madrid
"Abandonar tu territorio y a tu familia por amenazas es lo más triste que le puede pasar a uno en la vida", relata por teléfono a Público la lideresa afrocolombiana Julisa Mosquera, nacida en Quibdó, capital del Chocó. En Colombia, cada día aumenta más la lista de líderes sociales y de defensores de derechos humanos que son asesinados, la inmensa mayoría con total impunidad.
El país está viviendo una oleada de violencia que, paradójicamente, se ha recrudecido desde la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP en 2016. Los datos varían en función de la fuente pero todos son igualmente alarmantes. Entre 2016 y 2019 se registraron 366 homicidios a líderes sociales y defensores de derechos humanos, según el último informe de Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y Asuntos Internacionales. La Defensoría del Pueblo eleva la cifra 555 en el mismo periodo y alerta del "aumento exponencial", en el caso de las mujeres.
Sólo el año pasado, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) documentó 108 asesinatos de líderes sociales, casi un 50% más que en 2018. En los dos primeros meses de 2020, la oficina de Michelle Bachelet ha confirmado otros cuatro homicidios y verifica otra treintena.
La lista aumenta si se cuenta a exguerrilleros desmovilizados. En tan solo los dos meses de 2020, más de 60 activistas y excombatientes de las FARC-EP han sido asesinados por oponerse públicamente a proyectos de grandes multinacionales, denunciar corrupción política o enfrentarse a los grupos armados que buscan ocupar los territorios, según las cifras del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. Desde la firma de la teórica paz colombiana, este organismo cuenta más de 700 líderes sociales asesinados y 135 excombatientes de las FARC. Fuera quedan los ataques y las amenazas, y numerosos colectivos denuncian el maquillaje de cifras por parte de los diferentes Gobiernos.
Toda mi familia vive pendiente de cuándo me van a matar"
"Son homicidios sistemáticos que buscan crear miedo en las regiones rurales para que nadie pueda denunciar", recalca la activista Mosquera, víctima de secuestro, torturas y desplazamiento. "Llevo once años corriendo de un sitio a otro, no puedo quedarme en ningún lugar ni tener un espacio propio. Toda mi familia vive pendiente de cuándo me van a matar", lamenta esta desplazada interna.
Refugio en España
El suyo no es un caso aislado. Colombia es el país con más desplazados internos del mundo, según la ONU. Los 60 años de guerra han provocado casi ocho millones de desplazados forzosos, y el fenómeno continúa en tiempos paz hasta el punto que cada vez son más los afectados que buscan asilo político en Europa. Ya son la segunda nacionalidad que más protección internacional pide en España, sólo por detrás de los venezolanos. En 2019, más de 29.000 colombianos pidieron asilo en España, el 25% de las más de 118.000 solicitudes registradas. El el triple que las registrada en 2018, pero el aumento es exponencial si se mira al año 2016, cuando apenas eran 600 los colombianos que buscaban refugios en España.
La persecución de estas personas se da principalmente en las llamadas regiones, zonas rurales de las periferia del país, donde el Estado apenas llega y donde la guerrilla, ahora fuera de la ecuación, imponía su particular orden.
Entre las víctimas hay una enorme casuística: reclamantes de tierras, políticos —especialmente opositores a la extrema derecha que ahora ocupa el Gobierno—, defensores del medio ambiente que se enfrentan a la extracción de los recursos naturales y excombatientes de las FARC-EP, líderes campesinos o portavoces de colectivos de víctimas del largo conflicto, según explica el sociólogo colombiano Mateo Giraldo.
"La gente cree que, como ya se firmó el Acuerdo, ya hay paz"
Las alarmantes cifras pasan desapercibidas para la comunidad internacional, que habla de Colombia como ejemplo de transición. "Esta situación es invisibilizada porque la gente cree que como ya se firmó el Acuerdo, ya hay paz", resalta Marcos Ávila, vicepresidente de Ciudadanías por la Paz, una de las asociaciones que promovió las marchas de colombianos hacia a la Corte Penal Internacional para denunciar los crímenes contra los líderes sociales en 2019.
"Todos son asesinatos selectivos, no se dan por accidente o error. Esto es fácil detectarlo porque todos ellos han pasado por asociaciones, sindicatos, cooperativas y otras organizaciones que buscan construir territorio", hacer valer los puntos de los acuerdos de paz que tanto rechazó el presidente Duque, aclara Ávila.
Un Estado ausente
"A la gente la están matando por enfrentarse a empresas multinacionales, petroleras, mineras y agroindustriales", sentencia Francia Márquez, activista ganadora del premio Medioambiental Goldman en 2018. Esta defensora de derechos humanos explica que el Gobierno colombiano, de corte neoliberal, ha favorecido la acumulación de capital de las grandes empresas que persiguen sus intereses económicos a costa de las comunidades.
"He recibido 15 amenazas desde 2019 y hace un año sufrí un atentado con granadas en la región del Cauca. Las agresiones son constantes, cada día matan a uno o dos líderes comunales", comenta. Por su recorrido como activista, Márquez tuvo que abandonar su tierra, el territorio ancestral de la Toma, en octubre de 2014. "La impunidad en este país sigue siendo un premio para los victimarios, hay mucha complicidad", reclama.
También denuncia que lo poco que se había avanzado con el proceso de paz se está perdiendo durante el Gobierno de Iván Duque, delfín del expresidente Álvaro Uribe Vélez, principal opositor a los acuerdos de paz. "Hablan de desarrollo económico pero aquí no hay salud, acceso al agua ni una buena educación", comenta la activista.
Para el sociólogo Mateo Giraldo, el principal obstáculo a la hora de afrontar estos crímenes es que el Gobierno no los reconoce como un fenómeno sistemático y opina que sólo busca "solucionar el problema militarmente". Sin embargo, lo que reclaman las comunidades que sufren la violencia es que el Estado se haga presente en forma de derechos sociales, que garantice el acceso a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la participación política.
La escalada de ataques contra activistas y excombatientes revive los fantasmas del exterminio de los militantes de la Unión Patriótica (UP), un partido político de izquierdas que nación en 1985, después de un acuerdo de paz entre el Gobierno con las FARC que no cuajó.
Más de 3.000 militantes de esta formación, entre ellos dos candidatos presidenciales, fueron víctimas de ataques selectivos atribuidos a grupos paramilitares de de idiología ultraderechista, en connivencia con sectores de las las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, tanto el anterior Gobierno como el actual niegan que haya un plan sistemático de eliminación de los líderes sociales que velan por la aplicación de los acuerdos de paz y por el desarrollo del rural colombiano.
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