Opinión
Agustín Gómez Arcos: el que faltaba


Por Enrique Aparicio
Periodista cultural y escritor
-Actualizado a
"Abandona tu casa antes de que salga el sol. La luna ha muerto. Que nadie vea que te marchas. Nadie. Ni animal. Ni estrella". Las primeras órdenes que el narrador le susurra a Ana Paucha, inolvidable protagonista de Ana no, bien podrían ser las que el escritor Agustín Gómez Arcos se repitió antes de dirigirse al exilio a mediados de los años sesenta. Una marcha in media res, tan amarga como la de los intelectuales huidos durante y tras la Guerra Civil, aunque tuviera lugar en pleno desarrollismo. Franco nos quitó –también– a Gómez Arcos, y aún andamos en vías de recuperarlo.
El documental Un hombre libre, firmado por Laura Hojman y estrenado hace unos días en salas, es el último eslabón de una cadena que, con lentitud desesperante, nos va devolviendo una figura que se revela imprescindible nada más descubierta. Al canon literario del siglo XX en España le ha faltado siempre una pieza, y ahora sabemos cuál es. El poeta del rencor, el detonador de la memoria.
Como casi todos, descubrí a Gómez Arcos por una recomendación. Un amigo me prestó El cordero carnívoro como quien trapichea con una sustancia altamente inflamable. No era para menos. Como a todos, su lectura me estalló en la cara y me hizo preguntarme quién era ese autor de nombre corriente y talento volcánico, del que incluso alguien que se precia de estar más o menos al día en asuntos literarios jamás había tenido referencia.
Su historia es tan explosiva y sorprendente como su universo creativo. Nacido en 1933 en Enix (Almería) en una de tantas familias que perdieron la guerra, fue pupilo de la mítica maestra Celia Viñas, que en secreto seguía aplicando algunos de los métodos de la Institución Libre de Enseñanza. Sus aptitudes con las letras le llevaron a Madrid, donde escribió obras de teatro que la censura impidió representar una y otra vez. Asfixiado por la imposibilidad de progresar, recaló en París en pleno mayo del 68.
Allí, en un café teatro donde era camarero, empezó a montar escenas con textos propios, que llamaron la atención de un editor que pasaba por allí. Este editor le encargó una novela que, como todas las que vendrían después, Gómez Arcos escribió en la lengua que le había permitido expresarse con libertad, el francés. Ese encargo fruto de los caprichos del destino es El cordero carnívoro. Era 1975 y el almeriense sumaba cuarenta años de represión, sinsabores y expulsión de su propia tierra. Pero ocurrió el milagro.
Agustín Gómez Arcos entró de la noche a la mañana en el olimpo de las letras francesas. A El cordero… le seguirían María República, Ana no, Escena de caza (furtiva), La enmilagrada o El niño pan. Catorce novelas en los veintitrés años que le quedaban de vida. Catorce novelas plagadas de bombas contra el régimen, contra la opresión, contra la tiranía, contra el poder. Historias protagonizadas por los vencidos: prostitutas, mendigos, personas queer, madres de presos políticos, hijos rebeldes del sistema, figuras desahuciadas. Protagonistas que se rebelan y que nos revelan el pilar que faltaba en la cultura reciente de nuestro país. La literatura del resentimiento.
Ni siquiera el fin del franquismo supuso el retorno de Gómez Arcos. Sus libros, que en Francia se habían convertido en clásicos que formaban parte del canon oficial y de las lecturas obligatorias en los institutos, fueron sistemáticamente ignorados. La muerte del escritor en 1998, víctima de esa pandemia que sus enemigos celebraban, la del sida, pareció clausurar un estatus inamovible a ambos lados de los Pirineos. Genio de las letras en Francia –en dos ocasiones fue finalista del premio Goncourt, que perdió nada menos que frente a Patrick Modiano y Marguerite Duras–, un perfecto desconocido en España.
Que su país obviara una obra literaria tan admirable y disruptiva es difícil de creer, pero fácil de entender a poco que uno se adentre en ella. Gómez Arcos es un autor incómodo, incluso antipático. Su narración de la historia reciente de España no es susceptible de una bonita adaptación cinematográfica que nos enseñe cómo hasta en los momentos más terribles hay que mantener la esperanza. Que nadie espere un emotivo llamamiento a la convivencia ni una reconstrucción nostálgica de lo que pudo ser. El de Enix tenía muy claro lo que quería hacer con sus recuerdos y con el recuerdo de quienes ganaron la guerra: una hoguera.
Ojalá el documental Un hombre libre –el título corresponde con el epitafio del escritor– impulse la recuperación de Gómez Arcos, que en los últimos años ha recaído sobre todo en la editorial Cabaret Voltaire y en la traductora Adoración Elvira Rodríguez, responsables de que, cincuenta años después de su publicación y casi treinta después del fallecimiento de su autor, podamos hablar de El cordero carnívoro y no solo de L'Agneau carnivore.
"Las mitologías, como la opresión, hay que imponerlas", sentencia la madre superiora del convento de María República. El fuera de campo de esas mitologías, lo que se queda al margen, también es una imposición. Que la obra de Agustín Gómez Arcos haya caído en ese vacío dice mucho de cómo ha funcionado y sigue funcionando nuestro país. Si sus libros nos siguen faltando, quienes le mandaron al exilio seguirán sonriendo desde el limbo de la historia. No podemos permitirlo. No podemos permitírnoslo.
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