Cuando Luiz Inácio Lula da Silva llegó al Palacio del Planalto por primera vez hace 20 años se lamentó del "legado maldito" que recibía de su antecesor, el conservador Fernando Henrique Cardoso. Ciertamente, aquel Brasil de 2003 rezumaba pobreza y desigualdad. Lula logró revertir ese legado con programas sociales dirigidos a los más desfavorecidos. Este 1 de enero, cuando el histórico dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) asuma su tercer mandato, tendrá que encarar una herencia mucho peor. El presidente saliente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, deja un país lleno de pobres, con una Amazonía devastada y una violencia política inusitada que se ha convertido en la gran amenaza de la democracia brasileña.
El discurso del odio le ha dado buenos réditos electorales a Bolsonaro. El Partido Liberal (PL), con el que se presentó a las elecciones de octubre, es la primera fuerza en la Cámara de Diputados (99 legisladores). Con 58 millones de votos (49%), el excapitán del Ejército es consciente de que pese a la derrota con la que no contaba hace apenas un año, su movimiento político está muy arraigado en la sociedad brasileña. El bolsonarismo desafiará a Lula durante su mandato. Y eso significa un clima de tensión política insostenible que el líder progresista tendrá que desactivar cuanto antes. Los campamentos de bolsonaristas que reclaman la intervención del Ejército o la detención de un fanático que pretendía poner una bomba en Brasilia son solo dos ejemplos de esa violencia política que se ha instalado en Brasil por obra y gracia de un neofascista apoyado por la mitad de la población.
El tercer mandato de Lula será, probablemente, muy diferente a sus ocho años de gobierno previos (2003-2010). El despliegue de medidas sociales aprobadas entonces se vio favorecido por un alza espectacular de las materias primas. Las previsiones no son ahora favorables. Aunque la inflación se ha contenido en los últimos meses y el desempleo se mantiene en el entorno del 9%, el PIB brasileño sufrirá un frenazo en 2023 (alrededor del 1% de crecimiento, según el Fondo Monetario Internacional).
Con 77 años y pese a conservar un gran magnetismo personal, Lula ya no encandila a los brasileños como solía hacerlo. El PT y el antiguo obrero metalúrgico llegaban al poder en 2003 como la gran esperanza de la izquierda en América Latina. Los casos de corrupción en los que se vieron involucrados dirigentes del PT y la persecución judicial que sufrió el propio Lula (estuvo 19 meses en prisión condenado por corrupción, pero el Tribunal Supremo anuló después esa sentencia) han mermado la credibilidad de la formación de izquierdas entre un sector de sus antiguos electores. Lula llega a su tercer mandato con menos respaldo que hace dos décadas. En 2002 obtuvo un 61% de votos en la segunda vuelta frente al 51% de hace dos meses, cuando batió a Bolsonaro por tan solo dos puntos de diferencia.
Gobierno transversal
Para tratar de captar más apoyo social, Lula ha designado un gabinete ministerial muy transversal (con 37 miembros), que ofrece ya algunas pistas sobre la hoja de ruta del líder progresista. Aunque se amplía la representación femenina (once ministras), esa cuota todavía no supone ni un tercio del total. El PT se asegura el núcleo duro del nuevo gobierno. Fernando Haddad, excandidato presidencial, será el ministro de Hacienda, y Rui Costa, exgobernador de Bahía, estará al frente de la Casa Civil, una suerte de jefatura de gabinete. Wellington Dias se hará cargo de Desarrollo Social para impulsar los programas destinados a las clases más empobrecidas. Y la periodista y militante de Derechos Humanos Anielle Franco (hermana de Marielle Franco, asesinada en marzo de 2018) será la ministra de Igualdad Racial. Para la Cancillería, Lula ha apostado sobre seguro con el nombramiento del experimentado diplomático Mauro Vieira.
Como hace dos décadas, Lula se verá obligado a pactar con formaciones de centroderecha para sacar adelante sus proyectos de ley en un Congreso dominado por los conservadores y la ultraderecha. Dos de los últimos nombramientos ministeriales muestran ese eclecticismo de Lula. Simone Tebet, candidata presidencial del centroderecha, estará a cargo de la cartera de Planificación y Presupuesto. Su apoyo a Lula en la segunda vuelta electoral fue decisivo para frenar a Bolsonaro.
En el Consejo de Ministros se sentará también una vieja conocida del gobernante. Marina Silva repetirá como ministra de Medio Ambiente veinte años después de haber asumido el mismo encargo. La elección de Silva encierra un gran simbolismo pues su salida del gobierno fue muy sonada en su día. La dirigente ecologista había sido muy crítica con la política medioambiental del presidente por los proyectos en infraestructuras que se planeaban en la selva. En 2010 se presentó a las elecciones presidenciales y le arañó un buen puñado de votos al PT, suficientes para obligar a la candidata oficialista Dilma Rousseff a disputar una segunda vuelta frente al aspirante derechista José Serra. Evangélica, Silva aporta asimismo una buena conexión con ese influyente sector religioso que suele decantarse por candidatos de derechas.
Una de las letanías más repetidas por Lula en campaña fue, una vez más, la de las tres comidas que todo brasileño tendría aseguradas bajo su gobierno. La escandalosa cifra de 33 millones de personas en situación de hambruna (15% de la población) vuelve a situar el combate a la pobreza como prioridad de un gobierno del PT. Los dos primeros mandatos de Lula se recuerdan sobre todo por el éxito de sus planes sociales. Bolsa Familia es ya un referente en toda América Latina. Una ayuda a las familias más vulnerables condicionada, entre otros factores, a la escolarización y vacunación de los hijos.
Bolsonaro barrió de un plumazo la política social de Lula y Rousseff. Solo en el último tramo de su mandato (y con un claro fin electoralista) se acordó de los pobres y puso en marcha un ambicioso programa, Auxilio Brasil, que emulaba los planes desarrollados por los gobiernos del PT. Pero Lula necesita fondos para poner otra vez en funcionamiento su agenda social. De momento, ya ha recibido una buena noticia. El Congreso aprobó hace unos días una enmienda constitucional que le permitirá aumentar el gasto social y mantener el programa Auxilio Brasil (que Bolsonaro había dejado sin presupuestar) por el que se benefician unas veinte millones de familias.
El Congreso será el campo de batalla donde el presidente se juegue su mandato. Lula tiene experiencia en negociar y sellar acuerdos con los jefes del denominado Centrão, los pequeños y medianos partidos de centroderecha que bailan al son que más les conviene. En su día pactaron con Lula, lo hicieron también con Bolsonaro y no hay que descartar que vuelvan a entenderse con el gobernante de izquierdas.
Deforestación de la Amazonía
La Amazonía ha sufrido durante los cuatro años de Bolsonaro en el poder una deforestación muy acusada. Las corporaciones de la agroindustria son las principales responsables de esa devastación permitida por Bolsonaro. Brasil encabeza la lista de países exportadores de carne de bovino. El peso de este sector en la economía es fundamental. Y su influencia política, determinante. Los principales magnates agroindustriales encontraron en Bolsonaro el aliado perfecto para expandir su negocio a costa del medioambiente. Si durante los ochos años de gobierno de Lula la deforestación se redujo en torno al 80%, con el mandatario ultraderechista ha habido un incremento desmedido.
Según datos del proyecto oficial PRODES, que realiza un monitoreo por satélite de la destrucción de la selva, desde la llegada al poder de Bolsonaro se han superado los 10.000 km cuadrados de deforestación anuales. En 2021, el aumento llegó al 73% (13.038 km. cuadrados destruidos). La creación del Ministerio de los Pueblos Originarios, con la veterana activista Sonia Guajajara al frente, supone una primera señal de Lula hacia los pueblos indígenas que sufren la presencia creciente en sus tierras de las empresas agroindustriales.
A la asunción de Lula asistirán numerosos jefes de Estado de medio mundo y se espera la presencia de unas 300.000 personas en las calles de Brasilia. Ante el clima de tensión provocado por simpatizantes bolsonaristas, la Policía ha reforzado las medidas de seguridad del evento. Según la prensa brasileña, Bolsonaro no estaría presente en la transmisión de poderes y viajaría con su familia a Florida para estar lo más lejos posible de la celebración por el retorno de Lula al poder.
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