El futuro de Jerusalén está detrás de la guerra que estalló el lunes entre Israel, Hamás y las demás facciones palestinas de la Franja de Gaza, un conflicto que se ha extendido al interior del estado hebreo, en algunas de cuyas localidades árabes el martes se produjeron graves incidentes que han sacudido falsos pilares del estado judío.
Los antecedentes directos del sarpullido hay que buscarlos en la imposición de la brutal ocupación sobre la anexionada parte de la ciudad santa, algo que suscitó protestas espontáneas de jóvenes palestinos de Jerusalén que en seguida se vieron apoyados por cientos de árabes de la Galilea que acudieron a defender la mezquita Al Aqsa y el barrio de Sheij Yarrah.
Hamás ha capitalizado unas protestas que vuelven a poner a Jerusalén en el punto de mira, dejando una vez más en evidencia al gobierno títere de Ramala. Cuando el martes por la noche el líder de Hamás Ismail Hanniya emitió un comunicado, Jerusalén ocupó el centro de sus palabras en todo momento.
Con multitud de cohetes, la organización islamista que gobierna Gaza desde 2007 ha recordado a los israelíes, y a una comunidad internacional colaboradora, que los palestinos sufren una ocupación que permanentemente pisotea sus derechos más básicos y que sistemáticamente los desposee de sus tierras, en especial de Jerusalén.
Se mire como se mire es obvio que Israel no quiere la paz. Todas sus acciones muestran la necesidad que tiene de avivar conflicto a cualquier precio mientras consolida sus planes, ante la pasividad de mandatarios como Emmanuel Macron, Angela Merkel o Joe Biden, a quienes la justicia, incluso en sus parámetros más mínimos, no les importa nada.
En este contexto, lo que Hamás e Israel se juegan es su capacidad de disuasión. Los manifestantes de Jerusalén, impulsados por Hamás, han logrado aplazar la expulsión de decenas de familias de Sheij Yarrah y han conseguido reabrir las gradas de la puerta de Damasco cerradas autoritariamente por la policía israelí durante las noches de ramadán.
La disuasión que busca Hamás es detener el proceso de judaización de los territorios ocupados, algo que debería incumbir a Occidente pero no le incumbe, mientras que Israel trata de dar una lección a Hamás para que los islamistas no interfieran en ese proceso de judaización.
En términos locales, se trata de una capacidad de disuasión que unos y otros necesitan para tranquilizar a su población. Suele suceder, sin embargo, que cuando ocurre algo de esta naturaleza Israel no deja pasar mucho tiempo sin adoptar medidas punitivas que incrementan la opresión de los palestinos. La cuestión es saber si esta vez pasará lo mismo.
Hamás se ha propuesto impedirlo, pero es sabido que la fuerza militar de Israel es muy superior a la de las milicias palestinas. El pulso que se mantiene desde el lunes es justamente una contienda con la que cada una de ellas está midiendo su fuerza con la otra.
Israel es un país que se consolidó hace ya muchos años, pero sigue rechazando la paz. Su objetivo estratégico contempla la anexión de los territorios palestinos, incluida Jerusalén y el resto de Cisjordania. Con ese fin sigue ampliando a diario la ocupación y enviando a los territorios palestinos a miles de colonos que en su mayor parte son extremistas nacionalistas y religiosos.
La administración de Washington ha dicho que Israel tiene derecho a defenderse pero ha añadido que los palestinos tienen derecho a vivir en seguridad. Esto último ha molestado a los israelíes, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, se pregunta hasta qué punto su país ha perdido con el cambio de administración en Estados Unidos, algo que solo sabremos más adelante.
Aunque lo que ocurre estos días recuerda que la evacuación israelí de los territorios ocupados, el 22 por ciento de la Palestina histórica, es más urgente que nunca, en Israel nadie habla de la ocupación, la causa de casi todos los problemas de la región. Además, los israelíes han forzado a Occidente a olvidarse de la ocupación. Ellos mismos la han olvidado, como lo demuestra que ningún medio hebreo, ni por supuesto ningún político, la mencionen estos días.
No es una sorpresa que la derecha nacionalista y religionista se sienta reivindicada, aunque no debe olvidarse que han sido esas políticas las que han conducido a esta situación. Si EEUU y Europa no intervienen con energía para resolver la crisis, y el conflicto vuelve a cerrarse en falso, el problema resurgirá aunque durante algún tiempo parezca que no existe.
Desde el martes por la noche los canales israelíes no paran de transmitir los incidentes que tienen lugar en numerosas poblaciones árabes y mixtas del interior de Israel, donde un número significativo de palestinos lanzan piedras contra los coches, incendian vehículos en los barrios judíos e incluso han atacado varias sinagogas.
"Es una situación sin precedentes; es la guerra civil, ha dicho el alcalde de la ciudad mixta de Lod, Yair Revivo, al Canal 12, antes de pedir la intervención del ejército. "La policía sola no puede contener a los manifestantes". Jóvenes judíos también salieron a la calle a arrojar piedras contra los vehículos árabes e incendiaron el cementerio musulmán de Lod, al lado del aeropuerto de Tel Aviv.
El origen de todos estos incidentes hay que buscarlo en el destino de Jerusalén, cuyo proceso de judaización continúa imparable sin que nadie le ponga coto. Y puede decirse que esta movilización violenta sin precedentes de una parte de los jóvenes árabes, una minoría, hay que atribuirla a Hamás, como muestran las frecuentes consignas a favor de los islamistas.
Otra cuestión es la incidencia que los hechos puedan tener en la política interna israelí. Algunos opositores señalan a Benjamín Netanyahu y no cabe duda de que esta situación tiene un gran potencial para desbaratar los intentos de la oposición de establecer una coalición. Cuanto más dure el caos, más posibilidades tendrá Netanyahu de diezmar a la oposición y más posibilidades habrá de que pronto se celebren las quintas elecciones consecutivas.
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