Opinión
Cuando no ser madre no es tu decisión (ni tampoco tu culpa)
Periodista
Escribe Míriam Aguilar en su libro ¡Y ahora qué? Una reflexión sobre la no maternidad por circunstancias que “el hecho de acabar un proceso de búsqueda de maternidad sin un bebé en los brazos es algo que existe, que nos pasa a muchas mujeres, hayamos elegido parar de intentarlo o nos hayamos visto forzadas a hacerlo por diferentes circunstancias”. En el mes de la concienciación sobre la fertilidad conviene recordar que querer no siempre es poder, y que la cultura del esfuerzo y sus consignas capitalistas generan frustración y culpa en muchas mujeres que se dejan la salud y los ahorros en intentar ser madres por encima de todo, incluso de si mismas.
En España, el 11% de los nacimientos ya son fruto de la reproducción asistida y el 5,4% de las mujeres de entre 18 y 55 años se ha sometido alguna vez a un tratamiento médico de reproducción. Las mujeres que congelan sus óvulos se han multiplicado por 30 en la última década, aunque cada vez más voces expertas señalan que esta técnica no garantiza el embarazo futuro: la fertilidad (y la infertilidad) son procesos multifactoriales. Se gesta en un cuerpo de mujer entero, en donde se ponen en marcha todos nuestros sistemas, más allá de la viabilidad del óvulo implantado. Si bien es verdad que el número de madres mayores de 45 años no ha dejado de aumentar, hay una realidad menos amable que recibe pocos titulares: una de cada diez mujeres en edad reproductiva no podrá ser madre.
Hace unos meses, cuando me llegó el libro de Míriam Aguilar a casa, fui incapaz de leerlo. No me sentía con fuerzas para enfrentarme a una lectura que me removiese las entrañas ya que muchas de nosotras, también las que somos madres, hemos sufrido pérdidas gestacionales y hemos sentido el miedo atávico -y patriarcal- de no poder engendrar. El fantasma de la infertilidad se nos cuela cada día en titulares más o menos sesgados que hablan del drama de la natalidad en España con sujeto femenino. Nos los sabemos todas de memoria: “las mujeres españolas no tienen hijos suficientes para cubrir la tasa de reemplazo”, “las mujeres españolas son madres tardías”, “las mujeres retrasan la maternidad en pro de sus proyectos profesionales”. Las mujeres, dedicándonos siempre a otras cosas hasta que se nos pasa el arroz.
Tal y como señala Míriam Aguilar “En España, la infertilidad social constituye la principal razón por la que las mujeres de cuarenta años o más no tienen hijos, pero apenas se habla de ello”. Los problemas socioeconómicos pesan mucho más que un supuesto hedonismo que dibuja a las treintañeras como vividoras. El acceso a la vivienda se ha vuelto imposible, la precariedad es nuestro pan de cada día y la independencia una quimera. Por encima, y lejos de lo que podría parecer, en España el trabajo asalariado es un factor de riesgo para tener hijos. Seamos madres o no, a ninguna se nos escapa la enorme penalización que supone la maternidad en nuestras carreras laborales, tan grande que te arriesgas a quedarte sin ella después de parir. Los datos de la última Encuesta de Fecundidad también señalan que las mujeres retrasan en más de cinco años la edad que consideran ideal para ser madres y que la fecundidad deseada está muy por encima de la real o, lo que es lo mismo, tenemos menos hijos de los que nos gustaría.
La infertilidad social va más allá de las causas biológicos o fisiológicas, y la fórmula de pareja estable, trabajo fijo y casa en propiedad igual a hijos, se nos ha enquistado a generaciones enteras que sobrevivimos con trabajos parciales hasta pasados los 30, compartiendo piso mucho más allá de la época universitaria, o malviviendo con nuestras parejas en casas poco aptas para la crianza de los hijos. Además, muchas mujeres se han visto forzadas a retrasar sus proyectos familiares porque sus compañeros no querían ser padres cuando ellas quisieron, o por no haber encontrado a la persona adecuada en sus años de mayor fertilidad. Ser madre sola, esa supuesta panacea a la que se nos aboca también desde la sociedad líquida y la industria de la reproducción asistida tiene sus “peros”: supone más inversión de dinero, más requisitos y muchos trámites, desconocidos para la mayoría de nosotras. Señala Míriam que “Muchas mujeres no saben si hubieran podido quedarse embarazadas porque no tuvieron la oportunidad de intentarlo. Sientes que les ha sido arrebatada la posibilidad de elegir ser madres, no serlo o dejar de intentarlo, como si las circunstancias de la vida hubieran tomado esa decisión por ellas.”
Y si hablamos del cuidado de la fertilidad ya va siendo hora también de ocupar titulares con los datos relativos a la fecundidad masculina, que ya es más baja que la de las mujeres en España y ha alcanzado el mínimo histórico en el último medio siglo. No solo eso, el semen en los países desarrollados es cada vez de peor calidad y la edad de los hombres también es un factor de riesgo en la paternidad biológica, algo a tener muy en cuenta cuando en la mayor parte de las parejas con diferencia de edad, el varón es el mayor. Aunque el negocio de la reproducción asistida nos haya elegido a nosotras como principales destinatarias y clientas, se calcula que un 15% de los hombres son infértiles y, si la tendencia sigue así, es posible que el porcentaje de hombres con problemas de fertilidad supere al de las mujeres tal y como advierten los autores del estudio 'Human Reproduction Update’.
Quizá si hablásemos más de que los problemas de fertilidad afectan por igual a ambos sexos, la presión social no recaería siempre sobre las mujeres, el tabú se acabaría y los asuntos que conciernen a la reproducción interesarían en la misma medida a los hombres propiciando un cambio social, económico y político de calado. Sin embargo, somos nosotras las que seguimos aguantando las preguntas bienintencionadas, las expectativas y el estigma. Tal como señala Míriam, hay mujeres o parejas que están en proceso de búsqueda que se ven obligadas a dejar de socializar en determinadas circunstancias, por salud mental.
Leer a Míriam resulta profundamente inspirador pues la autora no habla desde la resignación o la culpa, sino desde el amor propio, la valentía y la liberación que supone dejar de intentar ser madre, a pesar de querer serlo, y de cómo se transita un duelo cuando tu proyecto familiar se viene abajo y toca recomponerse de nuevo desde lo personal, lo laboral y lo emocional. Miriam lo tiene claro, hay otros finales felices, aunque el deseo de maternidad no se haya cumplido. La enseñanza es radical, porque a veces elegir parar es elegir salvarse, elegir no caer trituradas por un sistema que nos quiere eternamente insatisfechas y tullidas, faltas de algo o de alguien. “La industria de la reproducción asistida no pondrá los límites. Esa es una responsabilidad nuestra” señala, y por eso es necesario preguntarse qué es ético o moral para nosotras, cuáles son nuestros límites o valores, siendo conscientes, además, de que muchas mujeres no pueden acceder a determinados tipos de tratamientos que no están financiados por la sanidad pública. Toda la tecnología del mundo no siempre obra el “milagro”. La realidad se esconde, las de tasas de éxito se maquillan, y el sufrimiento y las consecuencias sobre la salud de las mujeres, se silencian. Tal como dice Míriam Aguilar, no le debemos la maternidad a nadie. Ni siquiera a nosotras mismas.
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