Opinión
El ángel Marcelo era James Bond
Por David Torres
Escritor
Esta semana nos hemos enterado de que, siguiendo el manual de instrucciones de la corrección política, los libros de James Bond van a ser reescritos para evitar alusiones raciales ofensivas y otras expresiones de la época que pudieran dañar la delicada sensibilidad de algunos lectores contemporáneos. Tal vez lo mejor de todo sería colocar una advertencia bien gorda antes del título: NO APTO PARA IMBÉCILES, aunque los imbéciles, por su propia naturaleza, no suelen darse por aludidos. Sin embargo, el James Bond de las novelas (un currante del espionaje al que las chicas también dan calabazas) tiene poco que ver con el irresistible e insoportable listillo de las películas, un asesino engreído y despiadado al que le quitaron el vicio de fumar puros para que no diera mal ejemplo a los niños. Se supone que las explosiones, los puñetazos, las puñaladas, los tiros en la cabeza y el tratar a las mujeres como basura son un ejemplo cojonudo para la infancia. Menos mal que los censores todavía no saben que 007 ha sido llevado al cine, porque el día que lo sepan, dejan las 25 películas reducidas a veinte minutos.
En España tenemos nuestra propia versión de James Bond, sólo que el MI6 se llama CNI y que 007 sale clavado a Paco Martínez Soria. Lo que quiere decir boina en lugar de pajarita, caliqueño en lugar de habanos, carajillo en lugar de vodka martini, una Vespa en lugar de un Aston Martin y alpargatas en lugar de zapatos italianos. Los títulos de crédito, que en el original británico representaban el cañón de una pistola, aquí los simboliza una cloaca, y la magnífica banda sonora, obra de Monty Norman y John Barry, se sustituye por Paquito el Chocolatero. A lo mejor resulta un poco cutre pero en España tendemos al realismo desde tiempos inmemoriales.
En esencia, el argumento de Operación Kitchen, la primera entrega de esta trepidante versión hispánica de 007, se resume en que el ministro del Monólogo Interior, Fernández Díaz, utilizó a la cúpula de la Policía Nacional, tirando de los fondos reservados, para destruir evidencias que probaban la corrupción interna del PP, espiar a Bárcenas y cocinar pruebas que comprometieran a los dirigentes de Podemos y a los líderes independentistas catalanes. Dicho así, el argumento parece una mierda pinchada en un palo, pero es que Fernández Díaz, aparte de disponer de Villarejo y de un montón de agentes secretos, también contaba con la baza de Marcelo, su ángel de la guarda particular, quien por lo visto le servía para algo más que para ayudarle a aparcar el coche. M, el jefe del servicio de inteligencia británico, tenía a James Bond, y James Bond tenía a Q y un despliegue de estupendos cacharritos, mientras Fernández Díaz, el jefe de contrainteligencia española, tenía al ángel Marcelo y el ángel Marcelo tenía alas.
Qué pena que los dos monaguillos del ministro en esta turbia operación ilegal (el secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez, y el jefe operativo de la policía, Eugenio Pino) se dedicasen a mandarse guasaps uno a otro como dos jovencitas en Tinder hablando de sus novios, unos mensajes en los que alardeaban de los montajes que estaban tramando, de los periódicos que mangoneaban y de las noticias falsas con que alimentaban las portadas de OK Diario. Una verdadera lástima, porque podían haber recurrido a Marcelo en plan paloma mensajera y se hubieran evitado el bochorno de que toda España pueda leer ahora sus epístolas.
La bazofia es tan enorme que a la Fiscalía Anticorrupción no le ha quedado otro remedio que pedir 15 años de prisión para Fernández Díaz, Francisco Martínez y Eugenio Pino, la santísima trinidad de las cloacas, más un añadido de 19 años para Villarejo y otras condenas menores a altos cargos policiales. Mariano Rajoy, lo mismo que Cospedal y el ángel Marcelo, de momento se libran porque o bien no existían o bien no se enteraban de nada. No obstante, lo más seguro es que alguien reescriba la historia, igual que las novelas de James Bond, suprimiendo los pasajes comprometedores, aunque bastaría con colocar una advertencia bien gorda en el sumario: NO APTO PARA IMBÉCILES.
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