Opinión
Los egos del bien y el discurso de odio
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
-Actualizado a
Lucila Rodríguez-Alarcón (@lularoal)
Manos Unidas acaba de sacar una campaña de captación de fondos cuyo lema, o claim como se dice en marketing, es “Quien más sufre el maltrato del planeta no eres tú”. Los creativos que ha diseñado esta campaña querían obviamente apelar a la solidaridad y la empatía y hacer ver al donante potencial que, aunque en su espacio vital no lo vea, el cambio climático está destruyendo la vida de muchas personas en sitios lejanos. Sin embargo, lo más probable es que la mayoría de la gente cuando vea este anuncio piense, en el mejor de los casos, vaya pena, pobre gente, pero si no puedo con lo mío cómo voy a solucionar lo de los demás. “No se puede ayudar a todo el mundo” es el nuevo lema del mundo libre.
El desapego de las audiencias es comprensible.
En 2001 se inicia con el 11 de septiembre una época del terror. La caída de las Torres Gemelas dejó un mensaje claro: no hay ningún sitio en el mundo en el que se pueda estar seguro. Este fue el inicio de la narrativa de la securitización: el miedo nos lleva a aceptar la ayuda del Estado que nos protege en detrimento de nuestros derechos de libertad de movimiento y expresión. Hemos pasado de poder fumar en los aviones a aceptar que nos hagan un escáner de cuerpo entero antes de entrar en la sala de espera. En Europa hemos pasado de no tener puntos de control fronterizo entre los países Schengen a agradecer un control pasaportes en un aeropuerto de acceso a Francia llegando en un vuelo desde Madrid. Como decía una señora el otro día: “Yo prefiero que se controle más que menos, es por nuestra seguridad”.
A este sentimiento de vulnerabilidad física viene a unirse la vulnerabilidad económica. La crisis del 2008 dejó claro que nadie está exento de poder perderlo todo. Da igual que tengas un trabajo que haces bien, o una casa con una hipoteca que puedes pagar; un día puedes quedarte sin trabajo y sin casa así, sin más. La crisis fue seguida de una precarización que no se acaba de superar y la brecha social es cada vez mayor y está más consolidada.
Estos sentimientos tremendos de vulnerabilidad han sido el espacio en el que se ha desarrollado el cambio de paradigma comunicativo que ahora estamos viviendo. Los argumentos de los derechos, la solidaridad y la empatía chocan con la necesidad de seguridad y protección que tienen nuestras sociedades: no le deseo mal a nadie pero tengo que protegerme y proteger a los míos. Así se siente más del 60% de los ciudadanos españoles que pandean entre el bien y el mal, entre el miedo irracional y la generosidad histórica de nuestra cultura.
Desde el año 2015 hay una irrupción contundente en el debate público mundial del discurso de odio, que se caracteriza por la simplificación y la desinformación y genera la tremenda polarización que estamos sufriendo constantemente. Y en este espacio del miedo y la confusión este tipo de discursos se instalan con mucha facilidad. El discurso de odio dentro del marco del debate público no es nada nuevo, solo tenemos que recordar el período de entreguerras. Lo nuevo es que ahora está teniendo lugar en la era de la comunicación digital. Recordemos que desde que en 2010 se generalizara el uso de smartphones, cualquier ciudadano es receptor, emisor y productor en tiempo real.
El discurso de odio en la era digital ha llegado para quedarse. No se puede luchar contra él. Cada vez que lo enfrentamos lo hacemos más grande. Las cifras de ambivalentes, personas que no saben muy bien qué pensar, se han disparado en los últimos años precisamente por esto. No nos engañemos, no se trata de un conjunto de personas que esperaban agazapadas su oportunidad de cargarse el discurso de derechos. Se trata de una sociedad herida y asustada a la que los debates estériles y polarizados le están permitiendo externalizar las culpas y expresar sus miedos, tan legítimos como irresolubles. La seguridad física y económica no se va a conseguir de una manera simple. Se trata de dos temas extremadamente complejos. Pero la simplificación funciona y tranquiliza.
En este espacio, una campaña como la de Manos Unidas no tiene cabida. En este espacio hay que empezar a comunicar de otro modo. Así como sucediera con la revolución digital, donde muchas organizaciones e intermediarios se quedaron fuera por empeñarse en seguir comunicando de un modo analógico, ahora vivimos otra revolución, la del odio, y quienes siguen empeñados en que la verdad y el derecho son las herramientas para afrontar el debate social solo pierden cada vez más audiencias.
Hay muchas organizaciones trabajando para encontrar nuevas formas de afrontar el debate público en las condiciones actuales. La mayoría las propuesta coinciden en que lo más importante es cambiar el marco del debate, es decir, hablar de lo que nos interesa y evitar darle cancha a lo que no. Más consejos se pueden encontrar por ejemplo en el informe de nuevas narrativas de la fundación porCausa en la que yo trabajo, que contiene unas reglas narrativas diseñadas para transmitir el conocimiento en este nuevo paradigma.
En cualquier caso, así contado todo da mucho miedo, porque se trata de un cambio radical de paradigma. Pero todo cambio es una oportunidad. Hace muchos años ya que la comunicación social se volvió perezosa y efectista. Se ha abusado de los titulares, de la épica narrativa y de la doble moral. Se ha comunicado de forma anacrónica sin pensar en las audiencias. Y muy importante, se ha olvidado que los egos del bien siempre han sido tan grandes como los del mal. De modo que quizás este es el cambio que necesitábamos para recrear la calidad del debate público. Ojalá.
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