Este artículo se publicó hace 4 años.
Deuda ÁfricaLa gran pandemia reactiva la bomba de la deuda africana
El nivel de endeudamiento en el continente africano a alcanzado la mitad de su PIB conjunto desde el credit-crunch de 2008, al calor de proyectos de infraestructuras fallidos, con financiación externa, mayoritariamente china, y el descenso del crudo en un territorio cada vez más productor de petróleo con débiles sistemas sanitarios para contener la covid-19.
Madrid-
"La gran Pandemia ha generado del mayor shock al que se ha enfrentado la economía global en la última centuria y ha expandido los registros de deuda de los países en desarrollo y muy en particular en África, donde las dificultades de sus servicios de pago se han magnificado, hasta el punto que debemos esperar lo peor" en alusión a la proliferación inevitable de múltiples casos sincronizados de quiebras soberanas. En estos contundentes términos se manifestó Charles Colomiris, catedrático de Asuntos Públicos de la Universidad de Columbia, durante un reciente seminario telemático del Banco Mundial: "los riesgos asociados a la protección sanitaria contra la covid-19 y la severidad de la recesión se elevarán hasta el punto de precipitar declaraciones de tasas de endeudamiento impagables", lo que llevará a sus gobiernos a manejar unos estados financieros "completamente inciertos e impredecibles".
Las palabras de Calomiris anticipan el gran temor de las instituciones multilaterales a que la bomba de la deuda africana estalle en un futuro próximo. El FMI emitió una primera voz de alarma antes de la declaración de emergencia sanitaria de la pandemia global, al alertar que la deuda acumulada por las naciones africanas se había duplicado y ya representaba la mitad de su capacidad productiva. Porque los niveles del endeudamiento africano han crecido en el último lustro.
"El desastre de endeudamiento se ha fraguado por los faraónicos proyectos de infraestructuras y del paulatino descenso en los precios del conjunto de materias primas en el lustro que precedió a la epidemia global", explican desde la sala de máquinas del Fondo, y han dado al traste con varias iniciativas de uniones aduaneras y monetaria subregionales que sentaban las bases de flujos de comercio e inversiones trasfronterizos con planes de desarrollo amparados por fondos multilaterales y por las acciones financieras de los cuatro grandes actores globales: EEUU, pese al súbito descenso del interés en África en la diplomacia de la Administración Trump, de un lado, la creciente atención, al menos oficialmente, de la UE con la prosperidad de sus vecinos del sur -el enésimo intento de perfilar un puente inversor con sello comunitario, por otro, o la sólida estrategia de China en el área con sus majestuosos contratos de infraestructuras y de compras de empresas vinculadas a la extracción de materias primas con líneas financieras de sus bancos, que ahora reclaman los pagos de sus hipotecas y que han sido el gran factor del endeudamiento actual, y la reciente de Rusia, el último en desembarcar con su influencia política y empresarial en el continente.
Pero a la escalada de deuda también ha contribuido la repentina dependencia de gran parte de sus países de las ventas de petróleo. Los mercados africanos han confiado sus ingresos recientes casi en exclusiva al crudo. Ha sido casi el único huevo en la cesta de ingresos sostenidos en los últimos ejercicios. En gran medida, por el descubrimiento de nuevos yacimientos y bolsas de oro negro; sobre todo, entre las naciones de la orilla meridional atlántica.
El pasado año, los países productores extrajeron de media más de 800 millones de barriles diarios y aportaron a sus arcas; un cheque suculento, de nada menos que 3,3 billones de dólares entre 2007 y 2017. Superior en más de siete veces al montante de ayuda externa al desarrollo durante ese mismo periodo. Sin embargo, sus gobiernos no han logrado tasas de prosperidad. Entre otras razones, porque han confiado buena parte de sus fastuosas facturas de modernización de sus infraestructuras eléctricas, de transporte o de agua, por ejemplo. "Han perdido una oportunidad histórica para haberse subido al tren de la digitalización", porque tampoco han solventado sus déficits en redes de telecomunicaciones ni en Sanidad o Educación, asegura Zuhumnan Dapel en Foreign Policy, que lo achaca al círculo vicioso de su deuda: una gran parte de estos recursos se han dedicado a paliar la creciente montaña de endeudamiento del continente.
Algo que suscribe el Fondo de Desarrollo Africano que advierte con temor de que el stock de endeudamiento acumulado ha vuelto a emerger, hasta alcanzar niveles insostenibles, pese al esfuerzo con los acreedores de los últimos ejercicios previos a la pandemia, afirma Justin Sandefur, analista del Centro Global para el Desarrollo. Según Brookings Institution, el endeudamiento medio de los países africanos equivale al 53% del PIB continental, lejos del 90% de los peores años de las décadas ochenta y noventa del siglo pasado. Pero crece a ritmo vertiginoso.
Grandes infraestructuras ruinosas
La agencia Bloomberg ponía algunos ejemplos de planes ruinosos en un país como Angola. Como el nuevo aeropuerto de su capital, Luanda, concebido como símbolo del renacimiento de la ex colonia portuguesa para albergar los grandes vuelos transcontinentales y que uniría desde su andadura sus modernas y majestuosas instalaciones -su principal terminal que no escatimó en materiales y que supera en dimensión al Pentágono- con el casco urbano, a través de una línea ferroviaria de 40 kilómetros.
Ocho años después de haberse construido e inaugurado -2021- es pasto de la arena, el tren de conexión nunca se acabó y, mientras se proyecta su reapertura en 2022 ó 2023, sigue sin haber recibido ningún avión comercial. El Gobierno angoleño mantiene el coste, valorado en varios cientos de millones de dólares, bajo el más estricto secreto, a pesar de las denuncias que apunta a que China exige 9.000 millones de dólares a su acreedor para dar por finalizada este megaproyecto. La mano invisible de Pekín -que cada vez mece más mercados africanos con su doble estrategia de financiación sin opciones de reestructuración de deudas y, mucho de condonación- también está detrás de la fastuosa iniciativa de construir Kilamba, una ciudad satélite a las afueras de la capital, con dos aeropuertos, y varias obras institucionales que han sido aparcadas sine die.
A lo largo del continente, los gobiernos han gastado 77.000 millones de dólares anualmente desde 2013 y han comprometido 600.000 millones más en créditos para sus planes de infraestructuras, en los que han incluido estadios de fútbol, monumentos a héroes nacionales y suntuosas villas presidenciales, junto a escasas instalaciones sanitarias y educativas.La acumulación de deuda obligaría al continente a crecer a un ritmo del 10% anualmente para poder hacer frente a sus vencimientos. Pero la Gran Pandemia ha interrumpido 25 años de alza ininterrumpida, a distintos ritmos, de su PIB. La covid-19 les deparará una contracción del 2,8%, según el Banco Mundial. En 2020. Año en el que el barril de petróleo está lejos de alcanzar una media anual superior a los 30 dólares, después de un trimestre con cotizaciones negativas.
Vera Songwe, de la Comisión Económica para África de Naciones Unidas pone el dedo en la llaga cuando advierte que los gobiernos del continente están en una difícil encrucijada de caminos: "O pagan las obligaciones con sus acreedores o comprar medicinas y alimentos a sus poblaciones no sólo por para hacer frente a la covid-19 sino también para frenar propagaciones de malaria o tuberculosis".
La influencia de China en los dos últimos decenios ha abierto el apetito de Pekín por recuperar sus inversiones en su primera recesión desde 1976. Y las naciones africanas han vendido casi 60.000 millones de dólares en bonos a inversores privados en los dos últimos años para sufragar sus proyectos. La ONU predice que el coronavirus sumará 29 millones de personas a los más de 400 que sobreviven en extrema pobreza. Además, los 100.000 millones de dólares de programas de desarrollo llegados a África desde 2005 han traído devaluaciones monetarias que han generado hiperinflaciones y la puesta en marcha de ajustes presupuestarios que se han focalizado sobre los gastos sociales.
El problema es que con las economías paradas la dificultad de reestructurar las deudas se complica, explica la nueva economista jefe del Banco Mundial, la estadounidense Carmen Reinhart, que predice que "cualquier escenario de recuperación será lento y estará sometido a tensiones". Porque los países acreedores están también bajo el riesgo de un despegue complejo de la actividad durante el confinamiento. En la conferencia del Banco Mundial de primeros de junio, Reinhart auguró un largo proceso de negociación, "como ocurrió en los años veinte y en los ochenta, que supusieron un largo decenio de procesos abiertos para acordar nuevos plazos y condiciones en los vencimientos" de las deudas africanas.
Los gobiernos del continente han dedicado en la década recién acabada casi un 13% de ingresos al pago de sus servicios de deuda. Zambia, por ejemplo, que recauda el 70% de sus divisas del exterior a través de sus exportaciones de cobre, ha visto saltar su nivel de endeudamientos hasta los 11.000 millones de dólares. Mientras Angola, segundo productor de crudo tras Nigeria, acaba de admitir que sus gastos superarán los recursos de sus arcas estatales y ha pedido nuevas líneas de crédito a China.
Una de las tablas de salvación es el compromiso del G-20 de impulsar una moratoria multilateral conjunta. Acción más que notable, dado que casi la tercera parte de la deuda externa de los países subsaharianos son préstamos adquiridos del circuito de bancos de desarrollo. El Banco Mundial, la institución más involucrada en financiaciones en África, ha dado luz verde a nuevos préstamos a bajo interés por valor de varias decenas de millones de dólares.
También el FMI ha enfocado su fondo de ayuda por la Gran Pandemia, dotado de un billón de dólares, al continente africano. Pero queda por saber la efectividad de estas políticas, la decisión de naciones como China, EEUU o los socios europeos y, sobre todo, la reacción de los inversores privados, siempre reacios a cualquier suspensión de los pagos.
La lucha inversora de las superpotencias
La UE firmó en septiembre de 2018, una alianza de índole geoestratégica -política, pero sobre todo inversora y comercial-, con los 55 países de África en aras de fortalecer su posición de primer socio de mercancías y capitales del continente y consolidar su liderazgo como donante de ayuda al desarrollo. Además de recibir el 36% de los flujos de comercio exterior africanos. La inversión europea representa el 40% de la IED que llega a África, latitud que recibe una media anual de 22.000 millones de euros de fondos oficiales para la prosperidad del continente, el 54% de los programas mundiales que reciben del exterior. Por si cupiese alguna duda, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), el brazo financiero de la UE, va a intensificar sus operaciones en África. Para rivalizar con China en su despliegue inversor. Werner Hoyer, su presidente, admite que el interés europeo ha crecido exponencialmente desde 2015, el punto álgido de la crisis migratoria africana al Viejo Continente: "La UE se ha despertado con la llamada de África; hasta entonces, su desarrollo era un asunto residual".
En el último decenio, el BEI ha concedido 100.000 millones de euros en inversiones a los países africanos y tiene en estos momentos líneas financieras abiertas con ellos por valor de 25.800 millones, el mayor de los desembolsos en el exterior. "Vamos a inyectar capitales adicionales hasta una dimensión que resultará desconocida", afirma, antes de enfatizar que "es el tiempo de pensar en su prosperidad y de hacerlo a lo grande". Hoyer matiza, además, que el objetivo europeo es "generar empleo y dinamismo" para beneficio del continente africano, frente a las ambiciones neocoloniales chinas cuyas firmas -señala- "han destinado cantidades ingentes de dinero, cemento y personas, pero no para crear puestos de trabajo africanos, sino chinos, al igual que hace Rusia en las naciones de Oriente Próximo o Turquía entre los países islámicos". Sin embargo, descartó por este motivo la colaboración del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD). "Tiene en la misma mesa ejecutiva a EEUU y Rusia", que son accionistas de la institución multilateral de la UE; "no veo cómo podríamos cooperar juntos".
Pero en África, la ventaja geoestratégica está en posesión de China. Las millonarias inversiones en puertos, trayectos ferroviarios y autovías rodadas, así como la adquisición de firmas y bancos africanos de sectores esencialmente energéticos o en infraestructuras de suministro de utilities han generado a los gobiernos del continente unos niveles de endeudamiento con Pekín que les condiciona sobremanera en sus servicios de pagos inmediatos. Entretanto, el gigante asiático se ha encargado de ejercer una influencia política notable en el área.
A través de la expansión de sus multinacionales en los grupos de comunicación y haciendo uso del Big Data y de la asunción de información de sus compañías de telecomunicaciones. Es un asunto que preocupa a la Casa Blanca. Huawei y ZTE, por ejemplo, han establecido en el último decenio más de 40 redes de 3G en una treintena larga de naciones africanas, y sus empresas de telefonía copan el mercado de ventas en la región. Transsion Holdings, que no opera ni en EEUU ni en Europa, acapara el 30% de los terminales en uso en el continente, bajo su marca Tecno Mobile. Mientras Huawei crece a ritmo de dobles dígitos en Sudáfrica (donde ya vende el 14,5% de los móviles) o Konka Group, junto a Jumia, dominan el mercado egipcio.
El debate sobre la pérdida de influencia americana se ha instalado en el Secretaría de Estado y en el Departamento de Comercio. La preocupación partió del Consejo de Asesores Presidencial; en concreto, de la división de Negocios en África. Desde este foro se ha trasladado al Despacho Oval la conveniencia de involucrar a las bigtech estadounidenses -YouTube, Netflix, Amazon, WarnerMedia, Facebook, Google, Apple y otras- en el diseño de una táctica político-empresarial para impulsar las oportunidades de esta industria en mercados africanos.
En esta iniciativa americana, aún en pañales, pesa sobremanera el endeudamiento africano con China. Gran parte de sus países negocian con el FMI apoyos financieros para refinanciar sus deudas. Sobre todo, en las latitudes subsaharianas, donde los vencimientos a medio plazo han saltado desde el 27% del PIB del área, hasta el 56% a finales de 2019, dice la agencia FitchRating. La República Democrática del Congo, por ejemplo, ha pasado de tener una deuda del 40% del PIB en 2011 al 118% a finales del pasado ejercicio, afirma el FMI. Debido a la devolución de financiación por los ambiciosos programas de inversión chinos. Pekín acaba de extender el periodo de reposición de deudas a Etiopía, por los créditos para la construcción de varias líneas de ferrocarril, por valor de 3.300 millones de dólares. También ha cancelado las devoluciones; en concreto, a Camerún (78 millones) o Sudán, y ha reestructurado pagos pendientes con Botsuana y Lesoto. Mientras países como Yibuti, Angola, Zambia o Mozambique han solicitado medidas similares al gigante asiático. "China no ha prestado demasiada atención a la sostenibilidad de la deuda y ahora que tiene un problema de sobreendeudamiento propio, exige disciplina en los plazos de los pagos a sus deudores africanos, a pesar de que sigue necesitando su acceso a fuentes energéticas y a los programas de infraestructuras con liquidez financiera china", explica Jan Friederich, responsable de Fitch para Oriente Próximo y África.
El cuarto contendiente es Rusia. Vladimir Putin corteja desde hace años a sus líderes para tener acceso a los mercados del continente. Desde la anexión de Crimea y las sanciones económicas de EEUU y Europa a su país. Moscú "trata de expandir la percepción de que son el mejor socio" geoestratégico de África, explica Grant Harris en Foreign Policy. Harris fue asesor en esta región del presidente Obama. En la actualidad, sólo el 3,7% del comercio ruso tiene como destino este continente. Y sólo el 1,1% de las mercancías africanas se dirigen a Rusia. Putin se ha implicado personalmente en la suscripción de acuerdos por valor de 12.500 millones de dólares con países del continente.
Fórmula que entronca con la idea de Putin de convertir a Rusia en una economía más activa en el proceso de globalización y de interceder como superpotencia en una región que se ha situado en la agenda diplomática de sus rivales europeos, americano y chino. Y que busca que Rusia no sea sólo un suministrador de armas a la región, sino un socio comercial en toda regla.
Pese a una serie de errores de calado. Como la opaca negociación con la Sudáfrica del ex presidente Jacob Zuma, asolado por casos de corrupción que le desalojaron del poder, para la firma de un acuerdo de construcción de una central nuclear. O su intento de mantener en la presidencia de Sudan al dictador Omar al-Bashir. Tampoco sus tácticas bilaterales han llegado a buen puerto en Libia, Guinea o Madagascar. Las sociedades civiles africanas apoyan masivamente los sistemas democráticos. Según datos de Afrobarómetro, una firma de sondeos de opinión que opera en este continente, el 75% de la población apoya elecciones libres y limpias en sus países. Algo que explica el todavía irrelevante peso de Rusia en África. A pesar de su poderosa presencia en la región en los años de la Guerra Fría. Sólo el 0,0005% de los africanos considera que Rusia ofrece el mejor modelo de desarrollo para su país.
Frente al 30% que elige el estadounidense y el 24% el chino. De ellos, valoran especialmente su capacidad para insertar en una misma estrategia su poder financiero, sus relaciones diplomáticas, las conexiones con las sociedades civiles y su músculo militar, afirma el estudio de Afrobarómetro. Europa también se queda en un limbo. Pese a ser el primer socio comercial e inversor del continente y su mayor donante de cooperación al desarrollo.
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