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La primera consigna de un buen servicio de inteligencia es que sea capaz de prevenir cualquier acto de sabotaje, atentado o intento de magnicidio y nunca como en estos tiempos sus modus operandi han sido tan solicitados. En la sociedad de la información, de la digitalización y el tráfico de datos, de la ciberdelincuencia y de las transacciones telemáticas que vuelan a la velocidad de la luz y pueden ocultar actos delictivos del crimen organizado, no resulta tranquilizador que las agencias estadounidenses atraviesen una grave crisis de identidad.
Más en concreto, "la Inteligencia americana se enfrenta a un déficit de legitimidad", matiza David Gioe, profesor de Seguridad Internacional en el Departamento de Estudios Bélicos adscrito al King's College británico, que destaca su fracaso en el ataque sorpresa de Hamás del 7 de octubre de 2023 que inició las hostilidades en Gaza por parte del Gobierno israelí. "Fue un error de gran calibre", explica Gioe.
Unos meses después, los servicios secretos también están en el punto de mira por el intento de magnicidio de Donald Trump en Pensilvania que ha desencadenado todo tipo de conspiraciones y versiones encontradas, pero que han tenido un denominador común: otro nuevo suspenso en el currículum de sus cúpulas directivas que sumar a viejas reválidas pendientes como el terrible fiasco de no haber impedido el primer ataque en suelo americano, la sucesión de atentados del 11-S por parte de Al-Qaeda. En este caso, con la carta de dimisión de por medio de su máxima responsable, Kimberly Cheatle, apenas dos semanas después del intento de asesinato de Trump.
El 70% de los estadounidenses nuestra una "elevada" o "alguna" preocupación por "las interferencias en las elecciones presidenciales"
Bien es cierto que, en colaboración con las agencias de inteligencia británicas, pronosticaron la invasión de Ucrania por parte del Kremlin al otorgar importancia bélica real a la operación militar especial descrita por el Ejército ruso semanas antes del estallido de las hostilidades. Y lo hicieron con acierto en la adhesión de Crimea en 2014, según varios documentos desclasificados en 2022.
Pero en el subconsciente colectivo estadounidense reinan las dudas. En 2023, un sondeo del Harvard University Center for American Political Studies y Harris Poll desveló que el 70% de ciudadanos estadounidenses mostraba una "elevada" o "alguna" preocupación por "las interferencias tanto del FBI como de las agencias de inteligencia en las elecciones presidenciales" de noviembre. Otro estudio de opinión, de 2022, dirigido por la Universidad de Austin (Texas) y Chicago Council on Global Affairs, constató que el 56% piensa que "juegan un papel vital en la advertencia de alertas y amenazas exteriores" y que "contribuyen a la seguridad nacional". Diez puntos menos que la cota más alta, registrada en 2019. Y lo que es peor: solo el 44% les concedían capacidad de éxito en esta empresa.
Tampoco se puede decir que no haya tratado de adaptarse a los tiempos ni que no haya asumido reformas procedimentales para subsanar sus errores del pasado. Gioe recuerda que el FBI logró el pasado año un 98% de aceptación e implantación de las recomendaciones sugeridas por una comisión legislativa de expertos en Inteligencia, según el Departamento de Justicia. Pero quizás sea cuestión −sugiere este analista− de que no trasciendan reacciones como la de El Elíseo contra el General Eric Vidaud, su jefe de inteligencia cuando Vladimir Putin decidió invadir Ucrania por considerar "alarmista" la alerta conjunta de la CIA y el MI 6 británico. "Fue fulminantemente despedido". La colaboración con el Mossad en la advertencia de los ataques de Hamás en suelo israelí no tuvo tanto éxito, sin embargo.
"En un mundo de crecientes amenazas" geopolíticas y convulsiones del orden mundial −resalta Gioe− "las responsabilidades de los servicios de inteligencia con la democracia debe ser mayor y si ni siquiera la Casa Blanca o el Congreso puede detectar la realidad de sus operaciones, menos aún la opinión pública americana", lo que transmite la sensación de que "juegan al límite" y que los riesgos a los que se enfrenta EEUU y sus aliados "pueden ser severos". En este sentido, Gioe rescata de la memoria el urgente renacimiento de los servicios de inteligencia americanos tras el doble fiasco de no haber anticipado los atentados del 11-S y el juramento de que Irak disponía de armas de destrucción masiva.
Propósito de la enmienda todavía débil
En Foreign Policy, afirma que el propósito de la enmienda "no ha dado aún resultados" y que, en consecuencia, su defensa de la seguridad y las libertades civiles de los americanos en primera línea no ofrece suficientes garantías a los ciudadanos. Sobre todo, porque en la memoria social se encuentran fallas notables como el robo de más de 1,5 millones de documentos de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) por parte de un informático estadounidense, Edward Snowden, en 2013 y que acabaron en China y en Rusia. O antes, los Papeles del Pentágono de 1971 donde se revelaron actividades ilícitas del Ejército en Vietnam y la involucración de varios agentes de la CIA en el Watergate que llevaron a Jimmy Cartes a reducir drásticamente su plantilla para tratar de controlar sus actos de dudosa legalidad.
La crisis de identidad actual sigue adoleciendo de falta de transparencia y de ética. Un lunar que encuentra en figuras políticas como Donald Trump el caldo de cultivo idóneo para generar cizaña en torno a su hoja de servicios. Ya en su campaña de 2016, por ejemplo, acusó a la NSA de haber espiado el cuartel general de su candidatura y comparó los mecanismos que usaba la Inteligencia americana con "el régimen nazi alemán". Y al FBI de interferir en el proceso electoral debido a su investigación sobre sus lazos empresariales y personales con la Rusia de Vladimir Putin.
La crisis de identidad actual sigue adoleciendo de falta de transparencia y de ética
Una hipotética victoria del republicano en noviembre definirá la trayectoria reformista de todo el compendio de agencias e iniciativas de la Inteligencia de EEUU, en la era de la remodelación de los servicios secretos, cada vez más estrechamente vinculados a la estrategia diplomática de los países.
Brett Holmgren, subsecretario de Estado de Inteligencia en la Administración Biden, establece una clara línea roja entre ambos cabezas de cartel electoral. Porque, diplomáticamente, existen distintos planteamientos; por ejemplo, sobre la guerra en Ucrania.
En su opinión, este alto cargo del Departamento de Estado de Antony Blinken, insiste en que el actual inquilino de la Casa Blanca llegó a iniciar los preparativos para la contraofensiva rusa con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, nada más dar credibilidad a la misión de los servicios secretos americanos, lo que evitó "mayores atrocidades".
Para Holmgren, experto en Seguridad como vicepresidente de Riesgos Cibernéticos en Capital One Financial, la remodelación debería encauzarse en términos de "inteligencia diplomática" ya que los trabajos de espionaje acaban siendo usados en la política exterior de los países. Así que −aclara− el concepto tradicional de separar ambos estamentos, carece ya de sentido.
Ahora, se trata de "usar los servicios secretos como apoyo a las actividades diplomáticas para conseguir a través de ellos los máximos objetivos en asuntos como la construcción de alianzas estratégicas, facilidades de cooperación, información a aliados, verificación de amenazas o de cumplimiento de acuerdos o para la resolución de divergencias o la consolidación de decisiones esenciales para el orden mundial y el sistema multilateral".
En este sentido, también apela a los daños colaterales de la falsa información sobre las armas nucleares en posesión de Sadan Husein en 2003, que desencadenó una guerra ilícita por parte de la OTAN y ensució la reputación de la Inteligencia americana por, al menos, una generación.
Una diplomacia mutante en manos de rivales antagónicos
Más aún. El alto cargo de Biden expone cuatro razones que inducen a pensar en el tratamiento diferenciado que tendrían con un futuro presidente demócrata o republicano, y describe otras tres líneas de actuación preferencial que deberían asumir los servicios secretos en un futuro con amplios terrenos de juego en los que operar. Desde la ya llamada diplomacia tecnológica, a las tácticas de seguridad cibernética o las amenazas geopolíticas de un mundo con nuevos rivales geoestratégicos capaces de acabar con la hegemonía económica, monetaria, digital y militar de EEUU, como China, y el riesgo de desmantelamiento de la globalización.
En caso de triunfo de Biden, la inteligencia diplomática de EEUU se asentará sobre una redefinición de sus objetivos
El primer motivo es el liderazgo Biden-Blinken, que hizo "exactamente lo que Washington debía hacer en la invasión de Ucrania"; el segundo, su reacción para "parar la guerra, prevenir la guerra y evitar la guerra" según trasladó de inmediato el jefe de la diplomacia de EEUU al Consejo de Seguridad de la ONU, todo un contraste con la contienda en Irak; el tercero, la acumulación de las capacidades analíticas de la Inteligencia en estos años de alto voltaje geopolítico y el cuarto, su mayor predisposición de desclasificar documentos de especial interés público sin atentar ni contra sus fuentes de recolección de datos ni sus métodos de actuación, sometidos a la ley.
Para lo cual, en caso de triunfo de Biden, la inteligencia diplomática de EEUU se asentará sobre tres pilares: una redefinición de sus objetivos, insertos en una guía de principios rectores de los servicios secretos que priorice estrategias, alianzas e investigaciones con credibilidad y haciendo uso del apoyo de las herramientas de política exterior; la inclusión de la tecnología tanto para recabar datos y analizar escenarios como para transmitir a la opinión pública información que pueda ser descatalogada. Y, finalmente, estableciendo cursos de formación diplomática a agentes de inteligencia para que adquieran conocimientos esenciales para sus destinos internacionales.
Las directrices de Holmgren, esbozadas en varias conferencias en los últimos meses, las apoyan expertos como Chester Crocker, profesor emérito, Kelly McFarland, historiadora y Ryan Conner, investigador −todos ellos de la Universidad de Georgetown− que ven urgente la necesidad de un viraje en la concepción diplomática de EEUU después de la guerra en Ucrania. Con una alusión específica a las ínfulas hegemónicas de los BRICS+ y otra a las "confusión geopolítica" generada por los "sueños de grandeza" de Pekín y Moscú.
En este sentido, apelan al informe del Institute for Study of Diplomacy de su centro universitario en el que llaman la atención a Washington del "creciente consenso" del movimiento de nuevos países no-alineado contra los criterios de los aliados occidentales, su propensión a comprender agresiones como la rusa en Ucrania que crean episodios de inseguridad alimentaria contrarios a sus intereses y dando al Kremlin, para más inri, apoyo a su influencia global, o generando lo que denominan cisnes negros o eventos que complican su predicción y comprensión e incrementan las dudas sobre las medidas estratégicas a seguir.
A su juicio, la solución pasa por impulsar consensos multilaterales, creer en la gobernanza global casi como un acto de fe, pese a su más compleja confección táctica, y abrazar para ello métodos de geometría variable para construir coaliciones sólidas con distintos países para atender una amplia diversidad de espacios diplomáticos; desde el monetario, al tecnológico, el de seguridad cibernética y convencional o el climático y, por supuesto, el geopolítico.
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