Nadie sabe cuánto durará el juicio por corrupción de Benjamín Netanyahu, ni tampoco cómo terminará, pero desde el domingo está clara su estrategia para hacer frente a una situación desesperada: un enfrentamiento directo y sin cuartel con las instituciones del Estado de derecho apoyándose en la mitad de la población del país.
Netanyahu acudió a la primera sesión del juicio arropado por siete ministros del Likud, mientras en las calles aledañas se manifestaba a su favor un nutrido grupo de seguidores que están convencidos, porque Netanyahu no se cansa de repetirlo, de que el Estado profundo ha decidido desembarazarse de su líder, y no están dispuestos a tolerarlo.
Delante de los siete ministros enmascarillados, cada cual con una historia de lo más variopinta, varios investigados por la policía por presunta corrupción, Netanyahu se quitó la mascarilla y tomó la palabra. Arremetió por enésima vez contra el sistema y pidió que todo el juicio se transmita por televisión para dar al pueblo la oportunidad de conocer la verdad.
Curiosamente, hace solo unos días el abogado del estado, Avichai Mandelblit, amenazado de muerte, había dicho que estudiaría una petición de Netanyahu de televisar el juicio. Sin embargo, Netanyahu guardó silencio y eligió el momento más dramático para anunciar la petición, cuando apenas le quedaban unos minutos para sentarse en el banquillo.
En los regímenes populistas-nacionalistas, los medios de comunicación son importantes. Aunque Netanyahu ha acusado sin descanso a los medios de formar parte de una havura (banda, el mismo término que la policía usa para referirse a las bandas criminales), en los últimos meses, incluso después de la última campaña electoral, ha frecuentado los platós. Sin ir más lejos, el domingo, tras abandonar el tribunal de distrito situado en el sector ocupado de Jerusalén, concedió una entrevista al Canal 20.
Utiliza sus apariciones para disparar consignas sencillas al estómago de sus seguidores. Como cualquier líder populista-nacionalista, no usa razonamientos complicados sino mensajes dirigidos a los sentimientos irredentos y a las emociones básicas. Sus rivales le acusan de manipular al sector del pueblo más llano y elemental: los judíos orientales que siete décadas después del establecimiento de Israel continúan sintiéndose marginados y ninguneados.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar en su enfrentamiento con las instituciones? Probablemente hasta el final. Siempre ha sido así. Baste recordar los meses aciagos que precedieron al asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1994. Entonces Netanyahu pronunció discursos e hizo declaraciones extremas que según la izquierda (entonces todavía era posible de hablar de cierta izquierda) causaron el magnicidio. Familiares de Rabin fueron de la misma opinión.
O baste recordar su comparecencia en el Congreso de Estados Unidos en 2015, donde quedaron en evidencia sus tensas relaciones con Barack Obama, a quien humilló por haber firmado el acuerdo nuclear con Irán que contaba con el respaldo de Europa, Rusia y China. Los congresistas le ovacionaron de pie una y otra vez, mucho más que a ningún presidente. Y Netanyahu no descansó hasta destrozar el pacto en cuanto Donald Trump llegó a la Casa Blanca.
Es hombre dispuesto a llegar hasta el final en cada uno de los objetivos que se marca, de manera que ahora, cuando está en juego su persona y su carrera política, no dudará en combatir sin escatimar las armas a su disposición. La havura, la banda criminal que tiene delante y a la que va a enfrentarse, dijo el domingo, son los fiscales, la policía y la prensa. Pero los medios hebreos señalan que hay un cuarto elemento, los jueces, a los que el domingo curiosamente no atacó, aunque en los últimos meses lo ha hecho con frecuencia.
Todavía sería prematuro hablar de la posibilidad de una guerra civil. Sin embargo, hace solo unos días el ahora primer ministro suplente Benny Gantz dijo que había pactado un gobierno de unidad con Netanyahu para evitar específicamente una guerra civil. Ojalá todavía sea evitable, aunque si su populismo-nacionalismo sigue avanzando al mismo ritmo podría ser una realidad dentro de no mucho tiempo.
El clima que ha creado, y que es consecuencia de años de populismo-nacionalismo extremo, es bastante preocupante. Ya hemos dicho que el abogado del estado Mandelblit ha recibido amenazas para él y su familia, incluidas amenazas de muerte. La fiscal del juicio iniciado el domingo, Liat Ben Ari, ha confesado a sus allegados que se siente espiada, que cree que su teléfono está intervenido y que se siente vigilada. La policía le ha puesto guardaespaldas y hay personas que merodean por su barrio preguntando por ella, su marido y su hijo como sucede en los ámbitos mafiosos.
Los siete ministros magníficos que acompañaron el domingo a Netanyahu tampoco pierden ninguna ocasión de inflamar los ánimos del pueblo. En cada una de sus comparecencias ante los medios de comunicación, y prácticamente se producen a diario, arremeten contra lo que hace algunas semanas Netanyahu calificó de shita, es decir el sistema. Las amenazas contra el sistema, que ahora se ha convertido en banda, son continuas y están creando graves tensiones en la sociedad.
Lo que ocurre en Israel desde hace años pone en solfa el Estado de derecho, incluso un Estado de derecho tan peculiar y controvertido como el israelí. Netanyahu ha cruzado un gran número de líneas rojas, pero lo más preocupante es que la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea, asiste desde la distancia y en silencio a este terrible espectáculo populista-nacionalista.
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