Opinión
La conjetura de Pollán
Por David Torres
Escritor
Las matemáticas y yo siempre hemos mantenido unas excelentes malas relaciones, un desapego que se materializó el día en que mi profesor de ciencias, en quinto de E.G.B., me preguntó quién era más inteligente, si yo o una calculadora, y cometí la ingenuidad de defender a la humanidad contra la máquina varias antes décadas de la invención de Deep Blue, de AlphaGoZero, de la IA y de Terminator. Don Fernando afiló su mejor sonrisa pedagógica, me sacó a la pizarra, me ordenó que escribiera una división que acumulaba doce o trece cifras a uno y otro lado, me dijo que la resolviera y no había terminado de pintar números cuando anunció la solución. “Son 0,46701. Anda, anda, siéntate, alma de cántaro”.
Me senté con el alma en los pies, entre las risas de los compañeros, un presagio en miniatura de la humillación internacional que sufrió Garri Kaspárov cuando Deep Blue le propinó una paliza ejemplar ante el tablero. Con semejante currículum en la mochila, ya se imaginan que no voy a discutirle nada a un señor, Carlos Pollán, que el otro día zanjó una votación en las Cortes de Castilla y León dictaminando que 31 votos valen más que 35 votos. A un señor que se apellida Pollán, yo no le discuto un decimal ni una coma. Vamos, sólo faltaba que, en vez de Carlos, se llamara Cojonciano.
Además, las matemáticas han cambiado mucho desde que me vapulearon, allá a finales de los setenta, a manos de un profesor tan sabio que impartía él solo las asignaturas de ciencias, dibujo, educación física y religión sin más ayuda que un crucifijo, un botijo y una calculadora de bolsillo. Para que se hagan una idea, un día nos explicó que Jesucristo era tan buena persona que, cuando era niño, permitía que su padre le enseñara el arte de la carpintería cuando bien podía haberle dicho “quita de ahí, idiota”, arrebatado el martillo y los clavos de las manos y fabricado una estantería a base de milagros. No me hagan mucho caso, porque no tengo ni idea de estas cosas, pero he oído por ahí que existen números enteros, naturales, reales, racionales e irracionales. Me da a mí que en las Cortes de Castilla y León los números irracionales son la última moda.
Hay ignorantes que se echaron las manos a la cabeza cuando Pollán demostró que en sus inmediaciones la aritmética tradicional se había ido a hacer gárgaras y que 31 son más que 35 siempre y cuando a él le dé la gana. Es un descubrimiento que bien le podría valer la candidatura a la Medalla Fields, el Nobel de las Matemáticas que se concede cada cuatro años, de no ser porque el hombre rebasa ampliamente los 40 años, edad máxima permitida a los ganadores del premio. Claro que, cuando Pollán, nacido en 1967, presente su demostración en una revista científica, al comité organizador no le va a quedar otra que admitir que 57 años son menos que 40 años y lo mismo le dan dos medallas: una por aritmético y otra por si la pierde.
Cuando se publique la demostración completa en el CSIC, en el Fibonacci Quarterly o en el próximo número de Jara y Sedal, esos listillos que tachan a los correligionarios de Vox de incultos y de vagos, se van a quedar con un palmo de narices. La Conjetura de Pollán es un gran nombre que acabará haciendo la competencia al Teorema de Pitágoras, a la Hipótesis de Riemman, a la Conjetura de Poincaré, al Último Teorema de Fermat, a la Carabina de Ambrosio y a la Flauta de Bartolo. Básicamente, puede resumirse así: 31 son más que 35 porque me sale del apellido.
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