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Lula y la alegría de un continente donde resurgen las izquierdas

La historia de persecución y resurrección del presidente electo de Brasil es un espejo en el cual se miran con deseo algunos dirigentes del progresismo latinoamericano.

El presidente electo de Brasil, Lula da Silva, en un acto previo a las elecciones, en Brasil, a 29 de octubre de 2022.
El presidente electo de Brasil, Lula da Silva, en un acto previo a las elecciones, en Brasil, a 29 de octubre de 2022. Lincon Zarbietti / dpa / Europa Press

El lunes transcurrió en Brasil con nuevo presidente electo y alarmas políticas aún encendidas. La noche del domingo fue una celebración multitudinaria para quienes salieron a festejar la victoria de Luis Ignacio Lula da Silva con 50,90% de los votos, que le otorgó su tercer mandato presidencial. Calles de rojo, batucadas, todas las edades, esa capacidad brasileña de hacer de la alegría carnaval. La fiesta lulista contrastó con el duelo de quienes con banderas nacionales y rezos se enfrentaron a la derrota de Jair Bolsonaro, quien a pesar de haber logrado 49,10%, fue el primer presidente en no ser reelecto luego del regreso a la democracia en Brasil.

La tensión política no terminó de disiparse el lunes. Los numerosos reconocimientos internacionales continuaron expresándose y asentando la victoria de Lula. Los primeros llegaron casi en simultáneo con la confirmación de los resultados, en particular de los gobiernos progresistas de la región, como Andrés Manuel López Obrador de México o Luis Arce de Bolivia. Temprano también el domingo la Casa Blanca sacó un comunicado oficial felicitando la victoria del líder del Partido de los Trabajadores (PT). Los mensajes continuaron el lunes, con llamados de Lula con Joe Biden y el mandatario francés, Emmanuel Macron.

El timing de los reconocimientos fue seguido con atención en el contexto de una elección marcada por las amenazas de Bolsonaro. En efecto, Bolsonaro mantuvo un discurso de cuestionamiento al Tribunal Supremo Electoral y a la contienda desde el año pasado hasta días antes del ballottage, como el miércoles cuando estuvo a puertas de plantear aplazar la elección sin presentar fundamentos. Por eso, su silencio absoluto desde el domingo en la noche hasta avanzadas horas de la tarde del lunes en Brasil abonó a mantener una crispación atenuada por el conjunto de declaraciones de presidentes y algunos reconocimientos de sus propios aliados.

El presidente, excapitán del Ejército, se aisló desde la confirmación de una derrota que no pudo impedir, aún con diferentes maniobras implementadas desde las instituciones, como ocurrió con la utilización de la Policía Vial Federal que buscó obstaculizar el transporte en zonas de votantes favorables a Lula. "No enfrentamos a un adversario, sino a la maquinaria del Estado brasilero colocada al servicio del candidato para impedir que ganáramos las elecciones", afirmó el ahora presidente electo en su discurso del domingo.

El festejo latinoamericano

La atención mediática y política en el continente latinoamericano, así como la presencia en el bunker de campaña de Lula de figuras como el expresidente uruguayo Pepe Mujica o el ministro de Interior de Argentina, reflejaron la importancia de la elección del gigante sudamericano. Su victoria fue festejada públicamente por izquierdas y progresismos de la región, con eco de aquella frase del rockero argentino Charly García cuando cantó que "la alegría no es solo brasilera".

El festejo fue continental en un contexto donde han tenido lugar varias victorias progresistas en los últimos tiempos y la elección brasileña era la más esperada. El último triunfo había ocurrido en Colombia en junio con la mayoría en las urnas de Gustavo Petro, tan histórico como el de Brasil en vista de las circunstancias y las décadas de violencia política del país. El resultado obtenido por el líder histórico del PT vino a confirmar un optimismo en cuanto a las posibilidades de triunfos electorales ante derechas cada vez más extremas, con Bolsonaro como principal exponente al frente de un Gobierno.

La victoria de Lula ocurrió además luego de una persecución paradigmática y premonitoria. Comenzó en 2016 con el impeachment a la expresidenta Dilma Rousseff, seguido del ataque judicial y mediático a Lula, su encarcelamiento por 580 días en la cárcel de Curitiba, su regreso a la vida política a fin del 2019, y ahora su victoria. "Intentaron enterrarme vivo y estoy aquí para gobernar este país", afirmó en la noche del domingo. Esa historia de persecución y resurrección es un espejo en el cual se miran con deseo algunos dirigentes del progresismo latinoamericano que comparten los impactos de los mecanismos persecutorios.

Brasil es además la principal potencia económica de una región que se encuentra en un tropezado intento de reconstrucción de su tardía integración. Su peso diplomático, su historia de política exterior como global player, no automáticamente alineado, con vocación de liderazgo continental, hace del regreso de Lula al Palacio del Planalto un motor de expectativa alta para el progresismo. Es el caso en particular para Argentina, que se encuentra a un año de las presidenciales en condiciones de gran adversidad política y económica para el Gobierno. La visita de Fernández a Lula el mismo lunes grafica esa necesidad de Brasil aliado para Buenos Aires.

Administrar la derrota

Bolsonaro tiene varios elementos para su optimismo dentro de la derrota. En primer lugar, además de su corta distancia de menos de dos puntos con Lula, obtuvo 58.206.354 votos, casi medio millón más que en su segunda vuelta del 2018. Mantuvo y amplió su caudal luego de cuatro años de una gestión signada por casi 688 mil fallecidos por la pandemia, declaraciones descalificativas, agresivas, creación de crisis institucionales crónicas, apología del uso de las armas, entre otras cosas. Casi la mitad del padrón electoral votó para que siguiera otro período más luego de ese saldo en lugar de apostar por el regreso de Lula.

Por otro lado, logró un buen desempeño en ambas vueltas electorales, tanto en las gobernaciones como la mayoría con aliados, como en el poder Legislativo. Las dos cámaras, marcadas por dinámicas complejas de alianzas políticas y sectores siempre oficialistas dispuestos a negociar, será uno de los terrenos de la disputa por venir, donde la derecha, con la figura de Bolsonaro como dirigente principal, buscará sabotear e impedir la agenda de cambios de un Gobierno conformado por una coalición heterogénea. ¿Cómo maniobra Lula en ese contexto? ¿Cómo será su capacidad para encantar serpientes y responder a la amplitud interna? Pronto comenzará a saberse.

Bolsonaro puede también apostar a que se repita algo que se ve en otros procesos: candidatos que movilizan grandes expectativas en los momentos electorales, pero una vez al frente de los ejecutivos no logran cumplir con las demandas, se empantanan o retroceden. El progresismo latinoamericano ha mostrado no estar exento de esa dinámica, como es el caso, por ejemplo, del gobierno en Chile.

Por el momento, el mandatario recluido en el silencio y sus consecuentes tensiones calcula la mejor manera de administrar su derrota, es decir, la forma de irse. El paro de camioneros durante el lunes en 11 estados del país parece ser parte de esa estrategia. Pocos imaginan una retirada del Planalto sin desatar una crisis, un último incendio en un país que necesita recuperarse y reencontrarse luego de tanto enfrentamiento.

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