Opinión
La amenaza y el estrés sexual afectan a la vagina de todas las mujeres
Periodista
Imagina que eres un hombre blanco heterosexual y que una parte de tu cuerpo, por poner, la espalda, es constantemente violentada por otras personas para burlarse de ella, para atacarla gráfica, verbal y físicamente. Imagina que desde pequeño se hacen rankings de palabras groseras para referirse a la espalda de las personas que son como tú, y que en casa o en el colegio no se puede hablar de eso porque lo considerarían una vergüenza, una provocación (tuya) o, peor, un pecado. Imagina que millones de personas se excitasen con imágenes en donde las espaldas reales de los hombres como tú son constantemente golpeadas, torturadas, pellizcadas, o escupidas. Imagina que los medios de comunicación informasen a diario de que miles de hombres en diferentes puntos del país y del mundo han sido atacados en la espalda y que el simple hecho de tener espalda suponga un riesgo real para ser sometido, violentado o asesinado. Imagina que más de una vez tú mismo hubieses sufrido violencia directa en la espalda o te hubiesen amenazado en la calle, a la salida del instituto o en una discoteca con “reventarte la espalda a pollazos”. Imagina que tuvieses que dejarte hacer daño en la espalda o fingir que te excita que te lo hagan para tener una relación de pareja o la validación de alguien que tiene poder sobre ti. Imagina que todo ese dolor consentido pudiese ser considerado un trabajo. Imagina que el propio sistema sanitario ejerciese violencia sistemática en esa parte de tu cuerpo y que para explorarla utilizasen instrumental doloroso o te dejasen en una posición indefensa y humillante. Imagina que se comercializasen productos para cambiar o neutralizar el olor y la textura de tu espalda. Imagina que te encantasen los masajes en la espalda pero que cada vez más te costase pedirlos o disfrutar de ellos. Puede que ya empezases a sentir cierta desensibilización o quizá tuvieses la espalda llena de contracturas, seguramente el estrés derivado de toda esa violencia directa e indirecta habría hecho mella en ti y en tus relaciones personales. Puedes dejar de imaginar. Así se trata a las vaginas de las mujeres.
Escribe Naomi Wolf en su libro Vagina que “si se quiere someter y eliminar a las mujeres, y hacerlo de tal modo que no haga falta confinarlas o encerrarlas —de tal modo que 'lo hagan por sí solas', que se eliminen a sí mismas, que pierdan la dicha y la autonomía, que no experimenten placer, que desconfíen de la fuerza del amor, que piensen que las relaciones humanas son frágiles e inestables—, lo que se tiene que hacer es apuntar a la vagina”. La violencia sexual contra las mujeres condiciona absolutamente nuestra capacidad para ser libres, autónomas y de estar sanas. Tal y como explica Wolf, por la relación directa que existe entre la vagina y el sistema nervioso autónomo, las consecuencias del trauma se imprimen en toda la red neural y en el cerebro de las mujeres. La vagina tiene consciencia. El cortisol, hormona del estrés, se libera en el flujo sanguíneo de las mujeres cuando se sientan sexualmente amenazadas y eso tiene implicaciones en toda nuestra salud física (mayor riesgo de diabetes o problemas cardíacos, por ejemplo), pero el estrés malo también tiene consecuencias en el rendimiento académico o profesional. No es casualidad tampoco que las mujeres suframos más ansiedad, trastornos de pánico y depresión si una de las primeras cosas que aprendemos desde niñas es que estamos en peligro constante.
En la misma semana, en España, hemos conocido varias noticias terribles relacionadas con violencia sexual contra las mujeres, por ejemplo, la de la chica de 19 años que fue atada a la cama durante un mes entero y atacada por su marido, o la ridícula condena de dos años al pornógrafo Torbe, que muy probablemente se librará de entrar en prisión tras haber admitido grabar y difundir videos sexuales con niñas. Pero toda esta violencia contra las mujeres no traumatiza solo a quien la sufre en sus carnes, esta violencia garantiza un estado de sumisión permanente y nos vuelve más manipulables a todas las mujeres. “Es difícil reprimir y controlar a una gran mayoría de la población humana. ¿Y si se hubiera descubierto que este blanco era una herramienta eficiente? Dicho en otras palabras, si los hombres, a lo largo de las generaciones, en las primeras fases de nuestra historia se habían dado cuenta de lo que hoy en día entendemos que es una relación de base biológica entre mujeres sexualmente empoderadas y su mayor grado de felicidad, optimismo y confianza, ¿no debían de haberse dado cuenta también del efecto de una relación, igualmente de base biológica, entre las mujeres sexualmente traumatizadas y su menor capacidad para lograr felicidad, optimismo y confianza?”, señala la autora. Por eso las violaciones a mujeres forman parte de la caja de herramientas de las tácticas militares en contextos de guerra.
Por supuesto, la violencia sexual, el maltrato continuado y la ceguera hacia el funcionamiento de los genitales femeninos también contribuye a disminuir la satisfacción sexual de las mujeres y su autoestima, ya que no hay autoestima posible si tememos u odiamos una parte de nuestro cuerpo. Solamente podemos sentir placer (y orgasmos) cuando nuestra amígdala se ha desactivado y para eso tenemos que tener relaciones sexuales sin miedo, estrés ni culpa. La división patriarcal entre “preliminares” y “sexo de verdad” no hace más que acrecentar esa ceguera y la frustración de muchas mujeres que se relacionan con hombres que no se preocupan por su placer. Diferentes estudios mencionados en el libro de Naomi Wolf relacionan incluso los niveles hormonales de las mujeres heterosexuales y su impacto en la fertilidad con la tranquilidad y la excitación que les genera estar con sus parejas masculinas.
Imaginemos ahora todo lo contrario. Imaginemos por un momento que las vaginas son tratadas con respeto, amor, devoción y que son consideradas socialmente importantes por el poder que tienen para crear placer y para crear vida. Imaginemos que las mujeres se sintieran seguras desde niñas para tomar el control de su poder sexual, que pudiesen liberarse del rol de pasividad aprendido y que los hombres dejasen de consumir vaginas pornográficas producidas en masa. “Para reafirmar lo que ahora ya debería ser evidente: una vagina sana y bien tratada sexualmente proporciona de manera regular una fuerte activación de dopamina para el sistema de recompensa femenino, así como dosis de oxitocina, para la capacidad de conexión, y opioides que provocan la sensación de dicha. Así pues, la vagina proporciona a las mujeres los sentimientos gracias a los cuales quieren crear, explorar, comunicarse, conquistar y trascender”. Imaginemos que desapareciese la violencia sexual y que libertad no pasase por complacer a los otros. Imaginemos un mundo lleno de mujeres sexualmente satisfechas que no supiesen lo que es fingir un orgasmo. Sería una revolución.
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