Opinión
Cataclismos amorosos
Periodista
Es hora de arrojar algo de luz sobre tanta oscuridad. En algún momento saldremos de este confinamiento y, como se viene nos viene advirtiendo casi desde el principio, muchas parejas pondrán punto y final a su relación. Va a haber divorcios, separaciones, y seguro que veremos caer a parejas estupendas de esas que nos daban un poquito de grima por sus álbumes familiares de Instagram que ya no se actualiza desde el segundo día de cuarentena. Poco a poco, irán desapareciendo los retratos de viajes en pareja y serán sustituidos por fotos de paisajes sin más, con reflexiones intensitas sobre el desamor. Nos aliviará saber que ya no llenarán las stories con videos en directo entrenando juntos. No parece tan gracioso cuando hay que entrenar todos los días. Las que lo veían venir poco tienen que borrar. Si las parejas que hacen gala de un excesivo alarde de amor dan cierto repelús, las que ocultan su relación durante años como dos amantes ilegales son dignas de compasión.
Qué decir de esas parejas separadas por el confinamiento que ya ni se echan de menos y solo intercambian mensajes telegráficos como de barco antes de hundirse. “Hoy igual que ayer”, “no tengo nada que contarte”, “hasta mañana”, “tq”, “yo tb”, “…”. La pandemia tampoco ha parado las traiciones. Hace mucho tiempo que la infidelidad se juega en el terreno de las pantallas cómplices con fácil acceso a antiguos amantes y exs que ya no recuerdan por qué lo dejaron, e insisten en estirar el archivo edulcorado de las relaciones adolescentes.
Volverán los selfies y las fotitos de fiesta, muchos futuros solteros ya no están castigando con sus entrenamientos en directo. El coronavirus traerá muchos duelos sentimentales. Y ojalá todos fuesen así.
Pero no olvidemos la cantidad de bodas que se están viendo aplazadas hasta “sabe dios cuándo” por culpa de la pandemia. Todas esas pomposas celebraciones del amor agendadas desde hace meses, quizá años, a la espera del grandioso día en el que rubricar bajo gracia divina o civil el compromiso de la impredecible vida. Traigo noticias frescas. Ese “cuándo” va a ser un “nunca” para un número considerable de parejas.
Ahora, liberadas de las cargas laborales o trabajando desde el mismo espacio, en esa casa reconvertida en oficina que no deja de ser casa, podemos hacer el sano ejercicio de contabilizar las horas invertidas en higiene del hogar, crianza, atención a otros familiares, comidas, nutrición cultural y, por supuesto, las horas de teléfono móvil, tele, play, fumar o beber cerveza. Podemos observar detenidamente la curva de los preliminares y de las caricias, los besos y las atenciones. Las conversaciones en las que aún queda algo que decir, aunque ya solo se hable del tiempo y del maldito coronavirus. Puede que esa pequeña manía que antes molestaba, ahora irrite, y que esos graciosillos ronquidos se conviertan en insoportables trompetas del Apocalipsis. Ahora que tenemos tiempo, ¿cuántas ganas quedan para la intimidad?
Seguramente muchas parejas desterrarán para siempre el maldito mito universal de que los polos opuestos se atraen. Obligados a respirar el mismo oxígeno las 24 horas del día, los clichés victorianos sobre el amor romántico caen por su propio peso. Todo el mundo necesita su espacio, pero cuando no lo hay o, cuando el espacio es tan apretado que los roces ya no hacen el cariño es cuando podemos ver, cristalina, la verdad de nuestra relación. Es el momento de analizarse críticamente. De ser el espectador de la propia vida. ¿Es esta la película que quiere protagonizar?
Al inevitable aburrimiento durante el confinamiento hay que añadir cuánto influye esa presencia –a veces ausencia- para aumentar o disminuir el tedio y el estrés. Es una oportunidad fabulosa para quitarse años de tortura, para ahorrarse segundas (y terceras) oportunidades que siempre acaban con un portazo más sonoro que el anterior.
Pienso en todas las parejas enredadas en ese nudo tan difícil de deshacer. El previo a la ruptura. El nudo por el que todas y todos hemos pasado alguna vez en nuestra vida. El nudo que nos llena de remordimientos y nos ata a la desdicha. Dice Caitlin Moran en su libro Cómo ser Famosa “Y si tienes un remordimiento (que no es más que un pensamiento), lo único que tienes que hacer para sentirte mejor es aplastar el remordimiento con otro pensamiento más potente que no sea un remordimiento.” La búsqueda felicidad es siempre una apuesta segura.
No olviden que envejecemos, y que la vida no para, incluso durante el confinamiento. Podemos entender esta experiencia como un parón en la vida o como un flashforward, un aceleramiento de los hechos que, antes o después, tenían que pasar. Para elegir no seguir la corriente inerte, sin vida. Si algo nos demuestra la pandemia es que la vida es un bien tan valioso como frágil. Todo puede cambiar antes de los aplausos de las ocho.
Añade Dolly, la versión famosa de la adolescente Johanna a la que da vida la autora británica. “La tensión y las explosiones, pienso (lo pienso despacio y empiezo a emocionarme, como si estuviese generándose un pensamiento muy útil) producen las cosas más extraordinarias. (…) Y a veces los cataclismos son más pequeños, aunque igual de dolorosos. Se producen cataclismos terribles y transformadores de todo tipo de dimensiones, que afectan a un continente entero o a una sola casa o a un solo corazón.”
Después de la tormenta siempre viene la calma y el encierro no durará para siempre. ¿A cuántas dimensiones habrá afectado entonces su propio cataclismo?
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