Este artículo se publicó hace 3 años.
Millonarios, esclavos y una masacre de indígenas: Natchez, la ciudad de EEUU donde el Mississippi gira y gira
A pesar de su aislamiento actual, hace poco más de siglo y medio, esta pequeña ciudad, sostenía un extraño récord. En sus mansiones solariegas vivía la mitad de los millonarios de todo Estados Unidos. En 1850, antes de la guerra civil americana, no existía en el planeta una mayor concentración de millonarios que en Natchez.
Natchez (Eeuu)--Actualizado a
"Venid acá, peces, vosotros, los de la margen derecha, que estáis en el río Douro, y vosotros, los de la margen izquierda, que estáis en el río Duero, venid acá todos y decidme cuál es la lengua en que habláis [...]?"
José Saramago – Viaje a Portugal
Cojo mi silla de tela, mi paraguas, mi libro y vengo a mirar el río.
Tras decirlo, el anciano busca algo a su alrededor con expresión confundida. Sobre la silla, su culo. En su mano derecha, a la sombra de un árbol como el resto de él, un libro manoseado de tapa blanda de la saga de Jack Reacher. El paraguas, sin embargo, está a unos diez metros de él, tirado en el suelo. Me acerco y lo recojo, y se lo llevo a su pequeño trono portátil. Sonríe con una mezcla de alivio y agradecimiento.
Vuelve a posar sus ojos amarilleados sobre el agua. La mira como si la vigilase, como si él mismo al ir envejeciendo hubiese entendido algo del río, o aprendido algo que el río sabía, o quizá que ahí es donde había algo que entender. O quizá nada, quizá sólo sea un señor mayor que pasa el día mirando hacia un río, huyendo del calor que en este territorio parece emitir cada gota de aire y que cubre todos los cuerpos sin excepción de un sudor inmediato, soñando con nadar en esa masa enorme de agua que de alguna manera, a pesar de su oscuridad conradiana y su extraña sensación de peso, de enormidad elástica, parece más fresca que cualquier oxígeno que uno pueda imaginar estando inmerso en el largo verano del sur de Estados Unidos.
Fluye lento el río por Natchez. Pasa sin prisa por debajo de su puente metálico de cuatro lomas, tan hollywoodiense que me recuerda más el propio puente a lo ficticio que al revés. Esto es común en este país, que a ratos da la sensación de haber sido construido a imagen y semejanza de las películas, más que como un escenario, como un homenaje.
El agua, tras pasar el puente, gira y gira hacia el mar, marrón y poderosa, arrastrando tierra, sedimentos y gente y dolor y música. Empuja también barcos y peces (¿hablarían antes francés y natchez y español y chitimacha, y ahora tan solo un inglés de acento sureño?) y va creando físicamente, con su arrastrar, la tierra, los pantanos, los humedales y el mar. Es un río caprichoso el Mississippi, sin trazado fijo, más estimación que mapa, más susurro que Wikipedia. Sólo se mantiene su grosor, su calma, su historia vieja. Todo lo demás cambia con los años.
Hoy está sucio, dice el anciano. Por eso lo llaman The Big Muddy (El Gran Lodazal), supongo. Continúa con los ojos fijos en el horizonte. Se quita los mosquitos de encima y, durante un instante, me mira y vuelve a sonreír con ternura hacia los meandros. Si vinieras en otra época del año podrías ver los reflejos naranjas de la puesta de sol. Eso sí que es bonito.
Estoy en Natchez, una ciudad bonita y remota del estado de Mississippi. Dice el dicho que "solo llega a Natchez el que va a Natchez", y es que a esta ciudad, de menos de 15.000 habitantes, no llegan demasiados caminos. Tampoco tiene un aeropuerto cerca. Sólo una cosa la ha mantenido conectada al mundo y la ha convertido en lo que es: el enorme río Mississippi.
Este río y su caudal formidable son difíciles de entender para la mente europea. Arrastra dos tercios del agua de Estados Unidos, humedeciendo la tierra de casi la mitad del país. Antes de que se construyese el dique, o levee, cuando el río subía e inundaba Natchez, cruzar a la otra ribera podía suponer remar durante casi cincuenta kilómetros.
A pesar de su aislamiento actual, hace poco más de siglo y medio, esta pequeña ciudad, del tamaño de Azpeitia o de Alpedrete, sostenía un extraño récord. En sus mansiones solariegas vivía la mitad de los millonarios de todo Estados Unidos. En 1850, antes de la guerra civil americana, no existía en el planeta una mayor concentración de millonarios que en Natchez.
Tristemente, esto no fue debido a un gran boom industrial regional o a algún milagro tecnológico que hiciese que por el río no parasen de salir cachivaches ultramodernos y entrar oro y billetes (una especie de MissiSilicon Valley), sino que se debía, simple y llanamente, a la esclavitud. A que esos millonarios tenían a seres humanos trabajando de sol a sol, de manera gratuita, recogiendo campos de algodón en condiciones de miseria. Como suelen decir en esta región, con ese tono de voz que es una mezcla de nostalgia y vergüenza: "Cotton was king". Y quizá ese tono de voz explique mejor que nada que yo o nadie pueda decir sobre la historia de este lugar. Mejor que ningún cartel o ningún libro de historia. La nostalgia y la vergüenza en la voz blanca. El rencor y el orgullo de saber que eso ya no va a pasar más en la voz negra.
Natchez, mucho antes de su riqueza prebélica, fue establecida como población en 1716 por colonos franceses, que la bautizaron como Fort Rosalie, y pasó a formar parte de la Luisiana francesa. La región llevaba siendo habitada de manera continua desde el siglo VIII a.C. por diferentes tribus, pero la que dominaba el entorno del río Mississippi en la época de la llegada de los primeros europeos era la nación Natchez. Eran una tribu sedentaria, asentada en nueve aldeas diferentes asociadas entre sí, pero con diferentes liderazgos y filiaciones.
Tras tres guerras diferentes entre los Natchez y los franceses, y diferentes incidentes de mucha tensión y violencia, como la negativa del líder francés de la colonia a fumar la pipa de la paz, algunas de las facciones de los Natchez decidieron rebelarse en 1729 contra los franceses. Su antiguo líder, Serpiente tatuada, había definido a los europeos como gente "con dos corazones; hoy uno bueno, mañana uno malo". Los atacantes, que entraron en el fuerte por sorpresa, perdonaron la vida a las mujeres, los niños y a los esclavos que no defendiesen de forma activa a los hombres de la colonia.
La noticia voló hacia la capital de la Luisiana francesa, Nueva Orleans, que dependía de los suministros que llegaban por el río desde Illinois, a través de Fort Rosalie. Asustados, su decisión fue la de realizar una operación de exterminio a los pueblos indios más cercanos a la capital, aunque no hubiesen tenido ninguna relación con la revuelta y conviviesen con las autoridades coloniales de manera pacífica.
Esta operación de exterminio, por suerte, no fue un gran éxito. Los encargados de realizarla eran esclavos con promesa de libertad, que no tenían nada contra esas poblaciones. Incluso los Choctaw, aliados tradicionales de los franceses, protestaron y avisaron a las otras tribus de que huyesen a otros territorios.
Los huidos fueron aceptados por otras naciones. Refugiados políticos sin convención. Algunas naciones incluso llegaron a desaparecer en la mezcla con otras más grandes que les acogieron. Los supervivientes de algunos de los pueblos masacrados fueron a Nueva Orleans y preguntaron al gobernador francés, Étienne Perier, el porqué del ataque. No supo explicarlo y al poco tiempo canceló la absurda operación.
Los Natchez, que acabarían dando nombre a la ciudad, sí que acabaron siendo erradicados y expulsados en operaciones conjuntas de los franceses y los Choctaw. Los supervivientes de la tribu Natchez, tras una larga guerra de guerrillas, se instalaron más al norte, y acabaron integrándose en la nación Muscogee (Creek).
Para cuando la ciudad pasó a manos británicas en 1763, tras el final del escenario americano de la guerra de siete años, la población india había descendido hasta cifras cercanas a las actuales: prácticamente cero. La ciudad pasó a llamarse Natchez, y la Luisiana —todos los territorios al oeste del Mississippi más la isla de Nueva Orleans— se volvió una colonia de la Corona española.
En Natchez, la Corona británica entregó grandes territorios a los oficiales que habían servido en la guerra. Eran, en su mayoría, criollos venidos de los estados del norte, de clase alta. Establecieron plantaciones enormes de los cultivos más rentables en la época, como el tabaco, el índigo, o el algodón, y empezaron a construir las grandes mansiones por las que la ciudad es, aun hoy, conocida.
Años después, en 1779, durante la guerra de independencia estadounidense contra los británicos, el gobernador español de la Luisiana, Bernardo de Gálvez, tomó Natchez y otros fuertes británicos en el sur del Mississippi como aliado del ejército revolucionario. Una vez terminada la guerra, España se negó a devolver sus conquistas, y Natchez pasó a formar parte de la Florida Occidental española.
Esto no alteró demasiado la vida de la colonia, que tanto en esta época como una vez ya fue parte de los Estados Unidos hasta la guerra civil mantuvo y aumentó su sistema esclavista de plantaciones, dada su tierra fértil y su posición estratégica junto a la gran autopista de la época: el río Mississippi. Empezaron a instalarse colonos de todo el continente, originarios de muchas partes de Europa. Construyeron, sobre el diseño de cuadrícula establecido por la nueva gobernación, mansiones de estilos enormemente variados.
El dinero fluía por Natchez (aunque fuese sólo para algunos), y eso se debía mostrar. Las casas se decoraron con lujos estrafalarios. Desde lámparas venecianas hasta alfombras persas, pasando por mobiliario francés, o jarrones chinos. Era un mundo de recepciones, fiestas, galas y esclavitud. Se diseñaron casas en estilo alpino, en el clásico estilo sureño de porches y columnas blancas de querencia griega (con su componente ideológico esclavista; Grecia como supuesto origen de lo europeo y lo civilizado), y hasta una impresionante casa en forma octogonal, una maravilla arquitectónica de la época como en el país hay muy pocas.
El anciano junto al que miro el río vive en una de esas casas venidas a menos, muchas ya convertidas en hoteles o tiendas, en el barrio hoy conocido como español, por su diseño urbano durante los años de pertenencia a la colonia. La señala de manera difusa desde su asiento. No me llega a decir su nombre. Le cuento que soy escritor y que estoy viajando por el Mississippi. Se quita, de nuevo, los mosquitos de la cara y me dice que hago bien, que es muy bonito, que hay mucho que escribir y que decir, y se queda callado.
Porque este mundo bipolar, donde al mismo tiempo se representaban en un solo territorio Lo que el viento se llevó y Raíces, se sigue plasmando en el Natchez moderno. Soy consciente de que un escritor de viajes debe huir de la descripción "lugar de contrastes" como de la peste negra, pero es que realmente no existe mejor forma de catalogar este lugar extraño, maravilloso y terrible. Quizá esto aplique a toda América, quizá Natchez sea poco más que un resumen muy breve de todo lo demás.
A pocos pasos de una mansión de altísimos techos, preciosos porches blancos de mecedoras y té dulce y abanicos, y "Well, I'll be damned, Betty" entre risas, aparece un lote vacío, comido por las zarzas, con un cartel azul que indica "Antiguo mercado de esclavos. Aquí se vendían más de 1.000 personas anualmente" con la frialdad de la historia. Si uno cruza cierta calle, la que te dicen que no cruces, aparece otra ciudad, otro país, otras caras, otros colores y otros materiales. Dos mundos.
Sin embargo, contra lo que uno pueda pensar (los famosos contrastes), esta pequeña y aislada ciudad sureña -en uno de los estados más conservadores de un país bastante puritano- fue una de las primeras de todo el país en elegir a un alcalde negro. En 1844 fue elegido Robert Wood, que sirvió como alcalde durante tres décadas.
En la época actual, en 2016, fue elegido como alcalde Darryl Grennell, un hombre también negro y abiertamente gay, con un porcentaje de voto del 91%.
Al mismo tiempo, fue en Natchez donde, pocas décadas antes, los movimientos por los derechos civiles habían sido duramente suprimidos, y la segregación impuesta a rajatabla hasta que se prohibió en 1969. Los contrastes siguen presentes. Ciertas cicatrices, a pesar de las cirugías, son difíciles de borrar. Dejan surcos, fronteras, matices. Todo avanza y evoluciona, como el río que continúa y cambia con empeño, a pesar del barro y la sequía.
Mi hija vive en Nueva York, me dice de repente el anciano. Ella sale al río de allí, como se llame, y lo mira al mismo tiempo que yo. Así estamos juntos. Aunque estemos lejos.
Es el mismo agua, le digo, algo emocionado por su historia.
Y el mismo cielo, dice subiendo la vista. Las nubes están preciosas.
Sobre nosotros hay un cielo azul con algunas nubes densas, grises.
Aunque parece que va a llover.
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