Familias en la indigencia y 3.000 asesinados: Israel genera una crisis humanitaria sin precedentes en Líbano
La sobresaturación de los refugios ha provocado que en ciudades como Beirut muchas familias duerman a la intemperie, exponiéndose a todo tipo de enfermedades y bajo la amenaza incesante de los bombardeos israelíes.
Alejandra Mateo Fano
Madrid-
La sombra de una nueva crisis humanitaria, que esta vez sucede al ya ominoso genocidio en curso sobre la Franja de Gaza y Cisjordania, se cierne sobre Líbano. Muchos expertos en conflictos internacionales ya advierten de que la situación límite que atraviesa hoy el sur del Líbano podría ser la antesala de una catástrofe de dimensiones todavía desconocidas. Desde el 8 de octubre de 2023, más de 3.000 personas han sido asesinadas, 10.000 han resultado heridas y 1,2 millones se han visto obligadas a abandonar sus hogares, como revelan datos actualizados de la UNRWA. Semanas antes, concretamente el 23 de septiembre, Israel había iniciado su denominada operación Flechas del Norte contra la milicia armada chií Hizbolá, bombardeando varias zonas del sur de Líbano, el valle de Bekaa y el suburbio del Dahiye en el sur de Beirut. Tan solo ese día murieron 558 personas (entre ellas 50 niños y niñas y 94 mujeres) y más de 1.800 resultaron heridas, según el Ministerio de Salud libanés.
La firme determinación de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) por aniquilar cualquier infraestructura que pueda servir de base de operaciones para Hizbolá está siendo usada como pretexto para atacar sin miramientos los shelters o refugios temporales. Como ha puesto de manifiesto la inagotable carnicería bélica que Netanyahu está orquestando desde hace más de un año en Gaza, la posible presencia de municiones y armas en manos de la milicia chií ha servido de justificación por parte de Israel para continuar violando el derecho internacional humanitario. Este marco legal prohíbe expresamente los ataques a población civil y prohíbe afectar la soberanía e integridad territorial del país, algo de lo que ha advertido la ONU. Las represalias políticas y penales por la desobediencia de todas estas normas internacionales siguen sin materializarse, al menos hasta la fecha.
La consecuencia inmediata del bombardeo indiscriminado de barrios y ciudades en el sur de Líbano en a penas un mes es que, en la práctica, no existen lugares ni rutas seguros: "Estuvimos operando con unas clínicas móviles en uno de los sitios donde hubo bombardeos la semana pasada y nos llegó una familia de nueve personas. Estuvimos allí con ellos tratando toda la parte relacionada con las medicinas que necesitaban y nos dijeron que volverían a su casa a recoger algunas cosas. Al tiempo nos enteramos de que habían muerto en medio de un bombardeo, es simplemente desgarrador", relata a Público Víctor García Leonor, coordinador de emergencias de Médicos sin Fronteras en el Líbano. El terror y la ansiedad por la incertidumbre que rodea a los posibles ataques recorren cada rincón mientras que las órdenes de evacuación permanecen en el punto de mira de las organizaciones internacionales. Las criaturas juegan al balón en explanadas desérticas bajo el estruendo incesante de los aviones de guerra, que recuerdan cada segundo que nadie está a salvo mientras dure la presencia israelí en el territorio.
Como indica un informe reciente de Amnistía Internacional, las partes de un conflicto tienen la obligación de evitar o reducir al mínimo los daños durante las ofensivas, avisando con la debida antelación de cualquier ataque a la población civil de las zonas afectadas. En las últimas semanas, todo esto no se ha cumplido dado el escaso tiempo con el que se ha advertido de próximos ataques, como tampoco se ha dado información precisa sobre destinos seguros a los que acudir cuando las familias deben abandonar sus barrios. Mismamente el pasado 30 de octubre, un portavoz militar israelí anunció a los habitantes de la ciudad de Baalbek, con a penas cuatro horas de antelación, de que Israel tenía la intención de actuar "enérgicamente" contra los intereses de Hizbola en su ciudad. Además, destaca en conversación con este medio Arantxa Oses, responsable de Incidencia en Política Exterior de Save the Children, "muchas órdenes de se emiten pasada la medianoche, mientras muchos duermen, lo que da a las familias apenas tiempo para escapar antes de que comiencen los bombardeos. Los niños y las familias deben poder desplazarse con seguridad por el país o cruzar las fronteras en busca de seguridad".
Arrasadas las viviendas bajo el fuego israelí, escuelas, espacios comunitarios, centros comerciales, hospitales, incluso discotecas han sido reutilizadas como refugio para acoger a la población desplazada, que ha perdido todo cuanto tenía. Hasta el 23 de octubre se habían establecido 1.130 refugios colectivos, de los cuales el 84% ya estaban al máximo de su capacidad y acogían a 189.174 desplazados. La mayoría de estos refugios sobreviven a medio gas y sólo algunos están equipados con duchas adecuadas, agua caliente y calefacción, como denuncian las organizaciones de ayuda que operan en la región. Las condiciones básicas de hacinamiento, con instalaciones de agua y saneamiento limitadas, están creando el caldo de cultivo perfecto para brotes de enfermedades y dolencias de todo tipo, llegando a registrarse en los últimos días casos de cólera y sarna. Además, la sobresaturación de los lugares pensados para albergar a la población ha provocado que, como resalta Oses, en ciudades como Beirut "familias enteras con niños sigan durmiendo al aire libre con sus pertenencias amontonadas a su alrededor, exponiéndose a todo tipo de patologías".
Sin embargo, aproximadamente el 80% de las familias desplazadas no viven en refugios: En su lugar, se alojan con familias de acogida o alquilan sus propios espacios, a menudo en condiciones de hacinamiento, donde los servicios públicos están sometidos a una enorme presión. "El otro día varios compañeros fuimos a ver una casa de dos plantas, en una habitación de cinco por seis con alguna habitación vivían 17 personas no tenían mantas, no tenían productos higiénicos de salud, no tenían electricidad. Quieren volver a casa, pero no pueden", recuerda García con angustia. Escasean hasta los enseres más elementales, desde mantas, colchones, material higiénico y de salud menstrual, cuya distribución está en manos de pocas entidades humanitarias dada la inoperatividad del Gobierno para atender a las innumerables demandas de la ciudadanía libanesa.
Un sistema sanitario desmantelado y al borde del colapso
"Esta situación crea una presión grande en un Gobierno que ya estaba mal antes, que tenía una crisis económica fortísima y una enorme inestabilidad social, donde había también un vacío gubernamental", destaca. Líbano, donde la ONU calcula que en torno al 70% de la población vive en situación de pobreza, lleva sin presidente desde 2022, cuando acabó el mandato de Michel Aoun, líder del Movimiento Patriótico Libre (FPM, por sus siglas en inglés). The Objetive informaba este año de que, tanto la inflación galopante como los elevados índices de corrupción corrupción, la gobernabilidad y la proliferación de grupos armados por todo el país, explican la absoluta ineficacia del Gobierno a la hora de gestionar la crisis migratoria y humanitaria que atraviesa el país.
De hecho, el PIB libanés era de tan solo unos 18.200 millones de dólares el año pasado, frente a los 368.100 millones de su vecino Irán. Esta fractura institucional explica que la supervivencia de la población esté hoy por hoy en manos de organizaciones no gubernamentales, en su mayoría extranjeras. Además, a la invasión israelí hay que sumarle los efectos nefastos de la pandemia en todo el país, la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, el brote de cólera declarado en octubre de 2022 y el desmantelamiento de servicios públicos esenciales como el agua, la electricidad, la salud o la educación, entre otros, en los últimos años. Toda esta coyuntura previa a las incursiones del Ejército sionista ha contribuido al debilitamiento de un sistema sanitario totalmente diezmado por los ataques. Un tercio de los médicos y de las enfermeras han emigrado del país y el Ministerio de Salud a penas cuenta con medios económicos como para reforzar el ya frágil aparato sanitario al borde del colapso.
El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante su intervención en la Conferencia Internacional en Apoyo del Pueblo y la Soberanía del Líbano, afirmó que más de 100 centros de salud, aproximadamente un tercio del total del país, han tenido que cerrar debido a los ataques, mientras que el personal sanitario vive bajo la amenaza constante de las bombas. En el sur, los servicios de urgencias tienen dificultades funcionan a duras penas con una falta casi total de suministros y ya se han evacuado total o parcialmente diez hospitales. En el Valle de Beká, además, aproximadamente 360.000 personas se han quedado sin acceso a agua potable después de que las bombas dañaran las infraestructuras hídricas de la zona. Oses alerta de que "esto no sólo está perturbando el funcionamiento de las instalaciones sanitarias", sino que también "deja a más personas expuestas al riesgo de contraer enfermedades si se ven obligadas a recurrir a fuentes de agua contaminadas".
Llueve sobre mojado para los refugiados sirios y palestinos
Aunque la creciente invasión que arrecia al Líbano conduce a trazar enormes paralelismos con la masacre que arrastra consigo Gaza, a la hora de perfilar la situación que atraviesa Líbano se debe atender a su contexto particular, sobre todo en términos de composición poblacional. En Líbano hay registrados desde hace años más de 500.000 refugiados palestinos, lo que representa cerca del 10% de la población total del país, así como 1,5 millones de refugiados sirios. Por tanto, Líbano se erige como el país del mundo que más personas refugiadas per cápita acoge en su territorio desde el comienzo del conflicto en Siria en 2011, según un informe reciente del CEAR.
Esta circunstancia específica, de enormes repercusiones en lo referente a la naturaleza de sus desplazamientos internos, implica que miles de residentes en el país llevan consigo una pesada mochila de éxodos previos. Ahora, se enfrentan una vez más a la tesitura de tener que dejar atrás su casa, pertenencias y recuerdos para transitar junto a niños y personas ancianas hacia lugares desconocidos y probablemente tan inseguros como los que abandonan. Muchos han confesado que prefieren la muerte a volver a experimentar otro éxodo. Este es el caso de un hombre que había llegado a Beirut huyendo de los bombardeos en la ciudad sureña de Tiro. Aunque él decidió huir con su coche tras haber visto explotar una bomba a 300 metros de su casa y luego otra a tan solo 20, sus padres y su hermana prefirieron quedarse. El acceso de las personas migrantes a infraestructuras públicas básicas como hospitales está extremadamente limitado actualmente, aunque ya lo estaba antes de la irrupción de Israel en el país: Líbano mantiene desde hace años un régimen de discriminación racial que prioriza el uso de servicios públicos como sanidad o educación para los ciudadanos libaneses frente a sirios y palestinos.
Todos ellos llevan años residiendo de forma extremadamente precaria en campamentos superpoblados en condiciones de hacinamiento, ausencia de infraestructuras y sirviéndose de agua contaminada para beber y limpiar. Esto explica que, según apunta el Banco Mundial, el 80% de la población siria en el Líbano sobreviva en condiciones de pobreza extrema. Si ya antes del genocidio israelí estaban sometidos a múltiples restricciones (no gozan de muchos derechos civiles, trabajan en condiciones cercanas a la esclavitud y no disponen de libre movilidad, entre otras prohibiciones), todo ello se ha visto agravado en el último mes de contienda. Ante la crisis política, social y económica rampantes, la migración ha sido tomada por los distintos agentes sociales como el chivo expiatorio hacia el que dirigir el odio por la inestabilidad que impera en todo el país.
Cuando estalló la ocupación israelí, 180.000 trabajadores migrantes quedaron en la indigencia y fueron abandonados por sus empleadores en el momento de huir de los bombardeos. La población más vulnerable en este sentido, además de los residentes de Palestina y Siria, han sido las miles de empleadas domésticas procedentes de países como Filipinas, Etiopía, Bangladesh y Sudán. Un reciente artículo de la BBC reveló la preocupación existente en muchos refugios por las decenas de miles de mujeres migrantes que, tras haber llegado al país para enviar remesas de dinero a sus familias, se encuentran atrapadas en zonas inseguras o viven en situación de calle porque sus empleados las dejaron atrás sin miramientos.
"Sabemos de muchos casos en los que las han dejado atrás, como el que deja los animales o el que deja el frigorífico, con lo cual están sin el pasaporte, que suelen tener en propiedad los empleadores de las migrantes. Esa situación se ha visto sobre todo en Beirut", indica Víctor. Así, una infinidad de mujeres migrantes pasan a estar completamente indocumentadas y se convierten en ilegales en el país una vez separadas de sus empleadores, exponiéndose al riesgo de ser detenidas o deportadas.
Hacia una transformación de las rutas migratorias en Oriente Medio
Además de haber depauperado considerablemente las condiciones de vida y la inseguridad de la población libanesa, y muy en especial de los refugiados de la región, la invasión israelí traerá consigo una reorientación de las rutas de tránsito migratorio en Oriente Medio. Líbano ya no es un lugar seguro y ello ha quedado patente con la inmensa cantidad de sirios (cerca de 300.000 según UNICEF) que han cruzado la frontera terrestre libanesa para volver a su país con una guerra en curso.
La siguiente transformación natural, además del mencionado retorno de migrantes, será la ruptura del flujo migratorio desde Siria hasta el Líbano al menos en una proporción determinante, de manera que esta ruta será sustituida por otras hacia terceros países como Turquía o Chipre. También se está dando el proceso contrario, muchos libaneses son quienes ahora se desplazan a pie hacia Siria, en concreto 100.000 (el 60% niños y niñas), lo que revela la creciente porosidad de los cruces fronterizos, además de los desplazados internos que huyen del sur al norte y al este del país, y que la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) cifra en unas 835.000 personas.
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