Opinión
Desaparecer, desaparecer, desaparecer
Periodista
Vista con perspectiva feminista, a la peli de moda del momento, Don't Look Up, le sobran argumentos para parecerse a un documental hiperrealista sobre la situación de las mujeres en el discurso público, tanto como a un filme de ciencia-ficción sobre el inminente fin del mundo. A Rachel (Jennifer Lawrence), la protagonista femenina de la cinta y descubridora del cometa que está a punto de impactar contra la tierra, se la silencia y ningunea desde el minuto uno y, aunque la incredulidad, los memes y el cachondeo pesan también sobre su mentor, el atractivo profesor Randall (Leonardo Dicaprio), es a ella a quién primero apartan de los focos y de las reuniones con el poder, no sin antes castigarla por no aceptar favores sexuales. Mientras un Randall enajenado sigue apareciendo en programas de máxima audiencia y comparte mesa con la presidenta de los Estados Unidos y sus secuaces, a ella le cierran la puerta en las narices y le ofrecen un billete con destino al ostracismo. Al final, movida por el acoso que sufre dentro y fuera de las redes sociales, es ella misma la que decide renunciar a su propio descubrimiento y desaparecer del foco. Si a Randall le da miedo morir aplastado por un meteorito, a Rachel además la paralizan el miedo al ridículo y la persecución a la que es sometida.
Hace unos días, la divulgadora audiovisual Anabel Lorente (@catana3el) publicaba un post en donde justificaba su desaparición de las redes sociales por culpa del acoso de un hombre durante más de un año sobre el que interpuso dos denuncias y sobre el que pesan también una orden de alejamiento, no comunicación y no seguimiento en redes. Ella misma explicaba así su decisión. “Lo único que ha hecho que pare un par de meses, después de más de un año de acoso constante, no ha sido la orden de protección que una jueza impuso e incumplió en menos de 24 horas, sino mi desaparición de redes”. Además de las consecuencias sobre la salud física y mental de sufrir este tipo de violencia machista (no puede llamarse de otra forma al acoso constante y continuado de un hombre sobre una mujer), Anabel señala otras derivadas de la inactividad en redes: pérdida de seguidores con la consecuente bajada de caché (no olvidemos que ahora somos números para las corporaciones, las editoriales, los medios de comunicación), su libro ha parado de venderse, no ha recibido ofertas de colaboraciones laborales y su discurso ha quedado invisibilizado. Un discurso que está plagado de denuncias contra el machismo cotidiano (su serie de animación y su libro True Story son un grito contra las violencias hacia las mujeres) y también sobre la salud mental.
Durante más de dos años la pintora y escritora Paula Bonet también sufrió el acoso de un hombre que traspasó la barrera de lo virtual y que la llevó incluso a tener que trasladar su exitoso taller de grabado para mujeres (@tallerlamadriguera) a una ubicación secreta. Su habitación propia, como ella misma lo llama, había quedado sepultada. “Durante un año estuvimos en una ubicación escondida, tuve que instalar cámaras, un botón del pánico y una persiana con motor”. Su vida personal y social en Barcelona se esfumó. Tuvo que vender su piso y comprarse un coche. “Mi transitar por la ciudad se redujo a unos pocos metros, me tuve que ir de Barcelona”. De alguna manera, el que la acosaba quería hacerla desaparecer.
Anabel contó que una periodista se había interesado por su caso y había escrito un artículo, pero cuando lo leyó, antes de su publicación, “sentí repugnancia y tuve miedo, así que me escondí bajo el anonimato, me siento cobarde aunque en el fondo sé que no soy yo la que se debería esconder”. Me sentí identificada.
Cuando en enero de 2020 abandoné Twitter perdiendo de un plumazo toda mi comunidad ganada durante años, escribí un artículo en este periódico en el que me preguntaba para qué servían los seguidores. Como la realidad es tozuda, volví poco después, manteniendo un perfil bajo, pero abandoné la cuenta definitivamente ese verano, después de que un conocidísimo periodista, con cientos de miles de seguidores, me ofreciese a la guillotina pública por dar mi opinión sobre el sexo biológico. En aquel momento yo estaba embarazada y con unos niveles de ansiedad extremos, así que en cuanto me vi convertida en diana de odiadores profesionales, sentí un miedo atroz y quise desaparecer. Un tiempo antes, otro conocido periodista televisivo me ofreció un buen trabajo que se canceló cuando no quise compartir con él habitación de hotel. Además, dejó de seguirme en redes y de compartir aquellos artículos que tanto le gustaban. Estos asuntos, y otros, fueron multiplicando por mil mi síndrome de la impostora y defenestraron la confianza en mí misma. Durante muchos meses apenas escribí. Cuando desapareces vas cavando tu propia tumba reputacional, eres engullida por el agujero negro del clickbait y al final sientes que todo lo haces mal y que tu trabajo no vale nada. Estos días, leyendo El Síndrome de la Impostora (ediciones Península), el ensayo de Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot, entendí mucho mejor las consecuencias del patriarcado sobre la falta de autoestima y la confianza en nosotras mismas. Sobre la extinción misma de la voz de las mujeres. Además del burn-out o el perfeccionismo enfermizo para gustar a todo el mundo, “el sentimiento de impostura se puede manifestar mediante una parálisis total, en forma de procrastinación (...) Perdemos oportunidades, decepcionamos a quienes nos rodean, y entonces entramos en un círculo vicioso que nos confirma que no valemos nada. Esta lectura sesgada, debido al miedo al fracaso y a una escasa confianza en uno mismo, destruye la motivación necesaria para perseguir nuestras ambiciones”.
Los motivos históricos son abundantes, en todas las sociedades conocidas a lo largo de los tiempos la supremacía masculina y el patriarcado han llevado el control de los cuerpos y las vidas de las mujeres. Excluidas de la historia y hasta de la gramática, sin figurar en los censos, durante siglos, simplemente no hemos existido. Las mujeres con un discurso público sufren todavía más las consecuencias de desafiar al patriarcado. El acoso se intensifica. El movimiento #metooo ha ayudado pero siguen siendo pocas las que dan la cara, seguimos sin atrevernos a señalar a nuestros acosadores y agresores, virtuales o analógicos, pero siempre reales (no olvidemos que detrás de una cuenta de Twitter hay una persona) que actúan con total impunidad consiguiendo que la extinción de las mujeres en la vida pública sea una realidad muchísimo anterior al probable fin de la vida terrícola.
El acosador de Paula Bonet ingresó hace unos meses en prisión preventiva. Un poco antes, la reconocida artista cambió de estrategia. “Hace tres meses decidí poner un cartel porque vivíamos de espaldas al barrio y pensé que el instinto que me hacía esconderme era un error, que lo que tenía que hacer era mostrarme para sentir más seguridad”. Una batalla ganada en medio de todas las violencias destinadas a coartar su autonomía y libertad. Además de su obra plástica, Bonet recoge los frutos del éxito de su primera novela, La Anguila (Anagrama), donde habla sin tapujos de los abusos sexuales y las violencias machistas. “Tu silencio no te protegerá” porque solo protege al agresor, estampaban las alumnas de La Madriguera en su reapertura al público.
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