en la maternidad con la que viven las mujeres en el porno o en la prostitución. Equiparar las opresiones que vivimos las madres occidentales con las de las víctimas de violencia sexual me parece una frontera que nunca debemos cruzar. El único símil que se me ocurre entre maternidad y prostitución es la mal llamada gestación subrogada o explotación reproductiva.
Desde la publicación de la Mística de la Feminidad en 1963 han sido numerosas las autoras que han seguido la senda de Betty Friedan rechazando el papel de esposa y madre e intentando aniquilar aquello que se dio en llamar "el ángel del hogar". En su famosa obra, se refería Friedan a mujeres que padecían aquel malestar que no tiene nombre, mujeres frustradas y apartadas de toda vida pública que sostenían el sistema trabajando en la invisibilidad de sus hogares. Heredera de la tradición ilustrada, reivindicaba el uso de la razón en contra de la identidad natural y el feminismo de la igualdad (frente a lo que después se dio en llamar feminismo de la diferencia) en una vana pretensión de querer igualarnos al hombre renunciando a nuestra faceta sexual y reproductiva. Friedan pensaba que era suficiente conseguir igualdad de oportunidades por ley y el acceso a trabajo asalariado, pero hoy sabemos que esa supuesta liberación ha aumentado la desigualdad y ha multiplicado nuestro trabajo. Sulamith Firestone, aseguraba que la raíz de la opresión de las mujeres era su capacidad reproductiva e incluso abrazaba técnicas de reproducción in vitro como solución a los “procesos de servidumbre” del embarazo, el parto y la lactancia. Desde el socialismo, Lidia Falcón apuntaba que: “La capacidad reproductora femenina es la causa y el principio tanto de la sociedad humana como de la explotación femenina”. También equiparaba el trabajado reproductivo con el productivo “la maternidad es un proceso de producción humillante, fatigoso, doloroso, que debe desaparece rápidamente” (La Razón Feminista, 1982). Pero el recurso a la biología dejó de ser válido dentro del feminismo radical cuando quedó claro que el origen de la división del trabajo, y de nuestra opresión, estaba en la cultura (patriarcado) y no en la naturaleza.
A día de hoy, el escenario de nuestras antecesoras está superado: la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral es una realidad. Nuestra precariedad y doble jornada, también. Parece que no tiene mucho sentido seguir despreciando el aspecto reproductivo de las mujeres. Además, al rechazar de pleno características inherentes al sexo femenino como hembras humanas, le podemos estar dando la razón al posmodernismo que ya sabemos cómo se las gasta para reinterpretar teoría feminista.
Yo también me creía más libre, menos alienada y más lista que las madres. No tragaba tampoco a las madres influencers que coleccionan hijos, trabajan, hacen deporte y salen perfectamente maquilladas y peinadas en una casa en donde reina el orden. A mí también me molestaba la gente cursi que decía que ser madre es lo mejor que te podía pasar, con el lío que tenía yo en mi vida para ser libre e independiente. Cuando no eres madre sientes que te bombardean con mensajes que incitan a la maternidad, a un tipo de maternidad en concreto, y cuando lo eres, te das cuenta de lo invisibilizadas que estamos las madres. Es normal que convivan ambos discursos. El sistema nos quiere insatisfechas. Por eso, cuando no eres madre, te crees que la representación de la maternidad mítica representa a alguien y cuando lo eres, buscas comunidad de madres críticas.
Entiendo el cabreo de la compañera por el trabajo doméstico inherente a los cuidados, pero no se puede ser madre sin cuidar. Los cuidados a la cría son necesarios y los únicos que evolutivamente han permitido que la especie siga existiendo. No existe ningún vínculo sagrado, pero el instinto mamífero existe y es real. Si no fuese así, con lo delicados que son, la mortalidad infantil sería mucho más alta. Algo de instintivo tiene que haber para que hayamos llegado hasta aquí. Vivimos con un instinto desprogramado en un entorno hostil. Somos hijas de una generación de madres que fueron instruidas en ideas que presuponen que “tu bebé te manipula”. Pero si algo he aprendido en estos meses de madre, es que desnaturalizar la crianza no va en contra del patriarcado, sino de los niños. Por supuesto, soy muy consciente de que esta “ofensiva naturalista” agota a unas madres que hacemos malabares para criar con apego y amor mientras intentamos seguir con nuestra vida laboral (la social ni la imagino) viendo cómo la conciliación es una utopía. Viendo cómo las empresas siguen esperando que los hombres ignoren las necesidades de sus familias.
Claro que la maternidad no es emancipadora, porque cuando tienes un hijo las decisiones sobre tu propia vida ya no son unilaterales. Pero tampoco lo es el trabajo remunerado, en donde tu vida la maneja un jefe al que en la mayoría de las ocasiones tu vida personal y afectos le importan una mierda. Claro que la maternidad penaliza en el mercado laboral y empobrece a las madres. Claro que seguimos cuidando gratis y que la profesionalización de los cuidados es también la profesionalización de la pobreza femenina. Es cierto que en esta materia los avances no han sido significativos ni rápidos. Desde el año 1989, las bajas por maternidad siguen estancadas en 16 semanas. Mientras los padres han visto necesariamente aumentados sus meses de baja, nosotras seguimos reivindicando permisos de recuperación del parto y crianza.
Como la compañera, yo tampoco creo que haya necesidad de traer hijos al mundo. Tampoco creo que las madres tengamos que tener más responsabilidad al criar a hijos que sean los motores de cambio, que ya bastante tenemos. Pero a pesar de todo, va a seguir habiendo madres y va a seguir habiendo críos. Y por encima de todo, y de todas, va a seguir habiendo patriarcado. Ser madre es una decisión personal, maternar un acto político.
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