Opinión
No solo estamos locas
Periodista y escritora
Conocerte. Saber decir no y decir basta. Cuidarte y cuidar de tus alrededores, las personas, los seres vivos, las cosas. Plantar cara a la injusticia, encogerte de hombros ante la estulticia. Y seguir tirando. Es lo menos a lo que se puede aspirar y es mucho, muchísimo. Podría ser una idea del éxito.
Pero para eso primero tienes que saber narrarte. Y para poder narrarte necesitas un relato anterior tras otro tras otro, una acumulación de relatos de quienes te preceden y de los que echar mano.
Pienso en Simone Biles y en la idea que tenemos del éxito. Ahí, las mujeres salimos perdiendo de lejos. Por lo del relato, la falta de relatos. Si no tienes a qué agarrarte para poder saber quién eres, un espejo en el que mirarte, salir airosa es tarea prácticamente imposible. Hasta que la primera mujer no alzó la voz y dijo “denuncio que me han tocado una teta”, tocar una teta formaba parte de eso que Plácido Domingo consideraba habitual “en aquellos tiempos”. Sin embargo, en ningún momento a una mujer le ha gustado que le toquen una teta sin su permiso, sin su apetito, pero hace falta que la primera lo diga, y tras ella, todas las demás. Nuestro relato se construye por acumulación.
Reconocer el fracaso, las limitaciones propias, alguna incapacidad, es un éxito indudable. Mayor que ganar al resto. ¿Quién es el resto? Pero hace falta esa primera mujer que lo exprese, que eche a rodar el relato al que muchas se sumarán.
Los hombres, con la mítica del perdedor ya tienen mucho ganado, un apoyo común que viene de lejos, de mucho tiempo atrás. Hay perdedores graciosos, valientes, entrañables, perdedores tiernos a los que amar y con los que identificarse. El perdedor se construye sobre la idea del antihéroe y, en ese sentido, tiene que ver con el héroe, aunque sea su reverso, es la otra cara del héroe, tiene su indudable encanto. La literatura y la cinematografía están plagadas.
La perdedora mujer tiene uno de los siguientes rasgos, o todos: gorda, loca, bebedora, vieja, sola, histérica, puritana, mala, torpe, sucia, pobre…
En el caso del hombre, ser gordo, viejo, bebedor, excéntrico, torpe o estar solo no son atributos que lo definan como perdedor. Sencillamente no resultan peyorativos y hay modelos más que suficientes que así lo muestran. El maestro torpe, el detective bebedor, el viejo elegante y sofisticado, el gordo todopoderoso, y sobre todo el chico malo, lo que ahora llaman un “malote”. Encantadores y apetecibles, ¿no? Incluso en el caso de la homosexualidad existe tal sesgo. Basta comparar el catálogo de personajes gais y sus características con la histórica repulsión que despiertan las lesbianas, hasta hace nada retratadas como mujeres gordas, viejas, hurañas o sucias y “con bigote”.
Solo en los últimos años, muy ultimísimos, se aprecia un ligero cambio en las narrativas sobre todo lo anterior, cambio que dicho sea de paso choca contra el desprecio y la mofa de un amplísimo sector de la población que se declara harta de cuentos de mujeres, ideas de mujeres, reclamaciones de las mujeres para una nueva narración de nosotras mismas. Quienes “consumen” dicha nueva producción cultural (libros, cine, teatro, series, música artes…) son, además, en su inmensa mayoría mujeres.
Si el éxito, en los hombres, no está ligado a unas determinadas características, salvo contadas excepciones, la estigmatización en las mujeres tiene tantas posibilidades como rasgos humanos les quepan. Entre ellas, la más lacerante y popular es la de la salud mental, que en nuestro caso recibe el nombre de “estás loca”, con el acostumbrado adjetivo de “tómate la pastilla”.
Estás loca porque protestas. Estás loca por la regla. Estás loca por la menopausia. Estás loca porque te quejas. Estás loca porque te ríes. Estás loca porque bebes. Estás loca porque bailas. Estás loca porque lloras. Estás loca porque insistes en reclamar justicia. Estás loca porque estás embarazada. Estás loca porque denuncias. Estás loca porque “ves machismo en todas partes”. Estás loca, así, en general.
De la misma manera que te llama borracha un tipo con un cubata en la mano, otros tres en el cuerpo y un gramo de farlopa en el bolsillo, te llama loca otro mientras se toma un ansiolítico. Ah, pero el tipo que va al psiquiatra es un hombre culto y la mujer, una pobre desequilibrada.
Ese es el relato habitual e histórico. Ese es el espejo en el que unos y otras podemos mirarnos, sencillamente porque es el que existe y ha existido siempre. Hay que sumarle la brutal carga de culpa que lleva aparejada el hecho de “estar loca”.
Por eso resulta relevante el gesto de Simone Biles. Como la primera mujer que consideró acoso al acoso en lugar de galanteo, y así lo dijo, Biles ha llamado humanidad a la salud mental. Ha conseguido, además, hacer de esa declaración de incapacidad un éxito. A partir de ahora, aquellas que ya no puedan más, que acepten sus limitaciones, que admitan tener problemas mentales ya no estarán locas. Al menos no para sí mismas. Y una tras otra tras otra acabarán componiendo un relato al que agarrarse, ese que nos falta y llenan con la palabra loca perfumada de culpa.
Si el éxito es conocerte, saber decir no y decir basta, cuidarte y cuidar o plantar cara a la injusticia, si es así ya vamos acumulando un relato común sobre el que construirlo. Así que no solo estamos locas, sino que ya podemos empezar a reírnos de eso e ir tirando. Poco más se puede pedir. Y, al fin y al cabo, quién no lo está.
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