Opinión
Ghislaine Maxwell, ¿la única culpable?
Por Silvia Grijalba
Escritora y Periodista
Con el veredicto de culpabilidad de cinco de los seis cargos que se le imputaban a Ghislaine Maxwell mucha gente habrá respirado tranquila. Y no me refiero a las niñas, ya mujeres, a las que la hija del magnate Robert Maxwell reclutaba para las fiestas que Epstein montaba en sus mansiones, sus yates o aviones de nombre tan sugerente como Lolita Express, no. Hablo de los hombres que en algún momento o varios de su vida participaron de esos encuentros. En esas celebraciones que normalmente duraban un fin de semana, donde además de Chanel, Dom Pérignon y lo otro que daba título a la canción de Loquillo, el menú incluía a chicas muy menores de edad que, normalmente, para romper su timidez, ya habían pasado por las manos y otras partes de la anatomía de ese pederasta llamado Jeffrey Epstein.
Ghislaine Maxwell es, sin duda, el eslabón más débil de la trama de culpables de este caso. Posiblemente uno de los más repugnantes e interesantes informativamente de los últimos años, por encima del de Harvey Weinstein, con el que tanto se ha comparado. En el asunto que hizo saltar el movimiento me too había un culpable pero aquí hay muchos, aunque Epstein y (en otro plano) Maxwell son las puntas del iceberg y, a la vez, cabezas de turco de un asunto en el que existen una serie de implicaciones políticas y económicas que, a tenor de este juicio, van más allá de lo que podíamos imaginar en un principio. Se ha hablado muy de pasada de la presunta presencia en esos fastos de ex presidentes conocidos por su afición a determinadas actividades extramaritales que les costaron el puesto; magnates que afirman en videos (donde es patente su nerviosismo) que jamás en la vida vieron a una menor de edad en ninguna de las fiestas de Epstein, ministros, ex gobernadores de Estados donde tenían lugar esos fines de semana larguísimos (para unas más que para otros). El Poder con muchas mayúsculas y muchos secretos.
En este tipo de temas, donde queda claro que hay gente que se está ocupando de que no salga toda la verdad a la luz, los pequeños detalles son esenciales. Hay que retirarse del fogonazo y entornar un poco los ojos para fijarse en elementos que ayudan a encontrar algo de verdad. Para algunos fue una foto la que hizo pensar que lo que se contaba sobre Epstein tenía que ser cierto. La prensa nos hacía dudar, nos inoculaba la duda de si todo esto sería una trama en contra de este pobre hombre de negocios al que oscuras tramas conspiranoicas querían hundir por algún motivo que, nosotros, mortales, no llegábamos a entender. En esa imagen aparecía Virginia Giuffre (rubia, guapa, muy menuda, con apariencia de tener no más de 12 años, aunque al parecer entonces tenía 16) en la cubierta de un barco, en medio de una fiesta. A pocos metros estaban Maxwell, Epstein y Naomi Campbell que la miraba aterrorizada, como diciendo: "¿qué hace esta niña aquí?", probablemente con un conocimiento de causa que le hacía recordar sus primeros pasos en la industria de la moda. Esto enlaza con otro de esos asuntos pequeños que también tiene como centro Virginia Giuffre, la víctima de esta trama de tráfico de menores que más lejos ha ido, presentando una demanda contra uno de sus presuntos violadores: el Príncipe Andrés de Inglaterra. Ella, nada más conocer el veredicto, ha dicho que el comportamiento de Ghislaine Maxwell era el más malvado de todos. Que se valía de su sororidad y de ese aire sofisticado, europeo, para atraer a las adolescentes de las que luego otros abusaban sexualmente. Llama la atención esa declaración que, por otra parte, coincide con el punto de vista aportado por algunos de los medios estadounidenses que se han encargado en ponerla en titulares. Ahora resulta que Ghislaine es peor que los señores que abusaban sexualmente de las niñas. No vamos a ponernos a hacer una valoración moral en algo tan abyecto como esto, pero digamos que, por lo menos, debería considerarse igual de digamos malvada, no más. Si lo pensamos con detenimiento es significativo que precisamente ella y el Príncipe Andrés de Inglaterra sean los que aparentemente vayan a pagar por este caso. Hablar de débiles suena casi a broma pero es una constatación de dónde está el poder real (con minúsculas) y, desde luego, no está en la aristocracia europea.
Con este juicio se da carpetazo una trama espeluznante en la que queda patente la inmunidad de unos cuantos y la fragilidad de algunos que se creían imbatibles. Se habla de una agenda negra donde están todos los nombres, de un posible recurso por parte de los abogados de Maxwell… pero da la impresión de que nos están dando migajas. Al final cae la hija arruinada de aquel gran magnate que no está claro si fue asesinado, se suicidó o simplemente cayó por la borda de uno de los yates más fastuosos del mundo en el que, según los rumores, el menú de la fiestas también incluía como postre a chicas más jóvenes que su hija Ghislaine. Cae la encargada de hacer el trabajo sucio para un psicópata con el que está claro que tenía una dependencia emocional que no vamos a analizar porque no somos Freud y además no le quita ni un ápice de responsabilidad. Y podría caer (aunque aún creemos en la presunción de inocencia) el cuñado díscolo de esa familia Real calificada de racista, clasista y depravada que casi lleva al suicidio a la pobre Meghan Markle, que no pudo evitar las lágrimas al contar su drama palaciego en el programa de Ophra. El relato está perfectamente armado y en este caso, parafraseando muy libremente a Lampedusa, pensamos en el "Gatopardo" y llegamos a la conclusión de que hay que buscar a un culpable para que todo siga como estaba. Y que el poder real (con minúsculas) pueda seguir respirando tranquilo y brindando por el nuevo año y la vieja anormalidad, como siempre.
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