Opinión
Ni ángeles ni demonios, tocapelotas
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
No sé qué relación tienen con personas adolescentes, si la vida les ha arrastrado a un espacio lleno de ellas, si tienen hijas, sobrinas, nietas o parientes cercanas o lejanas, si fueron adolescente hace poco y se acuerdan, o viven completamente apartadas de este grupo social. Yo ando frecuentándolas, por razones que no incumben, y si tuviera que definirlas lo tengo claro: irritantes. Las personas adolescentes son básicamente insoportables. A ver, a mi me encantan, me rechifla escucharlas y retarlas y perderme en una serie de palabrerías locas que no entiendo. Me maravillan sus cambios de humor, y sus inseguridades y seguridades, improbables todas ellas, incongruentes, locas. Me fascina lo importante que es para ellas lo que para mi es nimio. En muchos casos me sacan de quicio y al mismo tiempo me recuerdan de donde vengo.
Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es el período de crecimiento que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta, entre los 10 y 19 años. No son niños pequeños pero no son mayores, y de verdad solo hace falta tratar con ellos para darse cuenta.
No sé si es porque vivimos en una sociedad envejecida y rancia o porque cada vez la gente tiene menos hijos, que se olvida que la adolescencia es una etapa especialmente importante pero que revierte de una enorme vulnerabilidad. Cuidar la adolescencia es indispensable si queremos tener una sociedad sana y rica. Y el caso es que esta es una labor difícil porque es una etapa vital muy complicada y hay que tener mucha paciencia y saber fluir, ser empáticas y generosas, igual que queremos que estas personas lo sean en un futuro.
Hay personas adolescentes que reciben todo lo que necesitan en sus casas, pero hay muchas otras que no. Hay mucha soledad entre la adolescencia. Hay familias en las que el trabajo de los progenitores es incompatible con la vida en común. Hay familias rotas que no existen. Y hay familias que ven partir a sus hijas e hijos todavía pequeños en busca de una vida mejor, a otro país. Y esas personas adolescentes que son extremadamente valientes llegan a un sitio donde les piden que sean mucho mejores que el resto. Le piden que sean ángeles. Le prohíben que tenga el menor desliz, que cometan imprudencias. Tienen que ser cautelosas, dignas, perfectas, si no serán calificadas de demonios. Pero todas sabemos, y si no debemos recordarlo, que lo que realmente son es unas tocapelotas. Eso, cuando juegan en la selección española, se aplaude. Pero, fuera del campo, no podemos olvidar que es indispensable respetar esa condición, esa impertinencia cargada de audacia que hace de este grupo algo mágico.
Podemos construir una juventud excepcional, como se está comentando a todas horas estos días. Pero para ello hace falta proporcionar los recursos necesarios en educación y cuidados con el fin de que la magia no solo dependa de ellas. No se trata de caridad, se trata de inversión, de inteligencia socioeconómica. Y luego, también, es cuestión de inteligencia emocional, esa que construye un mundo más bello y sostenible, un mundo mucho mejor.
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