Opinión
Coches, hombres y violencia
Periodista
-Actualizado a
La misma semana en que nos enteramos que Esther López había sido atropellada por un vehículo antes de morir desangrada y de frío en Traspinedo, la audiencia de Pontevedra ha retirado la protección a una joven de 20 años que sufrió un intento de atropello por parte de su ex novio en contra del criterio del juzgado de Cambados y de la propia Guardia Civil, a la que denunció por recibir constantes amenazas de muerte. La abogada de la víctima ha asegurado a los medios que desde que se le retiró esta protección, la joven vive recluida en su casa y completamente aterrorizada por su ex pareja. Estos dos casos y otros muchos, como el de la otra joven de Pontevedra, cuyo coche fue arrollado por el de un vecino que la acosaba desde niña, son solo una muestra de la cantidad de veces que los vehículos han podido ser usados como armas homicidas en casos de violencia machista. No me quiero imaginar cuántos asesinatos de mujeres y de tentativas han pasado a la historia como atropellos, accidentes de tráfico o fallos mecánicos sin explicación.
Para la mayor parte de los hombres, el coche ha sido siempre un complemento de masculinidad, un trofeo, un símbolo de estatus, un accesorio fálico. A través del coche los hombres nos han intentado conquistar, impresionar, seducir. Aún recuerdo aquella ocasión, cuando estaba en la universidad, en que un chico se me acercó en una discoteca y, casi sin mediar palabra, me puso las llaves de un BMW en la mano: “Si te vienes conmigo, te dejo conducir”. En el coche nos han besado, nos han follado (o lo han intentado), nos han puesto música romántica, nos han llevado a un mirador a ver las estrellitas, nos han recogido en casa de nuestros padres y nos han devuelto, sanas y salvas, como Cenicienta. Nos han ido a buscar a la puerta del instituto, de la universidad y del trabajo. Ellos se han encargado de la mecánica de nuestros propios automóviles e incluso de aparcarlo, si éramos un poquito torpes. Porque el coche es territorio machuno, y nosotras al volante, peligro constante, aunque el 90% de las víctimas mortales de los accidentes de tráfico en España sean varones, ya que son ellos también quienes los provocan. Nosotras, casi siempre, víctimas colaterales de la imprudencia masculina.
Dentro del coche también nos han violentado, asustado, gritado, encerrado, violado y han estado a punto de estamparlo con nosotras dentro en medio de una discusión. Tuve una pareja que era muy dado a montar shows mientras conducía y cuando el tipo se ponía tenso soltaba las manos del volante mientras el coche iba de un lado al otro de la carretera como desplazándose por una pista de hielo y yo intentaba mantener la calma muerta de miedo. Él decía que yo lo ponía nervioso. Tan nervioso que el pobre olvidaba las reglas básicas de circulación, dejaba el coche a la deriva y ponía nuestra vida en riesgo con relativa frecuencia. Varias veces le pedí que aparcase a un lado e incluso llegué a bajarme. Fue algo que no pude hacer el día que lo hizo en medio de la autopista a 140 kilómetros por hora y yo misma tuve que sujetar el volante para no comernos el quitamiedos. Porque miedo es lo intentan darnos muchas veces con los coches. Con un coche nos han perseguido por la calle, desde el coche nos han gritado obscenidades, se han masturbado mirándonos, e incluso han intentado abrir la puerta cuando éramos nosotras las que teníamos un momento de intimidad dentro. Y en un coche aparcado, lleno de hombres, también nos han abierto las puertas para impedirnos el paso y nos han invitado a meternos dentro a altas horas de la madrugada como hienas hambrientas.
Y por supuesto, al coche, a SU coche, le han pegado por no pegarnos a nosotras. Cuando era adolescente viajábamos tres amigas en el coche del novio de una de ellas que la emprendió a hostias con todo lo que tenía dentro por algo que no recuerdo en absoluto. Lo que sí recuerdo prístinamente son los puñetazos al volante, a la guantera, al asiento de ella y también los que esquivábamos las pasajeras de atrás, los golpes contra el propio parabrisas hasta reventarse los nudillos, mientras nosotras gritábamos y le pedíamos que nos dejase salir. Nos encerró a las tres dentro. Pocas veces pasé tanto miedo. Después, la culpó a ella por haberle “obligado” a estropear su coche.
El coche, a más grande y más potente, más masculino. Las carreras de coches, los “piques” por la carretera, la violencia verbal al volante, el que se te pega mucho para que espabiles, el que te pita mientras intentas sacar el ticket del parking o el de la autopista, el que te adelanta por la derecha porque ya no puede más. El coche asociado al sexo, a la propiedad patriarcal: “las cosas de montar no se prestan”.
Ay, el coche, qué sería de muchos hombres sin esas cuatro ruedas y esa carcasa de acero con lo que se pasean por la vida creyéndose los reyes del mambo.
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