Este artículo se publicó hace 2 años.
Las eventuales negociaciones en Ucrania chocan con unas demandas tan irreconciliables como al inicio de la guerra
Los tanteos de unas posibles negociaciones para detener la guerra muestran el nerviosismo reinante. Nadie gana la contienda, el costo humano y económico aumenta y el conflicto amenaza con enquistarse en el corazón de Europa.
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El problema de partida para unas conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania es que las demandas de las partes son tan irreconciliables como al comienzo de la guerra. Tal situación implica que, en estos momentos, una mesa de diálogo solo sería realista si la voz cantante la llevara Moscú, como agresor cargado de argumentos tan poco razonables como las armas nucleares que amenaza con usar, y Washington, beneficiado económicamente por la crisis y líder de la coalición internacional, sin cuyo apoyo Ucrania hace tiempo habría sido engullida por Rusia.
Ni Rusia ni Estados Unidos han dado pasos decisivos en esa dirección ni Ucrania, principal víctima del conflicto, aceptaría en estos momentos. Pero el cansancio de la guerra y los intereses económicos empiezan a moverse en otras direcciones distintas a la prolongación de la contienda.
"Déjenme elegir mis palabras con mucho cuidado. Estoy preparado para hablar con el señor Putin si, de hecho, hay algún interés por su parte a la hora de decidir que está buscando una forma de poner fin a la guerra. De momento, no lo ha hecho", afirmó el presidente estadounidense, Joe Biden, durante la cumbre que celebró con su homólogo francés, Emmanuel Macron, el 1 de diciembre.
El mandatario francés se comprometió a seguir contactando con el presidente ruso, Vladímir Putin, a fin de prevenir una mayor escalada en la guerra y "conseguir algunos resultados muy concretos", en referencia a la seguridad de las plantas nucleares ucranianas, amenazadas por el conflicto.
El canciller alemán, Olaf Scholz, unió su voz a estos llamamientos más o menos sinceros y le pidió a Putin un día después de las palabras de Biden que buscara una "solución lo antes posible" para el conflicto, aunque insistió en que tal paso debería ser acompañado por la salida de las tropas rusas de Ucrania. Esta es la posición básica del Gobierno ucraniano, para el que las conversaciones de paz solo serían posible con el fin de los combates y la retirada rusa de todos los territorios ocupados.
La presión estadounidense ya logró que, el mes pasado, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, aceptara que unas eventuales negociaciones pudieran realizarse con el mismo Vladímir Putin. Hasta entonces, el líder ucraniano exigía la salida del presidente ruso del poder como punto innegociable para establecer una mesa de diálogo con Moscú.
En todo caso, una retirada unilateral rusa parece muy poco probable en la situación bélica actual, donde se habla de inminentes ofensivas por parte de ambos contendientes, mientras las fuerzas rusas se han atrincherado en los territorios ocupados con la aparente decisión de resistir a toda costa cualquier avance ucraniano y al tiempo desmenuzar las posiciones del enemigo en los bordes de la línea del frente, a costa de grandes pérdidas humanas por el Ejército invasor.
Los combates en torno a la ciudad ucraniana de Bakhmut son un ejemplo de la guerra de posiciones que se está produciendo actualmente en torno al Donbás. Los enfrentamientos se están concentrando en territorios muy defendidos por uno u otro ejército, situación que vaticina una probable prolongación del conflicto.
Rusia rechaza la fórmula de Biden y la Casa Blanca la matiza
En su respuesta a las palabras de Biden, Macron y Scholz, el Kremlin ha dejado claro que su voluntad de negociar pasa por no renunciar ni un palmo a sus ganancias territoriales. Su portavoz, Dmitri Peskov, dejó claro que Rusia "evidentemente" no aceptará las condiciones de Biden, puesto que "Estados Unidos no reconoce los nuevos territorios [anexionados] como parte de la Federación Rusa".
"¿Qué es lo que ha dicho Biden en realidad? Ha dicho que las negociaciones solo serán posibles después de que Putin deje Ucrania", aseveró Peskov. El portavoz subrayó que el presidente ruso simplemente está defendiendo los intereses de Rusia. Putin "ha estado y permanece abierto a mantener contactos y celebrar conversaciones. El uso de los medios diplomáticos pacíficos es ciertamente la manera que preferimos para conseguir nuestros objetivos", según Peskov.
Pero no solo ha sido el Kremlin el que ha puesto en duda las palabras e intencionalidad del presidente estadounidense. La propia Casa Blanca ha salido al paso de tales afirmaciones y ha tratado de justificar a Biden, señalando que no tiene intención de hablar con Putin sobre el fin de la guerra en estos momentos, puesto que ahora no se dan las condiciones para ese diálogo.
"No nos encontramos en ese punto en el que las conversaciones parezcan ser una fructífera vía de aproximación en estos momentos", según el portavoz de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby.
La situación derivada de la guerra, ya insostenible
De momento, pues, solo ha habido globos sonda para esas supuestas negociaciones, que todos parecen necesitar pero ninguno parece querer. Los rusos los han lanzado durante meses, con muy poca credibilidad, y ahora es Estados Unidos el que mueve fichas con una aparente mayor determinación.
Aunque no hay mucha solidez en la oferta, como apuntan los términos usados por Kirby para recular, sí muestra que, al menos en la Casa Blanca, hay gente que está ya moviendo las sillas en torno a una aún lejana mesa de diálogo. Y también pone de manifiesto ese nerviosismo e incertidumbre ante el curso que puede tomar el conflicto en los próximos meses.
El invierno y la consolidación del terreno para el avance con blindados y carros de combate podría llevar a nuevas ofensivas por parte de cualquiera de los dos contendientes. La crudeza del frío y los bombardeos reiterados de las instalaciones de suministro de energía ucranianas amenazan con una debacle de refugiados en los próximos meses dentro de Ucrania y hacia las fronteras de la Unión Europea.
Bruselas dice estar dispuesta a todos los dispendios necesarios en el apoyo a Ucrania y sus fuerzas armadas, pero al gasto en envíos de armas se va a sumar la necesidad de atender a esos nuevos refugiados este invierno y de entregar los medios necesarios para la supervivencia de los ucranianos que queden en su país.
El problema energético derivado de la guerra acucia también en Europa. El último en llamar a la calma, pero consiguiendo un efecto contrario, ha sido Macron. En una entrevista con el periódico Parisien, el presidente francés ha instado a sus conciudadanos a "no entrar en pánico" si se producen eventuales cortes de energía en Francia.
El tema de la caída de los stocks de armamento en los diferentes países que están atendiendo las necesidades bélicas ucranianas tampoco es baladí. Todos los países están revisando sus presupuestos nacionales para afrontar la renovación de sus arsenales que se van agotando, con las municiones principalmente de cohetes y otros tipos de proyectiles convencionales con dirección a Ucrania.
Creerse la propaganda, un posible bumerán
No vale con decir que los rusos están agotando más rápidamente sus arsenales en la invasión. En primer lugar, tales consideraciones poco meditadas eluden referirse al propio sangrado en los polvorines de Occidente. Pero es que tampoco hay pruebas sustanciales de que el Ejército ruso se esté quedando sin armamento.
El que haya utilizado los convenientes drones iraníes para determinadas acciones tácticas no implica en absoluto que las baterías de misiles del Kremlin estén en las últimas o que los aviones de guerra rusos no dispongan de cohetes. Sobre todo, teniendo en cuenta que ese tipo de armamento, los misiles aire-tierra, no está mostrando mucho protagonismo en esta guerra. No obstante, sí podría tenerlo en un futuro si el actual comandante en jefe del Ejército ruso en ucrania, Serguéi Surovikin, recurriera a la estrategia de bombardeos aéreos masivos desplegada a fines de la década pasada en Siria en apoyo del presidente Bashar al Asad.
Sí podría ser un hándicap para Rusia el acuerdo alcanzado por la Unión Europea el viernes para imponer un tope de 60 dólares por barril de petróleo exportado por Rusia. Esta sanción ha sido respaldada por el G7 formado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia.
Junto con el embargo del crudo ruso decretado por los Veintisiete, esta medida puede ser un obstáculo para que Rusia pueda mantener su actual ritmo de financiación de la guerra con la venta de sus hidrocarburos. Pero hay que tener en cuenta que otros países, más o menos cercanos a Moscú, como China, la India o Turquía (grandes compradores del petróleo rusos), no han respaldado tal acuerdo.
Solo podría haber un avance en el planteamiento de las negociaciones con un golpe de timón brusco derivado de una acción política o una inesperada situación bélica que trastoque el actual escenario hacia una u otra parte. Sin embargo, en unas negociaciones en las que quizá los extremos de la mesa estarán ocupados por Estados Unidos y Rusia, Ucrania debería ir considerando la posibilidad de que sus demandas de partida, con la completa retirada rusa de los territorios ocupados, incluida la península de Crimea y el Donbás, podrían no cumplirse jamás, por muy justas que puedan ser.
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