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Los pilares de la televisión gallega: aquel sueño de una noche de verano del 85
La TVG ha pasado, durante estas décadas, de ser un medio de referencia para los gallegos a un canal al servicio del poder político.
Luís Menéndez Villalva / Luzes-Público
Galicia&Nbsp;--Actualizado a
Había una vez tres señores, todos ellos muy conocidos en los mundillos periodístico-culturetas y ciertamente cercanos al poder de la entonces efervescente política autonómica que respiraba Santiago de Compostela y, entre taza y taza (loza blanca desbordando Ribeiro de matute), desgranaron la idea –ciertamente impuesta, no original de ellos– de poner en marcha medios de comunicación públicos en gallego. Es decir, la radio y la televisión, como habían hecho primero los vascos y a continuación los catalanes.
Los gallegos no iban a ser menos, al menos esta vez, al llevar en la Constitución la denominación de nacionalidad histórica, con idioma propio. Lograron vencer no pocas inercias negativas, desde las desconfiadas de si semejante instrumento se podría hacer aquí, hasta las que abogaban por una programación bilingüe, pasando, claro está, por las meramente económicas porque el invento iba a salir por un pico.
Superadas las resistencias (mayoritariamente de ciertos coruñesistas que estaban empeñados en poner el centro emisor en A Coruña a modo de compensación por el "latrocinio" de la sed capitalina), y refrendados por un antiguo galleguismo histórico que emitía oleadas de influencia desde una clínica santiaguesa y una editorial de Vigo, uno de los lugartenientes de aquel tripé comenzó a citar uno por uno en su despacho del último piso del Pazo de Raxoi, un listado de periodistas del país, como mucha calle en los zapatos, mayormente 'malpagados' y sudando para hacer la crónica del día, un suponer, arremolinados en la mínima tribuna del Pazo de Fonseca (por aquel entonces Parlamento Gallego), para llegar a tiempo al parte. Aquellos infelices eran tanto buscadores ávidos de noticias en busca del pisotón a la competencia, como recogedores de ruedas de prensa, que ya por entonces empezaban los políticos a cogerle placer al asuntito de la convocatoria (con preguntas, sí, ¡e incluso debates!). Se acercaba el verano de 1985.
Aquel grupito mínimo inicial de periodistas (siete) que aceptamos el reto del lugarteniente (y las 119.000 pesetas/mes más seguridad social, todo hay que decirlo), que recibiría las medallas después, empezamos trabajando para poner en marcha la TVG desde unas húmedas e infames galerías soterradas del Ensanche compostelano, mientras no finalizaban las obras del Centro emisor de San Marcos. El lugarteniente iba repartiendo chollo con la obsesión de "hacer archivo", tener stock, ya que partíamos de bajo cero. Nada había para poder emitir con dignidad algunas horas de televisión.
A mí me tocó investigar en unos envíos internacionales de Visnews donde fui desgranando como granos de mazorca tanto planos de la guerra del Vietnam como, qué sé yo, las huellas de Neil Amstrong en la luna del año 69, los desfiles soviéticos delante de Brezhnev en la Plaza Roja de Moscú o, si acaso, las reuniones de los ricos comunitarios aposentados en el gran batîment Berlaymont de Bruselas... Eso no quitaba que, en otra jornada, ante las carencias audiovisuales del más próximo, saliera a patear con uno de los cámaras para grabar y tener "recursos" de ganado vacuno en los campos de Ordes o descargas de pescado a las cuatro de la mañana en el Muro de A Coruña. Todo iba para dentro y reflejado en aquellos viejos instrumentos con cintas formato umatic y enormes magnetoscopios. Pero daba igual. Se necesitaba de todo, porque nada había y en veinte días había que emitir, sí o sí, por lo menos, en pruebas. Ufff.
Aquellas eran presiones, sí, pero de las buenas. Llegó, a última hora, una manada de cintas del entonces llamado Archivo de la Imagen que había creado la Xunta y donde se iban fogueando los que serían nuestros primeros ENGs (Electronic News Gathering), más tarde denominados reporteros gráficos. Por aquella oficina fuimos pasando meses de incertidumbres y agitación por el parto que estaba por venir. Todos sabíamos que el país estaba preñado de una hija que podría nacer con buena salud... o no. Cinco meses antes, en febrero del 85, había nacido la hija mayor, entonces llamada Radiotelevisión de Galicia (hoy Radio Galega), superando pruebas enseguida y dando paso a una programación regular. Malo sería.
Pero de televisión, como canal de 24 horas, ren de ren. Era otra historia. Ahora bien, estaban los compañeros de la TVE-G que llevaban años, por así decirlo, "monopolizando" la información televisiva en gallego, aunque solo las píldoras llamadas "desconexiones".
Recuerdo que entonces parábamos por las calles a los compañeros del llamado "canaliño" haciéndoles preguntas a mansalva. Una vez, la colega y presentadora Tareixa Navaza me dijo: "Nada, no te preocupes, los de la radio –yo venía de la SER– tenéis mucho avanzado, controláis los tiempos y la dicción, solo necesitáis algo de 'teatro' por si salís en pantalla...".
Tenía razón. El control del "tiempo" era clave porque los que procedían de la prensa escrita –mayoritarios– tenían la tendencia a alargar los textos derivando en los desafortunados "melocotones". Del "teatro" mejor ni hablar, sobre todo hoy, que los teleprompters destrozaron la espontaneidad, la frescura de los aciertos y los errores, la memorización de las intros... para apostar por la robotización, los bustos parlantes, la anosmia insustancial de presentadores pasmarotes que leen con la mesma gestualización inerme lo que se les ponga delante, tanto sea un choque de trenes en el Rajastán, la contaminación de un río por vertidos de purín o una inauguración virtual y estratosférica acariciada por el conselleiro feliz de turno.
Pero hubo algo más: vistas las carencias locales para los aspectos técnicos más alambicados (realización, edición, postproducción, control central, etc...) hubo que echar mano de empleados foráneos, y así fue cómo desembarcó en aquel muelle aventado de San Marcos el "comando Valladolid", que venía bajo las órdenes de un requintado "ejército madrileño", con algún chuleta de más forrándose a marisco y copas en las noches de aquel televisivo verano en el que habían sacado buenos réditos pagados por los galleguiños que pidieron papas para poner a andar su televisión. Los estoy viendo.
Con semejante infantería y unos equipos de tecnología adquiridos en los mercados de segunda, se tiró adelante y comenzaron las emisiones el 24 de julio de 1985, víspera del Día Nacional de Galicia (Xunta #DOG.1979), entre la emoción de la concurrencia y la conciencia de lo histórico del momento. Sí. Cierto. Recuerdo, con la respiración contenida, ese instante del primer anuncio de Cola-Cao en gallego, con una chica gimnasta saltando en las barras paralelas, y la bienquerida Lola Bouzón, adelantando la programación. Un chaval rubio llamado Xosé Ramón Gayoso, locutor de "continuidad" (curioso, ¿no?), como Lola, presentó la gala de inicio desde un estrado/tarima de madera tipo orquesta de descarte en el que brincaban los danzantes del Ballet Galego rey de Viana, agrupación folclórica de indudable calidad pero que ya había entrado, también, en tiempos de descarte.
El lugarteniente y la madrileñada toda (incluyo Valladolid), que ocupaba gran parte de la mantequilla gerencial –dirección, producción, compras, etc.–, andaban de los nervios, encorbatados y prestos ese día para la foto y los besamanos de un atardecer caliente y memorable. El lugarteniente había arreglado la escaleta y había repartido el chollo "de contenido" entre los "15 del garaje" (ya que así se apodó al grupo de periodistas pioneros –sumados a los 7 de la oficina– que empujamos aquel carro, ya desde San Marcos, pero largando noticias desde una unidad móvil estirada en un alpendre trasero).
Por pura lotería, a mí me tocó elaborar la mismísima crónica de inauguración y, enseguida, un informe ganadero/industrial. Un trabajazo, vaya. Algunos de mi grupo tuvieron más suerte como escribidores con largas entrevistas grabadas a egregios reportajes de cucharón y relleno o buceando en las selecciones musicales ya preparadas en la nevera. Tenían más tiempo ese día para la juerga social y los pinchos. Uno, especialmente perezoso, se paseaba feliz entre el politiqueo derechista comenzando así su entrenamiento futuro que después adobaría con intrigas e insidias mayormente exitosas y propugnadas desde púlpitos y obras creadas para tal fin.
Pero, sí, salvo contadas excepciones como la descrita, éramos un equipo ilusionado, que trabajó intensísimamente metiendo miles de horas a veces con más voluntad que acierto... Estábamos poniendo los pilares de un medio de comunicación que había hecho más por la autoestima de los gallegos y de su lengua que ninguna campaña oficial de otrora. Un valor psicológico incuantificable. Los lingüistas, filólogos de crédito, que siempre trabajaron a nuestro lado, iban viendo, animados, como iba brotando un sentir diferente, una naturalidad, un orgullo escondido, el resurgir de una adormidera.
Tras los fuegos de artificio del sueño de aquella noche de verano, lanzados desde un Obradoiro abarrotado y sin producirse –milagro apostólico– los temidos incidentes técnicos de la sin par retransmisión, se cerró provisoriamente el invento anunciando su programación regular después del período estival. En la despedida, antes del Himno, se proyectó el cortometraje Mamasunción, del bueno de Chano Piñeiro, entrevistado por Manolo Rivas. Los planos cortos de las miradas de la abuela Asunción, desde un escalón de su casa de aldea de la Serra de Avión, sus manos arrugadas temblando por la carta siempre esperada del hijo transterrado en América, nos indicaba crudamente esa noche de «modernidad tecnológica» que la Galicia de los años 80 tenía, por lo menos, dos velocidades.
Los gallegos se iban de vacaciones en el Seat 127 a la aldea, o la costa, sabiendo que ya habían sido bendecidos por el arzobispo de Compostela, a la sazón un tal Antonio María Rouco Varela, y las cariñosas palabras del presidente Albor entonces denominado con afecto o merendiñas –"el merenditas"– (madre mía... lo que vendría después con la abundancia de las comilonas fraguianas a favor del voto y como supuesta kermesse final de los tiempos de las hambrunas...) pudiendo prometer y prometiendo la puesta en marcha del singular regalo público... "en galego".
Tras el presidente estaba un inquieto vicepresidente, Xosé Luis Barreiro Rivas, que sin duda trabajó para tal desafío poniendo, brujas fuera, no solo en marcha la televisión gallega, sino cerrando también la cancela de San Caetano, complejo administrativo de la Xunta desnudo de cerca perimetral durante bastante tiempo. Había sido otra de sus manías, el cierre de la cancela, los marcos de la finca, de aquellos tiempos frenéticos en los que Barreiro acumuló poderes omnímodos en la Xunta y en su partido, Alianza Popular: hasta seis cargos al mismo tiempo... "Falar non ten cancelas"–"hablar no tiene cancelas"–, decía, precisamente, ante las críticas el singular forcareirense.
Luego vinieron, en aquel verano de programación "experimental", las tórridas vicisitudes de La Esclava Isaura –confieso que me enganché a aquella sensualidad brasileña que destilaba la interminable serie– y lo rompedor de todos los shares: Dallas, con aquel inefable Jotaerre ("Estás bébeda, Sue Ellen!" –"¡Estás borracha, Sue Ellen!"–)... Y qué decir de los Informativos, donde estábamos aquel grupo de incautos chavales de veinte años muy contentos porque, al fin, empezamos a emitir desde el famoso Plató 150 dejando para siempre el alpendre y los repetidos bocatas de queso por comida y cena, ya que, al poco tiempo, se inauguró la cafetería de la tele. ¡Qué nivel!
Otro detalle para troncharse de aquellos primeros meses de la TVG fue ver a los colegas de Deportes con sus caras desencajadas cuando, ante los nervios por transmitir el primer partido de fútbol en directo (uno del Real Madrid con el Gasshoppers (saltones), de Zurich, desde Suiza), aquello no acababa de entrar y venga a insistir con la voz en off con eso de los "problemas técnicos". ¿Qué había pasado? Pues que no habían ido los técnicos helvéticos y habían enviado la señal televisiva... ¡a la Galicia polaca, Galicja (Pl), Galitzia (De)! No sé ahora, pero por aquel entonces, desde luego, no estábamos puestos en el mundo.
Teresa Castelo y Antón Galocha fueron los primeros presentadores del 'Telexornal'
Dar la cara en el Telexornal era casi de infarto diario. Lo recuerdan bien profesionales como Teresa Castelo o Antón Galocha, primeros presentadores del TX. Pero, amigo, eran telexornais de verdad. Auténticos. Allí estaban las noticias. Todas. Hechas, contrastadas, jerarquizadas. Decidíamos nosotros, profesionales independientes. La confusión de la novedad y la impericia política que aún no tenía consciencia del poder televisivo (enseguida se dio cuenta, carajo si se dio cuenta...), nos benefició. Resultado: Galicia estaba informada. Como es debido.
Pasaron los años y el invento cogió fuerza, fue creciendo. Funcionaba. Era importante (en los primeros inquéritos ya se confirmaba que la TVG penetraba más en la sociedad gallega que las propias instituciones autonómicas). Estábamos, sí, "haciendo país", algo que más de un jefe pillo argumentaba para no pagar horas extras, fastidiando bastante a la madrileñada toda. "Non nos entenden, non".
En paralelo a la progresión de la TVG, empezó un desfile de cargos y figuras paracaidistas que, ausentes de aquel momento natalicio, obedecían al político de turno que les ungía con el báculo de la regalías versus elogios y se estrenaban en un medio que desconocían. Si hay un denominador común de la mayor parte de los directivos de la CRTVG ha sido siempre las ínfulas de colegueo inicial con el personal, actitud llena de más paripé que de sinceridad… desayunar en el bar repartiendo sonrisas con la tripulación, efusividad saludadora los lunes, tonterías para perder el tiempo, etc., etc., para, a continuación, encerrarse en los despachos como conejos en las madrigueras, aumentando un espíritu escapista y conservador de puesto y pluses.
La TVG fue en sus inicios un veloz cohete de colores, un calidoscopio de vida y creatividad que reventó demasiado pronto. Habría estado bien marcharse lejos y no participar en aquella deriva posterior. Se veía venir.
La TVG fue en sus inicios un veloz cohete de colores, un calidoscopio de vida y creatividad
Dentro de una casa que sin duda creció, hoy vive anegada en un ambiente triste, grisáceo, todo rutina y resignación, la concepción del crítico como enemigo que hay que anular, silenciar, con una máquina funcionarial, administrativa, que lamina toda creatividad, que dilapida la experiencia, que congela la relación humana. El tech tsunami de estos tiempos no es más que una estratégica fórmula para pulimentar el continente, que brille y escintile, y olvidar, esconder el cerne, no cuidar de la materia prima esencial de un medio público de comunicación: los contenidos.
Hace unos años, en 2010, cuando la TVG había cumplido 25, a una mente privilegiada de la dirección actual no se le ocurrió mejor idea que, para celebrar tal efeméride, otorgarles a dos chicas periodistas, que tenían justamente 25 años, la labor de decidir y sumergirse en los archivos para hacer selecciones de imágenes y editar programas conmemorativos de ese cuarto de siglo. Yo las veía todos los días en las cabinas de visionado, partiéndose de risa con las payasadas hipercastizas de un Xosé Luís Blanco Campaña comiendo castañas en aquel Ruada o tocando el acordeón para disfrute del respetable. La telegaita. Esa era la televisión gallega para ellas y, evidentemente, el montaje realizado –sin que nadie las asesorase– estuvo plagada de esas y otras mofas como si no se hicieran otros muchísimos y dignos programas en esa casa –de temática ecológica, cultural, social, etc.– que no habían derivado en la actual ola de landroberismo (en referencia al actual programa de la televisión gallega Land Rober Tunai Show).
Pero, no seamos ingenuos, llueve sobre mojado. Ahí está la miopía originaria de los nombramientos políticos: prisa, cortoplacismo, imprevisión sin pensar en equipos, decisiones sin recurrir al saber de los que entienden, divisiones de los cuadros directivos por grupos, intereses de todo tipo, personalismos, etc.
Después vendría la destreza de cada quien, con mayores o menores dosis de adaptabilidad, metamorfosis, éxito o fracaso. Hay que añadir, sin que sirva de excusa, la bajada de guardia de enormes profesionales (que en la CRTVG ha habido y los hay, de primera), que, rendidos ante un muro alto y grueso, terminan en la dejadez.
El caso es que aquel espíritu pionero, ciertamente libre y de pasión por el país, se fue degradando a veces hasta límites de escándalo, debido a presiones y a consentidas apetencias de fuerzas múltiples y exteriores a la casa, intentando dominarla. Siempre. Quiero pensar que el amanecer de un tiempo distinto llegará a brotar en el sentimiento desmotivado y en la CRTVG vibre y sople el viento hacia lo que siempre desea cualquier media worker: profesionalidad, conocimiento, calidad, rigor, creatividad e Independencia.
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