Opinión
La Boda Roja y la Reforma Fiscal
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
La Boda Roja es un acontecimiento traumático que marca para muchos el momento más importante a nivel dramático de la saga Canción de Hielo y Fuego, o en su versión televisiva, “Juego de Tronos”. Sucede en el tercer libro de la serie, Tormenta de Espadas, y supone la culminación de la venganza de la familia Frey, aliada con los malvados Lannister, contra los protagonistas de la saga, los Stark. Ya sé que en Juego de Tronos las cosas son siempre un poco más complejas que “los buenos y los malos”, pero simplifico para entendernos.
Los Frey son una familia de poco poder que, sin embargo, controla un territorio clave en el desarrollo de la guerra entre los Stark y los Lannister. El control de ese territorio es una ventaja estratégica que le confiere a la familia Frey una importancia capital. A pesar de su relativo poco peso en el conjunto de las grandes familias nobles de los Siete Reinos, gracias a ese control estratégico, los Frey han sobrevivido casando a sus hijas con nobles de otras casas. Ese es el acuerdo al que llegan con Robb Stark, líder de la familia Stark. Ellos le permiten el control de esa zona clave para la guerra y él se casa con una de las hijas de Lord Frey. Un acuerdo que Robb incumple casándose con otra mujer. En consecuencia, Walder Frey, líder de la casa, organiza una segunda boda a la que invita a Robb y, una vez allí, le asesina a él, a su madre, a su mujer y a varios miembros más de la familia Stark.
Ya, bueno, pero … ¿qué tiene que ver todo ésto con los impuestos?
Esta semana se ha aprobado una ambiciosa reforma fiscal en el Congreso de los Diputados con medidas como 15% del IRPF a las grandes multinacionales, subir tres puntos porcentuales la cotización a las rentas de más de 300.000 euros o mantener de forma indefinida el impuesto a la banca. Eso cae del lado del haber, junto a algunas cosas más como cambiar la forma de tributar de los trabajadores intermitentes de la cultura o subir los impuestos a los productos de lujo. En el lado del debe estaría el impuesto a las energéticas, que se aprobó de forma temporal durante la anterior legislatura y no se ha llegado a hacer permanente por la oposición de Junts y el PNV, la tributación de las SOCIMIS, que no ha logrado cambiarse o el impuesto al Diesel, una medida clave para la transición energética y que ha caído con el voto en contra de Podemos y la abstención del BNG.
El resultado final, con todo, es bastante satisfactorio. En algún aspecto, más ambicioso que lo logrado en la anterior legislatura con mayorías más progresistas en la cámara.
Sin embargo, a lo largo de toda esta semana hemos vivido una suerte de “Boda Roja” narrativa. Mientras se desarrollaba una negociación muy compleja en el interior de la mayoría de la investidura, los relatos apocalípticos se iban imponiendo. La reforma fiscal parecía ser una mierda involutiva, un regalo para Junts y el PNV, la prueba de la parálisis y la incapacidad del gobierno PSOE-Sumar, etc, etc.
Todas esas narraciones se han evaporado en el momento en que se han conseguido diversos tipos de acuerdo con las fuerzas de la investidura y entonces el terrible mojón se ha convertido es una cosa fabulosa, gracias siempre al aporte de cada quién. Es legítimo que toda fuerza política quiera vender sus victorias, pero no es posible que la barbarie y la civilización estuvieran tan cerca. No es posible que la nada y el todo estuvieran a una reunión de distancia. Si así era. O no había tanto cielo, o nunca hubo tanto infierno.
Lo que parece señalar esa performatividad siempre hacia afuera es la necesidad de maximizar el peso que cada organización política tiene en el acuerdo, presionar en medio de las negociaciones o justificar hacia propios y extraños posibles desbandadas. Cuando lee Juego de Tronos, todo el mundo olvida convenientemente que, si bien la acción de los Frey es salvaje y desproporcionada, cruel y mezquina, los pactos a los que habían llegado son tan pactos como cualquier otro y romperlos siempre tiene algún coste. La otra cosa que solemos olvidar es que, en general, siempre creemos ser los Stark de nuestra propia historia, y no se nos pasa por la cabeza que quizás, sólo quizás, algunas veces somo los Frey. O los Lannister.
La boda Roja es la expresión máxima de la barbarie incivil, de la guerra en su forma mas descarnada. También es un momento épico y terrible que todo el mundo recuerda. La civilización que nos permite levantarnos cada mañana, la que nos separa de los Trumps, las Ayusos, los Mazones y los Mileis, está fabricada de los materiales opuestos. Materiales muy poco épicos.
La civilización, que no es más que subirle el impuesto a una multinacional para pagar la educación pública o la sanidad, se fabrica con acuerdos siempre menos ambiciosos de lo que nos gustaría, siempre imperfectos, dependientes de mayorías cambiantes y con intereses cruzados.
Son acuerdos y propuestas siempre parciales, incompletas y frágiles, pero es la vez son lo único que nos separa del horror de la guerra, del fin de las mediaciones, de “el mundo es cómo es por mis cojones”. La civilización está fabricada de reuniones infinitas que nunca están a la altura de lo que soñábamos antes de entrar en ellas.
Y hay un momento dónde lo fácil es perder la perspectiva. Dónde lo sencillo es que los vetos cruzados, la falta de paciencia, el regarte corto, las ganas de épica o el quedar bien con la película que te has montado que cree tu parroquia, sea la que sea, puede hacer que esa frágil civilización se vuelva una boda de sangre.
Pero mientras en España se gobierna para subir los impuestos a los ricos, una forma de gobierno que empieza a ser indistinguible del fascismo espera a tomar posesión del gobierno de los Estados Unidos, el gobierno Alemán se resquebraja y la extrema derecha asoma la pata tanto allí como en Francia, donde ya sostuvo la investidura del candidato de Macron y la Unión Europea ya tiene a la extrema derecha en sus estructuras de gobierno.
Quizás si estamos a un paso pequeño entre el cielo del infierno. Por eso, cómo decía Italo Calvino, nos toca proteger aquello que en el infierno no es infierno y darle tiempo y espacio. Aunque sea frágil y un poco más aburrido.
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