Opinión
Hablemos de dinero, mi amor
Periodista
Todo el mundo sabe que el momento más tenso en una cita de First Dates llega a la hora de pagar la cuenta. Una cita que está yendo maravillosamente bien puede venirse abajo por una decepción a la hora de poner los cuartos. Extrapolado a la vida real y a las relaciones reales pasa exactamente lo mismo. El dinero importa, y mucho, por poco romántico que nos parezca hablar de ello después de echar un polvo.
Unos días antes de escribir este artículo mi pareja y yo nos sentamos a hacer números. Nosotros tenemos una cuenta común en la que vamos ingresando proporcionalmente a nuestros ingresos para gastos de casa y de la niña y, además, pagamos puntualmente desde nuestras cuentas personales cuando quedan pocos fondos en la común, cuando nos queremos invitar o regalar, o para asumir algún "capricho" para nuestra hija, como un libro o un juguete. No tenemos ningún día fijado para el ingreso, ni una cantidad establecida y si, por lo que sea, nos olvidamos de hacerlo, tampoco pasa nada, ya que ambos somos generosos y recíprocos. Reconozco que soy una persona relajada con las cuentas y que no hago un seguimiento demasiado exhaustivo de los gastos. Reconozco también que no siempre ha sido así, y que en anteriores relaciones he vivido en una tensión constante por problemas relacionados con este asunto. Para poder confiar con la gestión del dinero, como con todo, primero hay que tener información sobre los usos y costumbres del otro, que no se debe confundir con la violencia económica que algunos ejercen sobre las mujeres. Cubiertos los gastos familiares cada uno hace lo que quiere, y puede, con su dinero.
En un grupo de crianza feminista pregunto a las compañeras por sus métodos para gestionar la economía en común con sus parejas. Descubro que hay auténticas profesionales de las finanzas que registran cada movimiento en una plantilla de Excel, y otras que apuntan todos los gastos domésticos en un grupo de WhatsApp que comparten con la pareja, lo que les permite mantener cuentas completamente separadas. En general, los aportes a la economía doméstica se hacen de una manera similar a la que hacemos mi pareja y yo: cuenta común en la que cada miembro de la pareja aporta proporcionalmente a sus ingresos, aunque hay algunas que apelan al 50/50 para evitar "suspicacias, malentendidos y vigilancia mutua". Debatimos. ¿Un registro demasiado minucioso es más propio de compañeros de piso que de pareja? ¿Puede el control financiero acabar con el amor? Aquí, como con todo, cada una es un mundo y dos un universo y, si esto les funciona, por qué no. Hay otras suspicacias en las que todas estamos de acuerdo: contribuir a sufragar la hipoteca de una casa que está a nombre de la otra persona es un abuso.
Se habla de las reducciones de jornada a las que generalmente nosotras nos adherimos para conciliar, pero no siempre, ya que hay mujeres con sueldos altos que han propuesto reducción de jornada a sus parejas e incluso los han invitado a quedarse en casa cuidando a tiempo completo. Algunas de las mujeres que sí han dejado sus trabajos o reducido mucho sus jornadas para ocuparse de la crianza se sienten culpables por usar dinero de la cuenta común para sus gastos personales, a la vez que otras se quejan de que ellos pasan más la tarjeta común para compras prescindibles y vicios varios (desde consolas a regalos para toda la familia, pasando por invitaciones a amigos, alcohol y tabaco) e incluso disfrazan de regalos para ellas sus antojos cuando andan mal de dinero.
En general, el dinero ha sido para todas las mujeres una fuente de tensión en algún momento con parejas o exparejas, y ha cristalizado en conflictos que muchas veces han acabado en ruptura. Sobre este tema, publiqué recientemente un artículo en este periódico en el que explicaba, entre otras cosas, cómo las rupturas y los divorcios empobrecen en mayor medida a las mujeres y cómo la mayor vulnerabilidad económica que padecemos alarga también relaciones que se acabarían antes si no mediase dependencia económica hacia la pareja. Sabemos que la pobreza tiene rostro de mujer y que las horas de cuidados y crianza no computan en la cuenta de gastos, por eso, hablar de dinero sin hablar de cuidados es un auténtico sinsentido. El trabajo doméstico equivale al 40% del PIB en España, y este es un sueldo que nadie nos paga a las mujeres por cuidar y amar. En general, y aunque trabajemos fuera, las mujeres seguimos invirtiendo casi el doble de horas al hogar y la crianza tal como demuestran los datos del INE. Como recuerda en su cuenta la psicóloga Patricia Hermosilla, es imprescindible que las mujeres tengamos independencia económica para poder dejar la relación cuando lo necesitemos. Pero es que incluso cuando la tenemos, podemos perderla si a un señor le apetece complicarnos la vida.
Después de escribir el artículo sobre los divorcios, fueron varias las mujeres que me escribieron para recordarme que la violencia económica no solo se establece cuando somos nosotras las que ingresamos menos, sino que los patrones de abuso financiero en parejas heterosexuales se reproducen también cuando es el hombre quien depende económicamente de la mujer. Una mujer que lleva varios años intentando separarse me cuenta "tengo un sueldo muchísimo más alto que él y separarme está siendo un infierno, meses de esperar, negociar, aguantar […] nunca ha pagado la hipoteca porque en los últimos años ha coleccionado despidos, paros y trabajos precarios. Aun así, yo le he ofrecido pagarle su parte de la hipoteca de la casa que nunca ha pagado porque no quiero que desaparezca de la vida de mis hijos". No os creáis que esta ha sido una situación en la que la mujer se ha librado de los cuidados para poder dedicarse exclusivamente a su carrera. "Como él tenía trabajos de mierda hasta que le despidieron me tocó a mí asumir TODO: ganar pasta y también cuidar a los niños a tope porque él trabajaba por las noches y los fines de semana". Cuando esta mujer consiguió divorciarse liquidando la parte de la hipoteca de él para dejarlo libre de cargas, él, lejos de agradecérselo, le echó en cara su éxito profesional y se quedó viviendo en su casa, ya libre de hipoteca, porque no quería renunciar a su tren de vida. Meses después vuelvo a contactar con ella, su ex sigue en su casa y ella ha decidido indemnizarlo con la parte de la hipoteca que él no pagaba como precio a su libertad. Rezo por ella.
Mientras a nosotras se nos tilda de aprovechadas o mantenidas a la primera de cambio, los casos de mujeres profesionales que mantienen a señores con mucho morro crecen a mi alrededor. Una amiga que tiene su propia empresa me contaba que lo había dejado con su último novio porque el tío había entendido que el feminismo era vivir de ella y, como colofón a su historia de amor, se llevó el bote que tenían a medias cuando lo dejó. Otra conocida (sin hijos) me confesaba que estuvo pagando el alquiler durante todos los años que estuvieron juntos, mientras él se pasaba el día en casa sin pegar palo, a tal punto, que ella también sufragaba el sueldo de una profesional de la limpieza. Otras, madres separadas con hijos, se empobrecen cada vez más mientras ellos se niegan a pasar la pensión alimenticia. Pero lo peor de todo es que estos elementos experimentan un remordimiento cercano a cero y, lo mismo los ves en el bar, que subiendo sus vacaciones a Instagram, mientras arruinan a la ex. Yo me irrito y me enajeno. Me resultante frustrante ver a tantas mujeres independientes, increíbles y poderosas, asumir cargas y esfuerzos dobles o triples por culpa de padres mediocres y de hombres rata.
Últimamente soy muy consciente de que, si el dinero no fuese un tabú en las relaciones románticas, mejor nos iría a todas. Desgraciadamente, a nosotras se nos ha educado en todas esas cosas que no tienen precio (el amor, los cuidados, la fidelidad a la familia), mientras a ellos se les ha instruido en la importancia capital de la independencia económica en sus vidas. Por eso, sé que es muy difícil para nosotras negociar temas de dinero con las parejas o exparejas (ni siquiera lo hacemos con nuestros jefes) y, mucho más, hacerles entender que nosotras partimos siempre de una situación de desventaja estructural que se intensifica cuando llegan los hijos. Soy consciente de que ni siquiera nuestras familias de origen, las empresas y el propio Estado, reconocen las dinámicas de poder que se establecen entre los hombres y las mujeres y de que, para conseguir lo mismo, debemos esforzarnos mucho más. También sé que pocas cosas nos pueden poner más que un tipo que concilia y entiende la división sexual del trabajo.
Por último, tengo un briconsejo para todas esas citas románticas y ligues de verano que están por llegar: el que la propone, que la pague y, quien quiera seguir adelante, que pague la siguiente vez. Eso sí, si no os queréis volver a ver en vuestra vida, os pedís la cuenta a medias para demostrar cuánto os asqueáis. No falla.
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