Opinión
Évole limpia, blanquea y da esplendor
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
La primera pregunta de la entrevista de Jordi Évole a Macarena Olona debería haber sido ¿por qué? No en el sentido de que Olona respondiera, sino de que Évole se la hubiera hecho a sí mismo. ¿Por qué entrevistar a Macarena Olona? ¿Qué necesidad había? ¿No tenía a nadie más interesante a mano? ¿No había artistas, escritores, cineastas o científicos que merecieran un cuestionario a fondo? ¿Para cuándo una entrevista profunda y seria a un vagabundo, una peluquera, un panadero? Por poner un ejemplo, yo hubiera escuchado muy a gusto (y me imagino que la mayoría de los espectadores también) las opiniones de Corina Amor, la inmunóloga española de veintitantos años que dirige un equipo de científicos en Nueva York y que está desarrollando una terapia revolucionaria para alargar la vida y combatir el cáncer. Hubiéramos aprendido algo, quiero decir, algo que no sabíamos ya. Piénsalo, Jordi, es una idea.
Gracias a su repentino divorcio de Abascal y de la patada mitológica que le pegaron en Vox, hemos descubierto que (como todas las personas, no digamos ya los políticos) Macarena Olona no tenía una sola cara, que hay varias Macarenas Olonas, las cuales empezaron a disgregarse desde el momento en que se apeó de la chupa militar y empezó a vestirse de rociera. Sin embargo, la tilde de claveles y el vestido de faralaes no eran más que otra fase de la crisálida antes de que Olona renaciera en mariposa y aterrizase en la Sexta a contarnos las intimidades de Vox. Parecía la resaca del carnaval o el epílogo de una fiesta de disfraces, pero evidentemente esta Olona que esperaba a Jordi Évole con los ojos bajos, tranquila y modosita, no era la misma Olona que incendiaba el hemiciclo intentando salvar España.
Para empezar, comentó que uno de sus referentes políticos desde siempre era Julio Anguita y que había reproducido discursos de Anguita en el Congreso de los Diputados, eso sí, sin decir que eran de Anguita, porque entonces en la bancada de Vox podía haber detonado una epidemia de infartos. Al mismo tiempo, en los mitines citaba a José Antonio Primo de Rivera. “Yo he salido de una trinchera” dice Olona casi en un murmullo, aludiendo al ambiente de crispación en el parlamento español, un ambiente en el que su oratoria oscilaba entre el lanzallamas y la ametralladora. Más que las palabras, lo más significativo de las respuestas de Olona estaba en las pausas kilométricas, en el tono meloso, meditativo y monjil, en los silencios de una novicia que viene a denunciar el martirio sufrido en el convento sin hablar del convento.
“Lo que yo estoy viviendo es un Vox History X” dice Macarena Olona aludiendo a una película en la que Edward Norton sufre varias metamorfosis, de pardillo a orgulloso recluta de una pandilla nazi y de ahí a ciudadano ejemplar que intenta rescatar a su hermano menor del espejismo de la violencia con lamentables resultados. Eso sí, inmediatamente Olona especifica que Vox no es un partido nazi: únicamente hace la referencia por la X de Vox y la de American History X. Enfrentada a la evidencia de la cantidad de nazis que hay en Vox, Olona comenta que ella se marchó (aunque en realidad la marcharon) por la deriva ideológica actual de Vox (aunque Vox no se ha movido de la ultraderecha ni un milímetro). O bien Olona no ha entendido a Vox o bien no ha entendido la película.
Jordi Évole, que empezó comparando a Olona con Marilyn Monroe (“eres la novia de España”), fue apretándole las tuercas, intentando que su invitada se desnudara, que descubriera al fin los secretos menos secretos de la extrema derecha española (el Yunque, fíjate tú que ahora vamos a descubrir América). Pero Macarena prefería hacer un estriptis sugestivo, poco a poco, casi nada, como Rita Hayworth quitándose los guantes. De paso, Olona aprovechaba el jabón de la entrevista para lavarse las manos y la boca del montón de burradas xenófobas, machistas y fascistas que soltó en el pasado.
Hay otra película de Edward Norton que a Macarena Olona le sienta como el guante de Rita Hayworth: Las dos caras de la verdad, en la que un chavalín apocado y cobardón, víctima de un supuesto trastorno de personalidad múltiple, lleva dentro un monstruo implacable que es en realidad un criminal. Al final de la película se descubre que no hay trastorno ni personalidad múltiple que valga, y que el chaval ha toreado al abogado para librarse del trullo del mismo modo que Olona ha salido de la entrevista con Évole más blanca que el vestido con el que entró. Lo de Franco en 1936 fue muy antiguo, eso sí.
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