Opinión
El disfraz de buen padre
Periodista
-Actualizado a
Hay una escena en la serie La asistenta (Netflix) que me dejó marcada: esa en la que el ex de la protagonista, un maltratador alcohólico y resentido que malvive en un remolque y trabaja -a ratos- como barman, se presenta en el juicio sobre la custodia de su hija vestido de traje y corbata. El disfraz tiene un objetivo claro: hacerse pasar por el padre responsable y modélico que nunca fue, y ejercer la violencia vicaria a través de su hija: ya que no la puede tener a ella, intentará quitarle lo que más quiere. La impostura, de exagerada y extravagante, hace gracia. Pero el resultado es demoledor: el tipo consigue la custodia temporal de su hija y la madre, principal cuidadora y figura de apego de esa criatura, tiene que luchar con uñas y dientes para recuperarla.
El padre del hijo de una buena amiga también se presentó en la vista por el régimen de visitas disfrazado de ejecutivo. Lo hizo después de un largo historial de abuso emocional hacia ella durante todo el embarazo que siguió después del parto, cuando mi amiga dijo basta y rompió definitivamente la relación. En los meses previos al nacimiento de su hijo, él ejerció violencia verbal acompañada de ausencias, amenazas, discusiones constantes, abandonos reiterados e incluso empujones. También eludió todo tipo de responsabilidad económica, y mantuvo la vida de ambos en la improvisación constante sin permitirle, siquiera, tener una casa propia. Aún así, como todos los maltratadores, la convenció para retomar la relación y estar presente en el nacimiento de su hijo. Ella dijo sí, queriendo decir no, quiso reconducir, tragar, por el bien del hijo. Trasladados al piso que sufragaba sola, las discusiones e insultos no cesaron y provocaron que la convivencia intermitente (por llamarlo de alguna manera) fuese un calvario que terminaron con una denuncia por violencia que acabó felizmente para él al negarse mi amiga a declarar debido al estado emocional en el que se encontraba en pleno puerperio.
Durante los meses que han pasado desde el nacimiento, la violencia psicológica, el control, las amenazas y humillaciones no han cesado. La luz de gas es brutal. En los centenares de correos, llamadas y SMS que ha recibido la trata de mentirosa, la infantiliza y ridiculiza y, sobre todo, cuestiona constantemente su papel de madre. Cuestiona incluso sus cuidados y la lactancia materna. Utilizando a su hijo como excusa, intenta controlar todos los movimientos y desplazamientos de su ex y le pide fe de cada cosa que hace (desde con quién lo deja cuando se tiene que ausentar para presentarse a unas oposiciones, hasta cómo y quién lo alimenta). Una violencia que también llega a la familia de esta mujer a la que provoca de distintas maneras y amenaza con burofaxes y denuncias, judicializando al día a día del pequeño. A día de hoy, mi amiga, que tiene la custodia de su hijo, no puede irse a vivir a su propia casa, no puede matricular al crío en la guardería que le conviene y por no poder, no puede ni pedir una cita médica para el niño sin que él rechiste, aunque vive a varios cientos de kilómetros. El objetivo es tratar de imposibilitar hacer su vida con normalidad y que el miedo paralice su día a día.
Dos informes de los servicios sociales avalan este maltrato continuado y la violencia vicaria y la propia Xunta de Galicia reconoce oficialmente su condición de víctima de violencia machista. Sin embargo, la justicia ya ha archivado una denuncia por acoso. O, como ella misma dice “aquí si no te dan de hostias, no pasa nada”. Por eso quiere contarlo. Porque en ocasiones la justicia, además de miope, es lenta, un tiempo que él aprovecha -ya que no tiene una criatura a su cargo- para complicarle la vida de formas cada vez más originales. Auspiciado en un vacío legal, graba con una cámara en la cabeza cada recogida del niño (en la que intervienen los padres de ella, absolutamente desbordados por esta situación) y deja por escrito supuestas situaciones en las que describe un maltrato reiterado hacia él, la acusa de abandono familiar y secuestro.
Por supuesto, él no siempre fue así. Se comportaba como un tipo encantador, divertido, amigable, progre. El típico hombre que, careciendo de grandes cualidades, recomiendas a tu amiga: “Es buen tío, dale una oportunidad”. Antes del embarazo, él solo deseaba una vida tranquila y formar una familia. También era un tipo sin vida propia al que mi amiga consintió y ayudó hasta conseguir el puesto de trabajo que ahora mismo tiene. El cambio de estatus profesional vino de la mano de un cambio en el reparto de poderes. El narcisista quedó al descubierto.
Estoy en contacto con varias mujeres que viven situaciones similares. Padres que se parapetan detrás de una supuesta preocupación entrañable hacia sus hijos, que normalmente no tuvieron antes de la ruptura, para dar rienda suelta al resquemor y resentimiento hacia la ex pareja. Un odio y una misoginia que alteran y perturban la paz mental de muchísimas madres y que les impiden disfrutar de la crianza. Que además, las hace sentirse profundamente culpables por “haberles dado” ese padre al niño y que les provocan una angustia constante y una incertidumbre al no saber qué va a pasar con su hijo. Como dice otra amiga “somos legión las que pensamos cómo coño tuve un hijo con ese”. Casualmente, muchos de estos buenos padres piden la custodia compartida justo al enterarse de que sus exs rehacen su vida con otros hombres. Solo en un 3% de los casos de violencia machista en España se retira la custodia al padre.
Esta violencia emocional hacia las madres es invisible, pero repercute directamente en las criaturas. Ya sabemos que los tres primeros años son fundamentales en la vida de una persona y que la diada madre-bebé es básica para prevenir todo tipo de fobias y traumas en la vida adulta. Una madre estresada, violentada y puteada no está en las mismas condiciones para cuidar a su criatura. Pero esto lo saben muy bien los que se ponen el disfraz de buen padre con una mano, mientras con la otra telefonean a su abogado para ver de qué manera elegante pueden clavar el puñal a la mujer que ha gestado y parido a su hijo.
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