Opinión
El alma rota y el grano de arena
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
Empecé a llorar a los diez minutos y me tiré así toda la película. No me lo esperaba, para nada. Controlo el tema, lo conozco muy bien, llevo casi 10 años dedicada en exclusiva a investigar y narrar sobre temas migratorios. Sé que las fronteras fortificadas son agujeros negros de muerte y destrucción. Las he recorrido. He visto documentales. He hablado con personas que las han tenido que cruzar de forma irregular de miles de maneras diferentes. Y sin embargo, la sencilla crudeza del relato de la película Green Borders me desbordó porque la realidad, lo que está pasando en estas fronteras militarizadas, es desbordante y francamente insoportable.
La directora, la polaca Agnieszka Holland, consigue a sus 75 años un León de Oro con una película en blanco y negro que se apoya en un guion excepcional. La historia presenta todas las partes implicadas en un paso fronterizo fortificado: la familia que cruza, el policía que controla, la vecina que vive cerca. Todas las partes sin excepción sufren lo indecible. Todas pierden y ninguna gana absolutamente nada.
Creo que lo más me impresionó fue vivir esa ingenuidad que cada uno de los personajes tienen al principio. Esa pureza de cuando llegan por primera vez a la zona de concertinas. Quizás ese es el único proceso nuevo que la película ofrece para quienes conocemos bien lo que sucede en esos lugares, esa sorpresa del recién llegado. Todos los personajes reaccionan con incredulidad ante lo que sucede. La familia que intenta cruzar no entiende que la policía les haga daño sin razón, que en lugar de ayudarles y de protegerles les trate peor que a animales. Tardan días en ser conscientes de que así es como va a ser y no de otro modo. El policía no está preparado para cumplir el rol que le han asignado y no da crédito a lo que le están pidiendo. La vecina nunca se pudo imaginar que evitar la muerte de alguien le podría traer problemas con la policía y el ejército. Ninguno de los personajes están preparados para lo que les espera, y esto es lo que está realmente sucediendo en las fronteras de Europa.
Sin embargo, esta barbarie apenas tiene diez años, no llega. No lleva toda la vida, no. Tenemos que ser conscientes de que la normalización de la crueldad y la destrucción de vidas con la participación activa de policías de los países fronterizos se ha ido recrudeciendo en los últimos cinco años, a la par que el gasto en cacharros y recursos de control y destrucción ha ido creciendo. Industria y deshumanización han ido desarrollándose de la mano. Y todo empieza con la idea del muro, de la valla, que por sí solos no sirven para nada. Luego llegan los complementos, las concertinas, primero de púas y luego de hojas. Y al final, los efectivos humanos. Personas para parar personas, cueste lo que cueste.
Cuando acabó la película pensé que, si bien esto que pasa en la frontera de Polonia con Bielorrusia, no sucede exactamente en nuestras fronteras de Ceuta y Melilla, si que sucede en Mauritania, Senegal y Marruecos. Melilla está más tranquila desde la masacre que tuvo lugar hace casi 2 años en las que posiblemente murieron más de 100 personas, aunque solo se haya reconocido oficialmente unas 30 muertes. A día de hoy, nuestras políticas migratorias y nuestro dinero público están evitando una masacre de este tipo ya que se está deteniendo a la gente antes de que llegue a las zonas cercanas a la valla y trasladándolas al desierto donde se las abandona maniatadas. En algunos casos les lanzan perros, como se ve que hacen en la película.
Al día siguiente seguía sin poder hablar de la película sin llorar. ¿Cómo estamos permitiendo que esto suceda? Es una sensación de indefensión y de incapacidad la que queda cuando te enfrentas con la crudeza de la realidad. Vivimos en un mundo que no nos representa a la mayoría y sin embargo nos sentimos prisioneros de esa minoría que está destrozando nuestros valores y nuestra humanidad. ¿Qué podemos hacer? Tenemos que trabajar como los granos de arena, no queda otra. Tenemos que asegurar que los espacios en los que nos movemos, en los entornos que nos son aprensibles, somos capaces de asegurar que las cosas se hacen de otro modo. Tenemos que empezar por nosotras mismas y seguir con las personas que nos rodean. Muchas pequeñas acciones componen una grande. Manifestarse, leer y difundir, ayudar, respetar, apoyar el trabajo de organizaciones y medios de comunicación que marcan la diferencia, mejor si son pequeños que grandes por cierto. Grano a grano hasta conseguir una duna.
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