Opinión
Cambio climático: el 'lobby' de los combustibles fósiles muestra su poder en Glasgow
Por Juan López De Uralde
-Actualizado a
Comentábamos durante las largas jornadas de la COP26 en Glasgow que detrás de la imagen de las COP lo que hay es una lucha titánica entre las poderosas corporaciones de los combustibles fósiles, los gobiernos que las defienden (y, en cierto modo, representan) y quienes defienden (defendemos) la urgencia de actuar para frenar el cambio climático. Poco nos imaginábamos que finalmente esta lucha iba a emerger de forma tan visible en esta Cumbre. En las últimas horas la batalla central de la Cumbre de Glasgow se ha dado en torno a los combustibles fósiles. Las lágrimas del presidente de la COP, Alok Sharma, reconociendo la profunda decepción de los resultados finales, después de que “le colaran” una última enmienda a favor del carbón, ha sido la imagen más explícita de esta guerra.
Quizás esta batalla ponga blanco sobre negro para qué sirven las COP. Si fueran esfuerzos inútiles, como algunos aseguran, la industria no se batiría hasta el último suspiro para eludir cualquier referencia al final de su negocio en los documentos. Pero el lobby de los combustibles fósiles sabe muy bien que en las COP se va marcando una hoja de ruta global para salir de la actual dependencia de los combustibles fósiles. El problema es que el proceso va demasiado lento. El esfuerzo por alcanzar consensos es titánico, y siempre se rompe por el mismo lado: son los defensores de los combustibles fósiles los que acaban imponiendo sus tesis, y los países más vulnerables al cambio climático se ven obligados a ceder ante la amenaza de que todo vuele por los aires.
De la reunión de Glasgow esperábamos tres cosas: compromisos de los gobiernos para garantizar que permitieran garantizar que las temperaturas no superarían 1,5 ºC respecto a los niveles preindustriales; un fondo de 100.000 millones de dólares anuales para ayudar a la transición energética de los países en desarrollo, y que se cerrara el 'rulebook' del Acuerdo de París, fundamentalmente con un acuerdo sobre los mercados de carbono (artículo 6). Aunque, sin lugar a dudas, lo más relevante es el asunto de la ambición para evitar superar esos 1,5ºC.
Aunque el ambiente en Glasgow permitía presagiar un cierto optimismo por el grado de preocupación creciente sobre los efectos del cambio climático, lo cierto es que los compromisos nacionales no han estado a la altura. La suma de los planes de mitigación de los gobiernos nos deja, según Naciones Unidas, en un aumento de temperaturas del 2,7ºC, muy alejados de ese ansiado 1,5ºC que se viene repitiendo desde el Acuerdo de París. Es cierto que el documento final insiste en ese objetivo, y ese es un dato positivo, pero los compromisos nacionales no acaban de llegar. A la vista de la situación, se ha adoptado diciembre de 2022 como nueva fecha para la adopción de nuevos compromisos con una ambición aumentada. Esta decisión tiene de positivo que da un nuevo plazo a la espera de que los países avancen, pero nuevamente es un pelotazo hacia delante, un nuevo retraso en el cumplimiento de los objetivos.
Desde que en Copenhague se tumbó el carácter de vinculantes de los acuerdos, el peso de la responsabilidad queda en su totalidad en el tejado de los gobiernos nacionales. Esto es una debilidad de las COP, que tras unos procesos políticos tremendamente complejos, llega a acuerdos cuyo cumplimiento difícilmente puede hacer cumplir. En ese sentido deberían cobrar un peso mucho mayor en la lucha contra el cambio climático los parlamentos nacionales y la acción legislativa. Como muestra un dato: solo ocho de los 200 países presentes en Glasgow (entre ellos, España) tienen sus compromisos de reducción de emisiones plasmados en una ley.
En la adopción de acuerdos voluntarios sí ha sido prolija la Cumbre de Glasgow. Quizás el más destacado ha sido el de reducir un 30% global las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero que hasta ahora no ha sido regulado. Este acuerdo contra el metano ha sido firmado por más de 100 países. Otro acuerdo que ha levantado buenas expectativas es el que compromete el final de la destrucción forestal en 2030, si bien no se entiende por qué hay que esperar una década para acabar con ella.
La movilidad ha estado muy presente en la COP26. No en vano el sector transporte sigue siendo el que más crece en cuanto a emisiones. En este aspecto lo más destacado ha sido el acuerdo de varios países y empresas automovilísticas de adelantar la eliminación de los coches de combustión a 2035. Sin duda, un acuerdo que pone horizonte al final de los motores de combustión.
No hay que olvidar que la mayor delegación en la COP26 fue la de los combustibles fósiles. Una ONG contabilizó más de 500 representantes acreditados de estas industrias. Su papel ha sido en esta ocasión bien visible, y tienen mucha responsabilidad en que no se haya avanzado mucho más. Al menos en esta ocasión, se ha puesto cara a quien mueve los hilos para impedir avances. El negacionismo político que todavía queda hace el trabajo sucio a estos intereses corporativos.
Lo mejor que podemos concluir de la Cumbre de Glasgow es que el proceso global contra el cambio climático sigue vivo, y el objetivo de 1,5ºC se mantiene. Pero eso no es lo que esperábamos, ni puede ser un consuelo. El proceso va demasiado lento, y cada día que pasa sin avances estamos más alejados de poder evitar un cambio climático catastrófico. Es necesario que, más allá del marco global, otras administraciones tomen en sus manos la responsabilidad de adoptar medidas ambiciosas para reducir las emisiones. El papel de los parlamentos nacionales y regionales, y los gobiernos municipales en la lucha climática debe cobrar mucho mayor protagonismo.
Pienso que la frustración de los resultados no debe llevar al desánimo y el abandono, sino a la indignación y a la lucha. La esperanza para el clima y para nuestro futuro está en la movilización social y política que afortunadamente crece en todos los rincones del Planeta. Estoy convencido que ese es el único camino.
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