Este artículo se publicó hace 17 años.
El fuego vuelve a la periferia de París
En el asfalto. Nítidas. Son las marcas que dejó el hierro de la minimoto Kawasaki KX que pilotaban Larami y Moushin, dos adolescentes del barrio de La Cérisaie de Villiers-le-Bel, en la periferia norte de París. El pasado domingo, una patrulla de la Policía les segó la vida con un golpe lateral mortal, desencadenando una oleada de disturbios en esta barriada. “No tienen derecho a matar a los niños”, clama Mansour, habitante del barrio, padre de familia y conductor de autobús. La ira que él expresa con palabras los jóvenes la expresan con incendios y violencia contra policías, bomberos y periodistas.
El lugar del drama, la calle Louise Michel –que honra a la célebre anarquista francesa– era ayer un hervidero de dolor y de ira. Dolor, el de tres niñas de apenas 10 o 12 años con las mejillas llenas de lágrimas, la voz entrecortada y los párpados hinchados de llorar. Son amigas de los chicos fallecidos. Ira, la de los jóvenes y los adultos que, acostumbrados a desconfiar de la policía desde hace años, se llevan las manos a la cabeza al escuchar la versión oficial de los hechos.
Según la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN), lo ocurrido el domingo por la noche fue un banal “accidente de circulación”. La Fiscalía de Val-d’Oise, encargada de las investigaciones, es menos taxativa y reconoce que es necesario explorar la tesis de un “homicidio involuntario” y de una “no asistencia a personas en peligro”, en el marco de un “accidente de circulación”.
Ambas versiones oficiales desatan la incredulidad de los cientos de personas reunidas ante un improvisado monumento a los jóvenes. “No fue un accidente, fue un asesinato”, repiten unánimemente. Dos ramos de flores y dos fotocopias de unas fotografías de los chicos han sido erigidos contra la farola que vio morir a Larami y Moushim a los 15 y 16 años, respectivamente.
En las fotocopias, una inscripción: “Morts pour rien”, muertos por nada.
“No hubo frenazo”
Según una treintena de personas consultadas en el barrio, ninguno de los testigos del drama ha sido contactado por las autoridades para prestar declaración.
“No hubo frenazo del coche patrulla. Se los llevaron por delante y los arrastraron”, explica Robert, testigo de la escena, cuya ventana da al lugar del drama y cuyos hijos iban a la escuela con los fallecidos.
Uno de los agentes, según su relato, salió del coche titubeando tras el impacto y pidió ayuda. Después, los agentes dieron la vuelta a la moto, para que quedara visible sólo la parte intacta, no la impactada y arrastrada, antes de evacuar el lugar por temor a ser agredidos.
No hay sobre el asfalto de la calle ni una sola marca de frenazo del vehículo patrulla. La violencia del impacto, según la Policía, se debería a la elevada velocidad a la que los chicos se desplazaban.
Tras una primera madrugada de disturbios, los ánimos estaban caldeados ayer al caer la noche en los barrios de Villiers-le-Bel. El apaleamiento de un comisario la noche del domingo, herido de gravedad por un grupo de jóvenes, hace temer una escalada de violencia en estos suburbios en plena crisis social, donde el abismo entre fuerzas de seguridad y habitantes no para de crecer.
“Si volviera a haber una crisis como la de las barriadas en otoño de 2005, esta vez sería durísima”, explica a Público Patrick Trotignan, policía y miembro del sindicato Synergie-Oficiales. “Se ha traspasado un umbral”, dice. Explica que en el apaleamiento del comisiario se usaron barras de hierro. Según Trotignan, la juventud está ahora más dispuesta a usar armas destinadas a causar la muerte.
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