Este artículo se publicó hace 7 años.
El peligroso 'juego' al que se enfrentan los refugiadosSobrevivir en la frontera: robos, vejaciones, palizas y ataques con perros a -15 grados
Lo llaman 'The Game'. Más de 8.000 personas malviven en Serbia a la espera de una oportunidad para poder cruzar hacia el centro de Europa. El mayor peligro no es el frío, sino los agentes fronterizos con los que la UE trata de fortificarse.
Belgrado--Actualizado a
La antigua estación de trenes de la capital de Serbia acoge entre 1.500 y 2.000 migrantes. Tras cuatro meses nadie se ha parado aún a contarlos. Grandes naves cubiertas por un techo de chapa laminada, paredes de ladrillo y suelo de tierra son todo su refugio. Cubren el suelo con mantas para pasar la noche y se tapan con ellas para pasar el día. Pequeñas hogueras aparecen en su interior como salvación: madera, neumáticos, basura, todo vale para ser quemado y sentir un poco de calor.
Grandes naves cubiertas por un techo de chapa laminada, paredes de ladrillo y suelo de tierra son el único refugio para miles de personas
Hace unos días un joven paquistaní murió al intentan cruzar la frontera que separa Serbia de Hungría. Se congeló en un río que cruzaba junto a 15 compañeros más. No estaban solos. La Policía húngara observaba la escena con absoluta pasividad e incluso alguno de ellos se reía, aseguran varios de los jóvenes que estaban allí presentes y que tuvieron que volver a Belgrado.
Ese es el destino de los miles de personas refugiadas que se encuentran en Serbia. Más de 8.000 esperan la resolución de un futuro que poco depende ya de ellos. La mayoría han llegado cruzando las montañas de los Balcanes por Bulgaria o Macedonia bajo temperaturas que alcanzan los -15ºC y rara vez superan los 5ºC. Ante este futuro, muchos son los refugiados que intentan seguir esquivando a la muerte. Uno de los recursos más utilizados es lo que muchos de ellos llaman The Game, que se trata de lanzarse durante varios días a las montañas para intentar cruzar las fronteras de Croacia o Serbia. Varios son los peligros a los que se enfrentan, entre ellos el frío, pero existe uno aún peor: la Policía y los grupos paramilitares contratados por los Estados para bloquear las fronteras.
Asis escapó de Afganistán hace más de dos años. Lleva casi cuatro meses sobreviviendo en la antigua estación de trenes de Belgrado. Antes vivía en una antigua aldea cerca de las montañas, junto a toda su familia y el ganado con el que se sustentaba toda la comunidad. Su primer contacto con Occidente lo tuvo cuando apenas tenía cinco años, con la llegada de los soldados estadounidenses. Los militares obligaron a toda la comunidad a abandonar sus tierras y a desplazarse a la capital, Kabul. A partir de ahí, su vida entró a formar parte del grupo de miles de jóvenes que caminan por la capital sin ninguna posibilidad de futuro, soñando con una vida en Europa.
La Policía húngara robó a Asis y a sus compañeros el poco dinero que les quedaba en medio de una nube de insultos y vejaciones
Cuando cumplió los 17 años decidió emprender el gran viaje junto a unos amigos. A partir de una auténtica gymkana cruzaron Irán, Irak, Turquía y alcanzaron Bulgaria. En este último país, la Policía les robó el poco dinero que les quedaba, además de romperles el teléfono en medio de una nube de insultos y vejaciones. Consiguieron cruzar la frontera andando y llegar a Belgrado en condiciones realmente precarias. Una vez en la capital serbia comienza la larga espera y la lucha contra el abandono y la desidia.
Al cumplir un mes en Belgrado, llega el primer intento de cruzar la frontera. Un pequeño grupo formado por seis chicos ─cuatro afganos y dos paquistaníes─ entre 18 y 34 años se lanzan a la oscuridad más incierta. Son tres días en la más absoluta penumbra, ya que deben aprovechar las noches sin luna para no ser vistos. Andar de noche y esconderse por el día, ese es el único plan.
La información que manejan se la han proporcionado otros refugiados que lo intentaron previamente. Zapatillas de deporte para el viaje, un chándal, un fino abrigo, una botella de agua y varios mendrugos de pan es todo el equipo con el que cuenta Asis. Tras dos días andando por la nieve se resguardan en una cueva donde encienden un pequeño fuego para secar sus ropas antes de la última envestida. El sitio está sucio y con garabatos en pastún, lengua propia de Afganistán.
“Una persona de gran tamaño se abalanzó sobre mí y un perro comenzó a morderme la pierna. Estaba seguro de que iba a morir”
Tras varias horas de ascenso por un frondoso bosque comienzan a oír gritos y ladridos acompañados de las luces de potentes focos. No saben de dónde provienen, se separan y empiezan a correr. Es fácil sentir a los perros cuando se acercan. “Tras varios minutos sin parar de correr, una persona de gran tamaño se abalanzó sobre mí y un perro comenzó a morderme la pierna. Sólo pude gritar e intentar zafarme. Estaba seguro de que iba a morir”, comenta Asis relatando su primer intento de cruzar la frontera.
“Nos juntaron en un claro del bosque, nos quitaron las zapatillas, nos enterraron los pies en la nieve y comenzaron a meternos nieve entre la piel, a gritarnos y reírse, mientras nos amenazaban con los perros y nos golpeaban”. Asis y otros jóvenes enseñan sus heridas en piernas y brazos, heridas infectadas por los mordiscos de los perros de la Policía fronteriza. Varias ONG han denunciado los hechos, así como las devoluciones en caliente de los que consiguen cruzar.
Médicos sin Fronteras, que se encuentra actualmente en la zona, atiende de urgencia las lesiones y a los afectados por el humo tóxico que respiran constantemente en los hangares. Pequeñas ONG se han trasladado desde Grecia para ofrecer su ayuda: un plato de comida caliente al día y algo de ropa limpia. “Ante el control fronterizo no puedes decir que vienes de voluntaria, ni que traes material para los refugiados”, asegura una de las voluntarias que se encuentran en Belgrado. “Llegan familias enteras al borde de la congelación. Cuando se vaya la nueve descubriremos los resultados reales del cierre de los pasos seguros”, advierte una de las médicas de MSF que lleva desde noviembre trabajando en la frontera que separa Serbia y Macedonia.
“Ante el control fronterizo no puedes decir que vienes de voluntaria, ni que traes material para los refugiados”
La Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO, por sus siglas en inglés) cuenta con un presupuesto de 69 millones de dólares. El de Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas) es de 281 millones. El arsenal y el despliegue tecnológico puesto en marcha con el fin de convertir Europa en un búnker no tiene precedentes. Sistemas de vigilancia, concertinas, vallas, mercenarios a sueldo, despliegues militares, buques… Según el informe Guerras de frontera publicado por el Transnational Institute, la campaña Stop Wapenhandel contra el comercio de armas de los Países Bajos y el Centre Delàs d'Estudis per la Pau, los fabricantes de armas han sido uno de los grandes beneficiados de la llamada crisis de los refugiados.
La mayoría de los más de 8.000 migrantes que se encuentran en Serbia a la espera de poder continuar su viaje al centro de Europa son paquistaníes o afganos y, por lo tanto, no pueden inscribirse dentro del programa de reubicación de la Unión Europea. La gran parte de los países europeos no reconocen que Afganistán se encuentre en este momento en una situación de conflicto. Curioso cuando la OTAN ha anunciado que mantendrá más de 12.000 en militares en el país hasta final de año. “La guerra nunca se ha acabado y si llegan más soldados habrá más guerra, así de simple es”, afirma un afgano reunido junto a otros compañeros en torno a un fuego. En unos días, con la próxima luna nueva, intentarán volver a cruzar la frontera.
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