madrid
¿Cómo contribuir a la limpieza de los océanos desde uno de los países más contaminantes del planeta? Varias compañías japonesas de distintos sectores y dimensión pusieron en marcha en 2019 Cloma, una asociación fundada con el desafío de reciclar el 100% de los residuos plásticos de las 361 firmas del club en 2050. Con reducciones intermedias exigentes y acciones concretas de recogida de la basura de este material de origen fósil que se arrojan y almacenan en los mares y océanos del planeta. En la estructura de Cloma figuran desde grandes corporaciones Seven & i Holdings, Shiseido o Itochu, hasta decenas de startups. Pero todas asumen un compromiso de orden corporativo enfocado a la preservación medioambiental. Dentro de sus criterios ESG, que se están asentando entre las exigencias inversoras que cada vez más sociedades de valores y gestoras de fondos demandan a las multinacionales, cotizadas y, en general, a las compañías con presencia en los mercados de capital internacionales. Junto a unas reglas medioambientales estos criterios priorizan la apuesta de las carteras de inversión hacia empresas con proyectos de responsabilidad social y de buen gobierno corporativo. Cloma es una piedra en el zapato de la tercera economía global y segundo país que más material plástico arroja a los océanos. También es uno de los dos socios del G-7 que se negó a suscribir, en 2018, los objetivos de reducción el uso de plásticos para 2040. Pese a que prácticamente cada producto de consumo, desde el té al chocolate o piezas de fruta individuales se protege con este tipo de envoltorio.
La alianza empresarial nació de la necesidad de aunar esfuerzos. La plataforma integra los planes individuales que cada socio fundador estaba poniendo en marcha desde sus departamentos de medio ambiente y de responsabilidad social corporativa. Y les ha otorgado una mayor capacidad de maniobra y, sobre todo, instrumentos para expandir a una escala más operativa y eficiente los objetivos fijados. Desde una perspectiva colaboracionista. En seis distintas áreas de negocio. Por ejemplo, la empresa Kaneka, que fabrica pajitas para absorber refrescos biodegradables en caso de ser lanzadas a las aguas de los océanos, ha empezado a comercializarlas entre los centros de servicios de cafés y refrescos para consumo fuera de los establecimientos. Su primera pica en esta cruzada ha sido la suscripción de un acuerdo de exclusividad con las tiendas 7-Eleven, muy asentadas en el país del Sol Naciente, afirma la agencia Bloomberg.
Cloma pretende ganar influencia en el terreno legislativo para expandir, dentro y fuera de la órbita económica japonesa, sus criterios de reciclaje y limpieza de la basura plástica que se acumulan en mares y océanos
Cloma nació por la iniciativa empresarial. Sin embargo, ha recibido en su corta vida el apoyo del todopoderoso Ministerio de Economía, Comercio e Industria (METI) japonés. Interesado, casi de repente, en un puente de entendimiento entre el Gobierno nipón y sus empresas para un reto de primer orden. Un proceso avanzado de reciclaje. Para Cloma se abre de par en par las puertas a regulaciones que faciliten su tarea fundacional. También con el Ministerio de Medio Ambiente. Pero, sobre todo, se la acepta como interlocutor colectivo y como lobby influyente. Porque sus intenciones pasan por expandir el número de socios y poder ganar más peso en las propuestas legislativas que, de otra forma, de manera individual, sus firmas nunca podrían conseguir. Entre otras razones, también por la necesidad imperiosa de que el sector privado nipón sea más verde. Después de un último bienio en el que los criterios ESG se han expandido por todos los círculos bursátiles y, por ende, por los consejos de administración y cúpulas directivas de las sociedades mercantiles. También por iniciativas de alto calado estratégico como la de la EU y su decisión de enmarcar la transición energética y las emisiones cero como uno de los pilares de su cambio de patrón de crecimiento. Dentro del esperado inicio del ciclo de negocios post-Covid. Al igual que Japón, EEUU -alerta un reciente informe Standard & Poor’s- se expone a perder el liderazgo de las energías renovables.
Creciente reivindicación social por la ecología
El subconsciente colectivo japonés ha virado, con antelación, pero casi en paralelo, al cambio de rumbo de una parte de la comunidad empresarial del país. Los productos que dañan el medio ambiente son cada vez más repudiados entre la opinión pública nipona. Especialmente, entre el estrato más joven de la sociedad, que se decantan mayoritariamente por cajas y contenedores reciclables. Cloma, además, pretende trasladar sus iniciativas y tecnología a naciones en vías de desarrollo. Tanto sus materiales manufacturados, como sus procesos productivos, sus marcas o sus líneas de innovación de reciclajes industriales. Promueve la exportación de su know-how. Y, por ello, buscará de forma preferente joint-ventures con empresas de otras latitudes con las que compartir sus cadenas de valor. Expresamente concebidas para reducir la elevada concentración de plástico en aguas marinas y oceánicas. Que, paradójicamente, por el parón productivo global, se ha incrementado aún más durante la epidemia del coronavirus. Mascarillas, viseras faciales y protectores oculares se han sumado a la basura de bolsas y otros residuos plásticos por la alta demanda de estos productos durante las crisis sanitarias de la Covid-19 por todo el mundo. Una consecuencia de la que Japón, que se deshizo de 8 millones de toneladas de material plástico el pasado año, no ha sido precisamente una excepción.
La revista Science eleva hasta los 11 millones de toneladas métricas el volumen de plásticos que acabaron en los océanos en 2019 y advierte que se triplicará su presencia en los próximos 20 años
El Día Mundial de los Océanos, que se celebra el 8 de junio, John Hocevar, biólogo marino y director de la campaña de Greenpeace para la limpieza oceánica, recordó a ABC News que la producción masiva de este tipo de envoltorio universalmente utilizado emergió en la década de los cincuenta y que, a pesar de ser un artículo industrial relativamente reciente -en comparación con otros materiales- ha logrado expandir su uso exponencial después de siete décadas. "Casi todos los fabricados desde su implantación todavía están con nosotros", explica Hocevar de su perdurabilidad en el tiempo. "Nunca se desintegran completamente, porque se convierten en microplásticos, partículas de menos de 5 milímetros de diámetro que se prodigan por todo el planeta". En términos globales, hay más de 8.300 millones de toneladas métricas de plástico. Fruto de su proliferación en los últimos 70 años, coincide Dianna Cohen, CEO de Plastic Pollution Coalition, que incide en que “está en el agua que consumimos, la comida con la que nos nutrimos y en el aire que respiramos”. Cada año, 8 millones de toneladas métricas de plásticos acaban en los océanos, según un estudio publicado por el World Economic Forum de 2016. El equivalente a una furgoneta media cargada de plástico cada minuto. Con escasas esperanzas de reversión, porque otro análisis, en este caso predictivo, reciente, de la revista Science, augura que la basura plástica en los mares de todo el planeta se triplique en los próximos 20 años y que los proyectos de limpieza y reciclaje apenas reduzcan este tsunami medioambiental en un 7% el volumen total. Ante el mínimo esfuerzo de los gobiernos para abordar esta catástrofe ecológica, con medidas drásticas como las restricciones de uso de estos materiales en supermercados y la instauración de medidas alternativas. De hecho, Science alerta de que los 8 millones de toneladas métricas de 2016 han pasado a suponer 11 millones en 2019.
World Population Review constata que China, con 59 millones de toneladas, es el país que más residuos plásticos genera, seguida de EEUU, con 37,8; Alemania (14,4); Brasil (11,8) y Japón, con 7,99 millones. España se sitúa en decimotercer lugar, con 4,7 millones de toneladas.
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