"There is no future... In England's dreaming". La emblemática canción God save the queen de los Sex Pistols, el grupo punk británico por antonomasia, podría volver a describir a la perfección el clima social y económico, decadente como en el año del lanzamiento del himno de protesta de toda una generación británica (1977), que vive hoy Reino Unido.
Aunque el mensaje de la banda liderada por Johnny Rotten no sea tan alarmante. Por mucho que India, la antigua joya de la corona colonial, haya certificado en 2023 el sorpasso del PIB a su antigua metrópoli, o que el Foreign Office haya quedado aislado de Europa por el brexit, y alejado de la Casa Blanca en uno de los momentos diplomáticos de mayor convulsión geopolítica en medio siglo.
El panorama, en cualquier caso, es lo suficientemente peligroso y complejo como para que el premier conservador, Rishi Sunak, sopese retardar al máximo (se habla de otoño e, incluso, de las últimas fechas de 2024) la convocatoria de unas elecciones que, como muy tarde, deben celebrarse en enero de 2025. Sunak lo sabe. De hecho, lo padece en sus propias carnes. Está asolado por intentos de socavar su liderazgo desde las facciones de extrema derecha y desde la familia más centrista de los tories, y por varios e incuestionables datos de deterioro económico después de un largo decenio perdido presidido por gobiernos de su formación (David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y su antecesora, Liz Truss). Por ello el actual inquilino del 10 de Downing Street se ha propuesto ganar tiempo y desechar la fecha del 2 de mayo, en la que se celebrarán elecciones municipales, para poner a prueba la prórroga de su mandato.
Sunak se ha propuesto ganar tiempo y desechar la fecha del 2 de mayo, en la que se celebrarán elecciones municipales
No lo tendrá fácil. Bajo su gestión, los indicadores de prosperidad se han resentido. El conocido como Índice de Miseria, creado precisamente en los setenta para calibrar el impacto del paro y la inflación, predice una mejora en los próximos 12 meses, con ralentizaciones en la evolución de las tasas de ambos parámetros. Pero aún se sitúan en cotas similares a las de 1997, cuando el laborista Tony Blair se hizo con las riendas del país e inició un ciclo de 15 años de esplendor.
En gran medida, este indicador explica el retraso, sine die, en las elecciones británicas. Porque ya ha corregido el salto de pérdida de poder adquisitivo de las familias de los 44 días de la era Truss, la más efímera al frente de un ejecutivo británico, en las que repercutió los daños de un brexit que llevó por la calle de la amargura a May y Johnson, y cuya herencia recibió Sunak.
El premier supo lidiar con la falsedad que los mercados detectaron en el inverosímil programa económico de su antecesora en el cargo (rebajas agresivas de impuestos con aumentos del gasto social desbocados) y, hasta cierto punto, ha encarrilado una deriva que exigía, contra natura, una mayor presión impositiva, tal y como expresó su titular de Hacienda, Jeremy Hunt, a la BBC al asumir sus responsabilidades en noviembre de 2022. "Soy un ministro del Partido Conservador, y estoy siendo bastante explícito al advertir que los impuestos van a subir, algo que me resulta bastante difícil, porque yo entré en política precisamente para defender la idea opuesta", dijo a modo de renuncia, solo temporal, a su ideario neoliberal.
Un compás de espera con cierta luz al final del túnel
"Desde una perspectiva económica, tiene sentido que Sunak aguante la convocatoria electoral" hasta comprobar, como parece, que por fin se podrá frenar la recesión de 2023, asegura Ruth Gregory, de Capital Economics. A su juicio, "es muy probable" que el PIB se asiente sobre una senda de crecimiento en el tramo final del año, porque el despegue parece descontado, los precios empiezan a situarse a raya, los tipos de interés empezarán a descender a corto o medio plazo y los ingresos de los hogares comienzan a mejorar.
Aun así, Luke Tryl, director de More in Common, una firma demoscópica, matiza que este conato de optimismo "no se ha traducido en un sentimiento social de mejoras palpables en sus niveles de vida", y recuerda a Bloomberg que el Partido Laborista aventaja en más de 20 puntos a Sunak -o al candidato tory, si finalmente no concurre como cabeza de cartel- en las encuestas.
Se han dado discusiones privadas para explorar un reemplazo de Sunak
Porque este es otro de sus frentes abiertos. El respaldo masivo de los conservadores a Sunak en sus 16 meses al frente del gabinete británico se encuentra en sus horas más bajas. Sin duda, por la amplia ventaja que otorgan la práctica totalidad de los estudios de opinión a Keir Starmer, su rival laborista. Las discusiones privadas para explorar un reemplazo de Sunak antes de la cita con las urnas se han sucedido, con el manido y sacrosanto principio liberal de las rebajas fiscales en el punto de máxima ebullición. Algunas fuentes conservadoras han revelado que algún histórico donante tory ha desempolvado la doctrina Truss para explicar la ratio de apoyo social más baja del Partido Consevador.
Aunque públicamente cierran filas en torno a Sunak y su política de austeridad presupuestaria, hay voces como la de Andrea Jenkyns, aliada de Johnson y parlamentaria, que dicen incluso echar de menos "aquel gobierno de May que parecía el eterno día de la marmota, pero que no ocasionaba desencanto entre nuestros electores", admitía hace unas fechas en Radio 4 BBC.
Al tiempo, Lee Anderson, suspendido del grupo conservador en la Cámara de los Comunes por sus calificativos racistas hacia el alcalde londinense -Sadiq Aman Khan, laborista y musulmán-, aireaba el desencanto interno entre los tories y, según sus palabras, entre alguno de sus mayores contribuyentes particulares, en alusión a Frank Hester, con otro largo historial de xenofobia a sus espaldas como dueño y señor de la firma de software The Phoenix Partnership.
Ante esta tesitura, han surgido varios aspirantes. A la derecha extrema del partido aparecen Chris Pincher, antiguo asesor de Johnson acusado en 2022 de conducta sexual inapropiada; y Kemi Badenoch, la ex titular de Negocios con Truss, a quien disputó el liderazgo al igual que Sunak, de quien es su actual ministra de Igualdad y el azote afroamericano contra el progresismo. Y, en posiciones centrales, han emergido las figuras de su portavoz parlamentaria, Penny Mordaunt, y de la secretaria de Defensa, Grant Shapps.
La sensación es que aguantarán hasta después de la contienda electoral. Porque la letra pequeña de los sondeos no desvela un rechazo a Sunak, sino, más bien, "una comparación que no aguanta términos medios sobre el estado de la economía en relación a años precedentes", precisa Andrew Goodwin, economista para Reino Unido en la consultora Oxford Economics.
La figura de Sunak despierta cierta confianza económica
El pasado del premier como chancellor of the exchequer -ministro de Finanzas- le reporta cierto prestigio para dirigir la economía británica entre los votantes. A diferencia, por ejemplo, de una figura de confianza tory en la gestión de las cuentas públicas en los setenta. De hecho, Sunak es el acicate de la relativa mejoría del sentimiento en la economía. Pero aún está lejos de superar los acontecimientos, explica Tyl, para quien al igual que John Major tuvo su miércoles negro -día en el que George Soros tumbó la libra esterlina e hizo saltar por los aires el sistema monetario europeo, que luego le pasó factura en las urnas-, a Sunak le pesará la mochila del encarecimiento de los costes de la vida.
El pasado de Sunak como ministro de Finanzas le da cierto prestigio para dirigir la economía británica entre los votantes
Aun así, el probable aspirante tory podrá mostrar, con cierta credibilidad, una hoja de servicios de disciplina fiscal y eficiencia en el gasto y confiar en que tanto su jefe de la diplomacia, David Cameron, como su arquitecto económico, Hunt, puedan devolver a Reino Unido el peso perdido en el orden mundial y el saneamiento presupuestario con dinamismo del PIB. Una apuesta esta última de mayor riesgo; sobre todo, por los antecedentes de Cameron como el primer ministro que convocó el referéndum que acabó en divorcio con Bruselas, a instancias de un UKIP que ha desaparecido en combate -pese al nacionalismo que ha arraigado en la sociedad, y que ahora se ha redirigido al Partido Conservador- y en el que la Rusia de Putin tuvo un ejercicio de fake news y posverdad junto a consultoras como Cambrigde Analytica.
Sunak sabe que la economía es su única baza electoral. De ahí que implore a los votantes que "piensen a largo plazo", porque el "futuro de prosperidad en Reino Unido está garantizado y ya es real", enfatiza en sus recientes encuentros en foros empresariales, donde ensalza sus planes fiscales, que han "restablecido la credibilidad que había arruinado el brexit" engendrado por su ministro de Exteriores y ejecutado por sus tres antecesores -May, Johnson y Truss- con escasos éxitos diplomáticos, industriales y económicos.
Matthew Brooker, columnista de opinión de Bloomberg, asegura que los británicos "no deberían olvidar el horror de los años setenta" ni de sus movimientos protesta, con el punk a la cabeza, que fueron una respuesta social a la "rampante desigualdad" que se había instaurado en la sociedad civil del país y que "todavía produce un olor desagradable" en el imaginario colectivo. Entonces, la inflación rozó el 27%. Era 1975 y su economía, inmersa en el recién creado G7, necesitó de la asistencia del FMI.
Precisamente, casi 50 años después, esta institución multilateral -afirma Brooker- proclama el "aminoramiento de la actividad" en las economías con "excesivas brechas de ingresos", ya sean potencias industrializadas, mercados emergentes o países en desarrollo. Un combate al que los Sex Pistols dedicaron la mayor parte de su otra canción icónica -Anarchy in the UK- y que Starmer ha puesto en el frontispicio de su programa electoral como carta de presentación y declaración de intenciones hacia los electores que no quieren reeditar el curso de la historia.
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