Opinión
Excitar y escandalizar
Sexólogo y socio fundador de Insex, Iniciativa Sexológica y Acción social
Los grandes titulares en torno al consumo de pornografía por parte de la población infantil y juvenil en nuestro país inundan cada día los medios de comunicación. Titulares que hablan de violencias, peligros, amenazas, de infancias pornográficas. En un escenario en el que la juventud a veces parece estar en peligro y otras ser peligrosa… ¿Es la pedagogía del miedo la única opción viable? ¿Cabe la posibilidad de mantener una actitud de comprensión y cultivo en torno a lo sexual? ¿Está en posición la erótica de reclamar su poder perdido?
El origen etimológico de la palabra “pornografía” hace referencia a porné (prostituta) y grafía (representación), su significado original sería, pues, la representación de la prostitución o de lo que hacían las prostitutas.
Sin embargo, este significado ha ido cambiando, tanto a lo largo de la historia como de las distintas culturas. Lo que es considerado como pornográfico varía en función de la época, de la cultura e, incluso, de la subjetividad individual. Por ejemplo, en nuestro país, no hace tanto tiempo, una fotografía en la que aparecieran unas piernas femeninas desnudas podría ser considerada pornográfica u obscena, mientras que hoy en día nos parece algo absolutamente trivial. Sin embargo, el hecho de mostrar un pecho (femenino) sigue considerándose como algo pornográfico, obsceno, siendo, de hecho, censurable en determinadas redes sociales.
El porno, la pornografía, es un tema que preocupa y ocupa a la sociedad en general, sobre todo, en relación a las consecuencias que su consumo puede tener para perpetuar o incrementar las violencias contra las mujeres y en las relaciones entre la población juvenil. Esta preocupación no es nueva. Si ha habido un denominador común en torno a la pornografía a lo largo de la historia ha sido su capacidad para dar que hablar, para escandalizar.
Todas las culturas, en todas las épocas, han manifestado sus inquietudes en torno a la exposición de material excitativo, más o menos explícito, y han elucubrado las consecuencias que conllevaría para las generaciones posteriores.
El miedo ahora no es tanto la pornografía en sí como las posibles consecuencias de su consumo y la facilidad y precocidad de acceso a dicho material por parte de menores. Es habitual la preocupación ante la exposición de la violencia en el porno y las consecuencias que ello puede tener, sin embargo, es curioso que no preocupe tanto la exposición a otros tipos de violencia a la que la infancia y la juventud de este país está expuesta de forma (casi) permanente. ¿Por qué preocupa tanto el consumo de contenidos violentos en el porno y no en las películas, videojuegos, programas de entretenimiento, telediarios o, incluso, en determinados deportes? ¿Hay violencias malas y violencias “buenas”?
Así mismo, no deja de resultar curioso que, viviendo en un mundo tan consumista como el nuestro, nos echemos las manos a la cabeza ante el aumento y precocidad de determinados consumos. Somos bombardeados constantemente con mensajes que incitan al consumo ya no solo de objetos sino de contenidos, experiencias, relaciones, etc. Sin embargo, ante algunos temas pretendemos que la juventud se comporte de forma distinta a todo lo demás. Aquí sí deben esperar a determinada edad (aunque vivamos en el mundo de las urgencias), deben saber discernir qué contenidos son apropiados para su edad y cuales no (aunque no lo hagan ni con las series, con las películas, con los videojuegos, etc.), deben saber que, en gran parte, es contenido violento que no deben ver (aunque vean violencia habitualmente en otros medios), deben, en definitiva romper con la primera ley de la sociedad de consumo: cuanto más, mejor. ¿Tiene algún sentido hablar de consumo responsable en una sociedad que se caracteriza por la irresponsabilidad en sus consumos?
Cada generación está sujeta a determinados “pánicos sexuales” (término acuñado por Carol Vance) que suelen conllevar una agenda social y política en torno a qué prevenir y cómo. Si a finales del siglo pasado lo que preocupaba a familias y profesorado en torno a juventud era la proliferación de I.T.G. (Infecciones de Transmisión Genital), en concreto, del VIH, en el primer cuarto de este siglo lo que preocupa son las violencias y el porno como materialización e incitador de la misma.
Este miedo, como comentábamos, no es nuevo. De hecho, en los años 70, en el contexto de las denominadas “Sex wars”, ya hubo intensos debates y enfrentamientos dentro del feminismo en torno a la pornografía. Los argumentos sobre lo pernicioso y peligroso del porno eran similares a los que podemos encontrar hoy en día, con una salvedad, las nuevas tecnologías han añadido un nuevo peligro: la precocidad en el visionado de contenidos pornográficos.
Es cierto que niños y niñas tienen acceso a dispositivos electrónicos desde muy temprana edad, lo que aumenta la probabilidad de que puedan visionar (de manera intencionada o fortuita) contenidos pornográficos. Sin embargo, cuando se afirma que hay niños y niñas que ven porno desde muy pequeños, se les suele inferir una intencionalidad de personas adultas, sin tener en cuenta que la mirada de la infancia rara vez se basa en los mismos principios que la mirada adulta.
Básicamente, hay dos motivos que pueden llevar a población infantil a visionar contenido pornográfico: la casualidad y la curiosidad. Al acceder a internet se pueden encontrar casualmente con dichos contenidos sin que estuvieran buscándolos o, incluso, sin que sepan exactamente qué es eso que están viendo. En este caso, no se les podría atribuir intencionalidad alguna y se solucionaría con un mayor control parental de dicha navegación digital.
Sin embargo, podría ser que sí hubiera intencionalidad de búsqueda, que hayan escuchado hablar sobre el porno en casa, en el colegio o en la televisión y quieran saber qué es eso tan peligroso de lo que hablan las personas adultas y que les está prohibido. No hay nada que genere más curiosidad que una prohibición. Como vemos, la motivación no es tanto excitativa y/o masturbatoria como curiosa, exploratoria.
Quizá, sin pretenderlo, nuestra mirada preocupada, más que proteger, esté generando una mayor curiosidad en la población infantil y juvenil en torno a la pornografía. Quizá, indirectamente, estemos haciendo publicidad gratuita a la industria pornográfica, le estamos dando más protagonismo del que nunca ha tenido.
Este papel central está relegando a un segundo plano, a un papel secundario, a lo realmente importante, esto es, aquello que consideramos válido y valioso en torno al sexo.
Existe la creencia de que la juventud utiliza la pornografía para educarse sexualmente. Sin embargo, el porno no tiene afán educativo, las grandes productoras de porno no tienen ningún afán pedagógico, sino lucrativo. El porno no es educativo es excitativo, su objetivo no es educar, sino excitar.
Como sexólogo me interesa el sexo, el hecho de ser sexuados, es decir, las identidades y sus expresiones, los deseos y sus manifestaciones, las relaciones y sus proyecciones, no el porno. Que el porno no es sexo es algo sabido, casi me atrevería a decir manido. No aporta nada nuevo, ni a las personas adultas ni, aunque suela creerse lo contrario, a las jóvenes.
Es curioso pues solemos considerar que son capaces de comprender contenidos educativos complejos en ciencias exactas, ciencias sociales, etc. y, sin embargo, consideramos que son incapaces de distinguir entre ficción y realidad en la pornografía. ¿Acaso son inteligentes y capaces en cualquier materia menos en lo que atañe a lo sexual?
Es lógico que, como personas adultas, tengamos una mirada preocupada, que pretendamos protegerles de los todas las violencias y peligros posibles, pero, como afirmaba Jaume Funes, una mirada preocupada no es equivalente a una visión dramática.
Más allá de decirles que el porno es ficción (que lo saben), que las relaciones sexuales en la vida real no son así (que lo intuyen), que no pueden hacer nada con una persona si esta no está de acuerdo en ello (que lo suponen) y que lo que ven en el porno rara vez se corresponde con la realidad (que lo imaginan), poco más se les puede decir. Poner la pornografía en el centro del contenido educativo tiene un recorrido pedagógico corto.
Quizá, también en lo relativo a la pornografía, deberíamos empezar a considerar a la juventud como sujetos capaces de pensar y razonar, es decir, exactamente igual que lo hacemos con otras temáticas. Que la violencia sea un mal a erradicar no debería ensombrecer el hecho de que el sexo es un valor a cultivar, el valor de ser sexuados. Así, a nivel pedagógico, resulta más interesante pasar de una mirada temerosa a una mirada serena, de una inquisidora a una dialogante, de una mirada represiva a una mirada comprensiva, de las miradas perdidas al encuentro de las miradas.
Por el hecho de ser sexuados somos eróticos. La erótica es una dimensión humana, pues todos y todas somos, a la vez, deseables y deseantes. Es la dimensión que nos habla de los deseos, de encuentros y desencuentros, de fantasías, de vínculos. A pesar de haber perdido popularidad, Eros siempre tendrá mucho más que enseñarnos que porneia, aunque solo sea para recordarnos que, como decía Luis Cernuda, “el deseo es una pregunta, cuya respuesta no existe”.
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