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Todas las vidas de Carlos Bergantiños
En 1956 se inauguró el campo de fútbol de Parga. Un trabajo de Joseba Muruzabal –el muralista de las superabuelas– recuerda la efeméride en la trasera de un edificio donde habitaba la uralita. Unos meses antes del estreno balompédico pargués había visto la luz por vez primera, en la casa de Isolina do Capataz de esta parroquia de Guitiriz, José Carlos Bergantiños Díaz. Un fabulador chairego, pintor de sueños de la escuela de Ramón Lamote, que anhelaba ser torero y que pasó de espalda mojada a figura central del mercado del arte de Nueva York, de héroe en Haití, a prófugo de la justicia estadounidense para, finalmente, convertirse en un lucense más, mimetizado con el paisanaje
Marta Veiga Izaguirre / Luzes-Público
A Coruña-
Hasta hace unos meses, antes de las cuarentenas y de los confinamientos covídicos, era habitual encontrarse a José Carlos Bergantiños en sus caminatas. Muchas veces pegaba la hebra con el párroco de A Nova; otras estaba acompañado por su abogado, José Antonio Sánchez Goñi, que logró por dos veces frenar su extradición para ser juzgado en Estados Unidos y que protege con celo todos los movimientos de su cliente. Hasta Lugo se desplazó el verano de 2019 un equipo de la cadena estatal canadiense CBC, con el conocido documentalista Barry Arvich al frente.
El equipo canadiense accedió a hacer la entrevista en castellano, con una intérprete, para que Sánchez Goñi supervisara todo el contenido de la conversación. Arvich procuró aprovechar los tiempos en los que el abogado salía a fumar para formular preguntas que se salían del cuestionario previamente pactado. Antes de finalizar, Bergantiños, en cámara, intenta venderle una armónica –por lo visto de Bob Dylan– al entrevistador.
El largometraje Made you look: a true story about fake art fue estrenado en América en la primavera de 2020. Arvich hace una aproximación al último gran fraude del arte contemporáneo, que reveló las vergüenzas de las élites culturales y económicas estadounidenses y que terminó con un juicio que sentó en el banquillo de los acusados a Ann Freedman, presidenta de la galería Knoedler –la más veterana y prestigiosa de Nueva York, hoy cerrada–, por la falsificación y venta de sesenta obras que imitan a la perfección el estilo de maestros del siglo XX como Pollock, Rothko y Motherwell. En esta llamada operación Knoedler, el FBI le pidió a José Carlos Bergantiños Díaz, de Santo Estevo de Parga, Guitiriz, un total de 114 años de cárcel por once delitos: estafa, evasión fiscal, falsedad documental, asociación ilícita y lavado de dinero, entre otros..
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A Carlos Bergantiños lo llevó a Nueva York la fiebre. Había empezado a trabajar a los nueve años, como mozo en el balneario de Pardiñas. Más adelante comenzó a servir mesas en Madrid, donde acarició la vocación torera adolescente que le había dejado el apodo de O Maletilla: Bergantiños era un chico delgado y lo fichó para su cuadrilla un matador que iba hacer las Américas en México. Allá fue el pargués, en su primera aventura transoceánica, para enfermar de disentería en la localidad de Guanajato.
En el hospital conoció a una enfermera, Glafira Rosales. Nació el amor.
El éxito viaja en ambulancia
Bergantiños y Rosales cruzaron el Río Grande, como espaldas mojadas, en una medianoche a principios de la década de los ochenta. Como migrantes sin regularizar comenzaron una vida en común en los Estados Unidos que no resultó fácil. Primero fue Houston; después, Nueva York. Carlos tiró de su experiencia en la hostelería para encontrar trabajos en restaurantes españoles en el entorno de la bahía de Hudson. Poco a poco dio con un modo de ganarse la vida que se le hacía más apetecible. Hacía el recorrido entre Maine, en el límite con Canadá, y Nueva York, para llevar a los locales de moda el mejor pescado fresco y los mariscos más apreciados. Era importante llegar más temprano que los competidores para darle salida a la mercancía y Bergantiños cambió la furgoneta por una ambulacia de segunda mano. ¿Quién ha dicho límites de velocidad?
Los medios estadounidenses definen a Glafira Rosales como una mujer seria y culta y a Carlos Bergantiños como un contador de cuentos de esos con habilidad para discurrir las historias más maravillosas. Durante un tiempo fue asistente de una sobrina-nieta de la escritora Gertrude Stein y pudo vivir de cerca las montañas de dinero que movía el arte contemporáneo. Hizo un cursillo, Starting a successful art businnes, en la New York University (NYU). En 1986, con las ganancias del pescado, tenía abierta una modestísima galería, King’s Fine Arts, en el barrio de Chelsea.
En su escrito de acusación, el FBI, la Fiscalía de Nueva York y el Internal Renueve Service (IRS, el fisco estadounidense) situaban el punto de inflexión de la biografía de Carlos Bergantiños a finales de la década de los ochenta, cuando O Maletilla de Parga dio con un artista chino, Pei Shen Qian, un discípulo de Ai Wei Wei que hacía dibujos a tiza en el suelo en un rincón del Lower Manhattan.
"Poco después, y por mandato de Bergantiños, Qian creó pinturas que imitaban el estilo y que fraudulentamente contenían la firma simulada de famosos artistas como Francisco Zúñiga, Keith Haring y Jean Michel Basquiat", dice el FBI. En el documental de la CBC –y también en una entrevista anterior a Vanity Fair– Bergantiños sostiene que a él el arte contemporáneo siempre le quedó muy a desmano, que la connoisseur, la experta en aquellas líneas inescrutables de los grandes nombres de la abstracción de la segunda mitad del siglo XX, era Rosales.
Sea como fuere, como quien dice en un abrir y cerrar de ojos, en lo que tarda el tren en llegar de Parga a Rábade, Carlos Bergantiños y Glafira Rosales se hicieron con cuentas en Sotheby’s y Christie’s. Fueron recibidos con los brazos abiertos por el dinero de viejo de la costa este de los Estados Unidos, que manda a sus hijos a universidades de la Ivy League y veranea en los Hamptons. Bergantiños y Rosales ejemplarizaron el sueño americano en una mansión en Long Island con piano de cola y cuadros de Andy Warhol y Basquiat. La única hija de la familia, llamada Isolina por la Isolina do Capataz de Parga, era una violinista precoz que actuaba frente al Papa Juan Pablo II y Bill Clinton, por entonces inquilino de la Casa Blanca.
Los noventa fueron en Estados Unidos la era de las movilizaciones antiglobalización de Seattle, del grunge y de las riot grrrls. Fueron, al mismo tiempo, años felices para José Carlos Bergantiños, un migrante chairego que se vio en la cumbre de la cadena trófica.
Ann Freedman relataría The New York Times que Glafira Rosales, una modesta marchante de arte, llamó a la puerta de la centenaria galería Knoedler del Upper East Side un día cualquiera de 1993. Freedman, según le contaría a la periodista Patricia Cohen veinte años después, dio por cierto que aquella pintura que le había puesto Rosales delante de los ojos era obra de Mark Rothko. Y la compró, claro.
Hasta sesenta lienzos llegaron a manos de Freedman a través de Rosales. Un Motherwell olvidado por aquí. Otro De Kooning del que nadie sabía nada por allá. Nunca eran imitaciones de piezas conocidas, sino obras ignotas, rescatadas de quién sabe dónde, que había encontrado un coleccionista –un tal Míster X, en los tiempos de las investigaciones del GAL– que Glafira Rosales y Carlos Bergantiños tenían de mano. En México. En Suiza. O quizás en España.
El artista lucense Quique Bordell le contó a Santiago Jaureguizar para El Progreso el medio año que él pasó en Nueva York auspiciado por Carlos Bergantiños. Vivió Bordell en un lugar semejante a un trastero y pagaba cinco dólares por asearse en un gimnasio de boxeadores hasta que pensó que ya era suficiente y regresó a su ecosistema natural de Campo Castelo. Según las investigaciones del FBI, en otro trastero, del barrio de Queens, el artista chino Pei Shen Qian creaba obras que simulaban los trazos de los grandes maestros abstractos contemporáneos por encargo de Carlos Bergantiños
Las ventiscas de nieve y el calor implacable de Nueva York ayudaban a darles aspecto de viejo a las pinturas de Qian; de vez en cuando, el pargués empleaba un secador de pelo o tisanas de té para lograr su objetivo. De las anotaciones de las cuentas bancarias que Rosales y Bergantiños tenían abiertas en sucursales de la ciudad bimilenaria se desprende que llegaron a pagarle a Pei Shen Qian hasta 7.000 dólares por una de sus piezas. Apuntan desde el FBI que alguno de los lienzos llegaría a venderse en Knoedler por 17 millones.
El episodio de Maruja Mallo
La familia de Maruja Mallo presentó en 1998 una denuncia por falsificación que llevó a la Policia Nacional a intervenir en 1999 siete cuadros de la genial artista de Viveiro que habían sido adquiridos por la Fundación Caixa Galicia, por Caixavigo y también por particulares. Las creaciones estuvieron custodiadas durante tres años hasta que un peritaje realizado por la Policía Científica, especialistas del Museo Reina Sofía de Madrid y Pilar Corredoira, una de las máximas expertas en Maruja Mallo, determinó que eran auténticas. Y así, en 2002, un auto de la jueza de Padrón María de los Ángeles Lamas archivó el caso.
Las siete pinturas, desconocidas hasta entonces, habían aparecido en Nueva York, donde la autora surrealista había vivido una temporada. Según la familia de la artista, se habían puesto en el mercado a un precio muy inferior al que Mallo cotizaba. El responsable de las operaciones era un marchante gallego asentado en Estados Unidos; un tal José Carlos Bergantiños. Tanto él como su hermano, Jesús Ángel, figuraban en el listado de particulares que habían comprado las pinturas de Maruja Mallo.
Además de archivado, este episodio estaba casi olvidado cuando en el 2014 la Policía Nacional detuvo en Sevilla a José Carlos y a Jesús Ángel en virtud de una orden de Interpol. Carlos era alguien respetado por la comunidad. Había empleado su fortuna y su influencia para crear una fundación en la República Dominicana, Love-Life-Amor-Vida, en memoria de su difunta madre, Isolina do Capataz. "La humanidad es nuestro negocio", saludaba en la web de Love-Life-Amor-Vida. Completamente volcado en su papel como benefactor y filántropo, regresó a los días de hierro a fondo al volante de una ambulancia cuando un terremoto deshizo Haití en 2010. El pargués fue el primero en llegar con ayuda humanitaria e incluso rozó la heroicidad al rescatar a una niña.
El 28 de noviembre de 2011, tras 165 años de trayectoria, Knoedler & Company, la decana de las galerías de arte de Nueva York y de los Estados Unidos, cerró sus puertas sin dar muchas explicaciones. La noticia no pasó desapercibida. Habían sido clientes de la galería John D. Rockefeller y el barón Thyssen, entre otros muchos. Cuatro días después del adiós, el financiero belga Pierre Lagrange demandó a Knoedler y a Ann Freedman: Christie’s acababa de decirle que el Untitled, 1950 de Jason Pollock por el que había pagado 17 millones de dólares, y por el que litigaba en su escandaloso divorcio, era tan falso como veinte duros de chocolate.
Knoedler, la galería que había sobrevivido a la Guerra de Secesión, que había importado arte soviético del Hermitage de Petrogrado y que había superado varios procesos por la comercialización de arte usurpado por los nazis –entre las piezas, un Matisse y un Greco–, quedó herida de muerte con la aparición en escena de Carlos Bergantiños y Glafira Rosales.
Ann Freedman, la académica fascinada por el primer Rothko y por todos los demás, dimitió en el 2009 cuando las sospechas de falsedad eran clamorosas. Ya en 2003 había debido hacerse una idea de la magnitud del fraude, cuando el ejecutivo de Goldman Sachs Jack Levy reclamó que le devolviera dos millones de dólares por un Untitled, 1949, de Jason Pollock, que la International Foundation for Art Research se negó a autentificar.
La investigación del FBI dio por probado que la sociedad Bergantiños-Rosales se había valido de la reputación de Knoedler para colocar las pinturas a brokers de Wall Street y a financieros como Pierre Lagrange y Jack Levy, ambos de Goldman Sachs, y también a Domenico de Sole, presidente de Tom Ford, Gap y Sotheby’s, entre otras compañías de lujo, y quien en el 2004 se había hecho con un Untitled, 1956, al parecer de Mark Rothko, por 8,3 millones de dólares. Algunos museos y otros coleccionistas particulares cayeron también en la trama. Quizás por la vergüenza, medio centenar de estos magnates aún tienen en sus mansiones un auténtico Pei Shen Quian. En uno de los juicios se supo que uno de los cuadros que verificaron Freedman y sus expertos tenía una errata en la firma: Pollok en vez de Pollock.
Una colección auténtica
Cuando las miguitas –o el dinero– condujeron al FBI, a la fiscalía de Nueva York y al IRS hasta Carlos Bergantiños, Glafira Rosales y Pei Shen Qian era ya 2013. El artista había escapado a China.
Barry Arvich lo encontró en 2019 en el distrito de Dafen de Shenzhen, un barrio consagrado a los copistas de los standards del arte internacional. La única que resultó detenida en territorio estadounidense fue Rosales, a quien le pedían noventa y nueve años de prisión. Colaboró con la justicia y fue condenada en el 2017 a pagarles 81 millones de dólares a los demandantes. Una pequeña parte de la deuda fue saldada con los cinco millones de dólares que los marshall de los Estados Unidos obtuvieron al hacer una subasta de la colección privada que se habían incautado en la mansión de Bergantiños y Rosales en Long Island. Eligieron la misma casa de subastas de Texas en la que se habían vendido años antes joyas, muebles e incluso las zapatillas de andar por la casa de Bernard L. Madoff.
En este caso, las autoridades federales no tuvieron ni la más ligera duda sobre el tesoro doméstico de Bergantiños y Rosales. "No había mucho trabajo que hacer; las obras tenían una historia de venta y montañas de documentación detrás. Si cualquier pieza resultara falsa, se destruiría", había señalado una portavoz de la Policía Judicial a The New York Times. Había cuadros, de los auténticos, de Andy Warhol, Sean Scully, Ad Reinhardt, Kenneth Nolan y Louise Lawler. También un retrato de Glafira Rosales –adjudicado por poco más de 500 dólares– de la artista bielorrusa Yelena Tylkina, otrora amiga de la familia y autora también de una imagen de Bergantiños vestido de cardenal al modo del Inocencio X de Velázquez.
José Carlos Bergantiños Díaz salió de los Estados Unidos casi como había entrado, a escondidas. Cuando fue detenido junto a su hermano Jesús Ángel en un hotel de Sevilla, en abril de 2014, ya había roto su relación con Glafira Rosales.
En el documental Driven to abstraction, estrenado en 2019 por la realizadora Daria Price, una Glafira que ha vuelto a trabajar de camarera, como en sus inicios en la Gran Manzana, sostiene que fue una pobre alma inocente y manipulada, que el cerebro de todas las operaciones era Carlos. Desde Lugo y como respuesta a su ex pareja, Carlos Bergantiños asegura a Barry Arvich en Made you look que él era un repartidor de pescado sin ninguna ambición ni interés por el lucerío del arte contemporáneo. "Perdono a Glafira por haberme acusado falsamente para librarse de la cárcel".
José Carlos Bergantiños no da señales de echar de menos su vida en Nueva York y se entrega a largos paseos y a la vida familiar en Lugo, tal vez a modo de terapia para recobrarse de un ictus sufrido en los últimos años y que determinó, por segunda vez (la primera había sido por defecto de forma), que la Audiencia Nacional denegara por motivos de salud su extradición a Estados Unidos. No obstante, ha sido reclamado también por la justicia de la República Dominicana, que lo acusa de ser uno de los responsables de la quiebra del banco Peravia de Santo Domingo, como miembro de su directiva, y de transferir fondos de la entidad a paraísos fiscales. Como no hay dos sin tres, la Audiencia Nacional decidió en octubre de 2016 que, al ser ciudadano español, Bergantiños podía ser juzgado por esos delitos en España.
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