Opinión
'O corno': solo las mujeres salvan a las mujeres
Periodista
En la pantalla dos mujeres se abrazan, se acarician, se besan, danzan entrelazadas, una gime, y también llora. Es la que está pariendo, mientras la otra mujer la sostiene física y emocionalmente. Están solas en una habitación de una casa donde los hombres y los niños no pueden entrar porque, en esa habitación, está sucediendo algo íntimo y mágico. ¿Puede la representación cinematográfica de un parto natural resultar apasionante? ¿Puede esa imagen tan salvaje y animal ser profundamente erótica?
Ojalá viendo O Corno entendamos que el embarazo y el parto forman parte de los procesos sexuales de las mujeres y que, durante casi toda la historia, y hasta hace no mucho, nos pertenecían exclusivamente a nosotras. Puede que muchas espectadoras sientan, como yo, una punzada de excitación y de envidia al asistir a un nacimiento que no empieza con una vía puesta, tirada en la cama de un hospital con las piernas dormidas, y rodeada de cables y monitores que emiten ruidos de ascensor, mientras un puñado de personas desconocidas te meten la mano en el coño y te piden, por favor, que no te pongas histérica. En la pantalla hay dolor, pero, sobre todo, hay amor.
En la cinta de Jaione Camborda, el parto que inaugura la película sucede a principios de los años 70 en la Illa de Arousa, Pontevedra, una pequeña isla de las Rías Baixas que no estuvo unida a la península hasta mediados de los años 80 del siglo pasado, y que llegó a crear su propio gobierno de taberna, independiente y revolucionario, en 1934. Y es precisamente gracias al aislamiento que vivían sus gentes, sin grandes hospitales ni centros médicos a los que acudir, que las mujeres podían ser un poco más libres y desafiar al sistema pariendo en casa y sin hombres cerca.
Pero también, y gracias a ese aislamiento, estaban abocadas a ayudarse y a crear redes de apoyo que llegaban de boca en boca en los momentos más difíciles. María (Janet Novás), la protagonista de esta historia ganadora de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián, representa, por una parte, lo más sagrado y, por la otra, lo más perverso de la feminidad para el sistema patriarcal. Ella es la partera que trae al mundo a las criaturas del pueblo, pero también es la abortera que ayuda a las mujeres a escapar de un destino implacable y tan asfixiante como los escasos 7 km cuadrados de la superficie que ocupa toda la isla. María es la santa y es la puta. Es María, y también es Magdalena.
María lleva consigo un desgarro y un dolor que conocemos muchas, y es precisamente ese dolor, tan íntimo, el que la hace conectar con otras mujeres, a las que solo les está permitido chillar cuando están pariendo. Pero ella escucha el grito ahogado y reprimido que solo perciben las que han pasado por lo mismo. La directora de la cinta pone de relieve la necesidad radical que hemos tenido siempre las mujeres de tener a otras cerca en los momentos en donde las palabras sobran, o bien no llegan. La protagonista es una mujer de pocas palabras, solitaria, que dice mucho con la mirada y con los gestos. Porque en la cinta de Camborda todo es físico, plástico y manual. Las manos de las mujeres tienen un protagonismo especial. Son manos que trabajan, que cocinan, que limpian; y también son manos que acarician, que consuelan, que cuidan y que salvan. Con cada plano corto, lento y cálido, los espectadores se sumergen en una danza audiovisual que pone la piel de gallina.
O Corno es una película feminista, pero no porque las protagonistas sean las mujeres, y se hable de temas que nos afecten a nosotras, sino porque el sentimiento que las une a todas ellas es el de la lealtad. Quizá sea ese aislamiento físico y figurado, el hecho de que la economía de la isla dependa en gran medida de su trabajo de mariscadoras, lo que consigue que esas mujeres tejan redes invisibles por las que circula la información y la ayuda mutua. Cuando María tiene que huir de su destino, serán otras las que también la ayuden a ella. Mujeres desconocidas, sufridoras, con sus propias historias calladas a cuestas. Mujeres que no necesitan demasiadas explicaciones para escuchar el grito ahogado.
La película me ha traído recuerdos y reflexiones. He recordado, por ejemplo, que en los momentos más difíciles de mi vida he tenido la suerte de tener siempre a una amiga cerca, y que esa amiga, o amigas, me han salvado del destino y de mi propia isla mental. He pensado en ese sentimiento genuino que hace que, durante una inducción, les estés mandando mensajes a tus amigas. O que después de sufrir un aborto necesites que una de ellas venga a taparte con una manta y se meta contigo en la cama. Pero también he recordado a muchas mujeres desconocidas que un buen día se cruzaron en mi camino, o simplemente me mandaron un mensaje después de escuchar el grito.
O Corno me ha hecho reflexionar también acerca de algo que debería estar más presente en las conversaciones feministas. A menudo, pienso en la cantidad de mujeres solas, separadas o que han sufrido malos tratos, de todas las edades, que viven aisladas en sus propias casas, y en lo revolucionario que sería formar familias entre nosotras, sin necesidad siquiera de que medie el amor romántico: solo la amistad y la solidaridad. ¿Por qué nos resulta tan extraño que las mujeres adultas, madres, separadas o viudas, puedan vivir juntas? Creo que romper ese estigma social y altamente patriarcal, y no solo aspirar a grandes puestos de trabajo, sería algo auténticamente revolucionario. En los últimos días, además, he podido disfrutar de las dos películas de la directora Pilar Palomero (Las Niñas y La Maternal) y me atrevo a confirmar un par de cosas: que solo las mujeres salvan a las mujeres, y que solo las mujeres hacen cine auténticamente feminista.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.