Este artículo se publicó hace 16 años.
Muchos jugadores para un tablero muy pequeño
En la actual situación política de Líbano se necesita muy poco para iniciar un enfrentamiento armado. El país está sin presidente desde el pasado noviembre y los partidos no se ponen de acuerdo en designar a una persona que debe ser, según el reparto confesional, un cristiano maronita.
El reparto del poder es una de las claves del conflicto político. Según la Constitución libanesa, y su posterior reforma de 1990, la representación parlamentaria debe repartirse a partes iguales entre cristianos y musulmanes. La comunidad musulmana chií, principalmente Hizbolá y Amal, no acepta un reparto basado en el censo de 1932 y exige una reforma de la ley electoral que sea más representativa de la realidad demográfica.
En noviembre de 2006, Hizbolá se sentía fuerte. Había resistido la ofensiva israelí del verano y reclamó más poder en el Ejecutivo. El primer ministro, Fuad Siniora, se negó y exigió el desarme de la milicia proiraní. En protesta, los ministros chiíes y un cristiano abandonaron el Gobierno de unidad nacional. Desde entonces no reconocen como legítimo al Gobierno. La parálisis política es total.
Las divisiones políticas en Líbano no se limitan a cristianos o musulmanes. Hay cristianos, como el ex presidente Emile Lahud vinculados a las tesis de Siria e Irán, y hay musulmanes suníes partidarios de romper toda relación con Damasco y acercarse más a Occidente.
Internamente, Siniora cuenta con el respaldo de los musulmanes suníes, el partido del asesinado primer ministro antisirio Rafik Hariri, de parte de la comunidad cristiana, de los falangistas y de los drusos.
Hizbolá, el principal partido de la oposición, está aliado con el grupo Amal, también chií. Ambos cuentan con los votos del líder cristiano Michel Aoun y de una serie de pequeños partidos prosirios.
Cada lado cuenta con poderosos aliados exteriores. EEUU Unidos, Francia y Arabia Saudí defienden al Gobierno de Siniora. Hizbolá, la única facción autorizada a mantener las armas tras la guerra civil, cuenta con el apoyo incondicional de Siria e Irán.
Damasco y Teherán son los que más partido pueden lograr de un eventual conflicto en Líbano. Por un lado podrían poner fin a un Gobierno prooccidental en la zona y por otro siempre pueden volver a extender el conflicto utilizando a Hizbolá contra Israel.
EEUU mantiene una larga tradición de apoyo al Gobierno libanés contra las injerencias extranjeras de Damasco. Desde 1975, Washington ha aportado más de 400 millones de dólares para la reconstrucción del país.
Desde la llegada de Nicolas Sarkozy a la presidencia, París ha multiplicado su presión diplomática para lograr un acuerdo político en un territorio sobre el que ejerció su mandato hasta 1944.
La decisión del Gobierno libanés de acabar con la red de comunicaciones de Hizbolá desató la ira de la milicia libanesa. El Ejecutivo intentaba poner así límites a los planes militares de la milicia chií mientras Hizbolá considera que se ha ganado el derecho a organizar su propia defensa nacional ante un nuevo conflicto con Israel.
El líder de la milicia, Hasan Nasrallah amenazó el miércoles por primera vez con usar las armas contra el resto de grupos libaneses. Pero negó buscar un golpe de estado. "Si hubiésemos querido estarían en la cárcel o ahogados en el mar", dijo Nasrallah refiriéndose a los actuales dirigentes libaneses. Mientras, el resto de jugadores mira sus cartas y espera movimientos.
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